La escolástica tuvo su
origen en las escuelas fundadas en el renacimiento carolingio, en el ascenso
del feudalismo, y se desarrolló plenamente a partir del siglo XI.
La escolástica vivió 3 periodos: Escolástica temprana, alta y baja
La escolástica vivió 3 periodos: Escolástica temprana, alta y baja
Escolástica temprana: Se da del siglo IX al
siglo XII. En esta época se estaba viviendo la reforma monástica y la
renovación política de la Iglesia, las grandes cruzadas, un incipiente proceso
de urbanización y sobre el final de este periodo se fundaron las primeras
universidades y surgen las órdenes mendicantes(los dominicos y franciscanos
principalmente).
En esta etapa, sus principales representantes fueron Anselmo de Canterbury, considerado como el primer escolástico y reconocido por su debate argumento ontológico para probar la existencia de Dios; Pedro Abelardo, quien renovará la lógica y la dialéctica y creará el método escolástico de la quaestio (un problema dialecticum); y las escuelas de Chartres y San Víctor.
En esta etapa, sus principales representantes fueron Anselmo de Canterbury, considerado como el primer escolástico y reconocido por su debate argumento ontológico para probar la existencia de Dios; Pedro Abelardo, quien renovará la lógica y la dialéctica y creará el método escolástico de la quaestio (un problema dialecticum); y las escuelas de Chartres y San Víctor.
Alta escolástica: Se desarrolla durante el siglo XIII, también
llamado como la “Edad de oro” de la escolástica. Durante esta época se dio la
redacción de las grandes Sumas teológicas y filosóficas, y se dio la
incorporación de nuevos elementos provenientes de las filosofías árabe, judía y
aristotélica.
Los máximos representantes de esta etapa fueron Tomás de Aquino, gran representante de la teología dominica y en general de la escolástica, quien aceptó el empirismo aristotélico y su teoría hilemórfica y dijo que Dios se hace comprensible únicamente a través de una doble analogía; Duns Escoto, uno de los máximos representantes franciscanos que llega a la idea de Dios como el Ser infinito, una noción alcanzada por vía metafísica; y Buenaventura, reconocido franciscano.
Los máximos representantes de esta etapa fueron Tomás de Aquino, gran representante de la teología dominica y en general de la escolástica, quien aceptó el empirismo aristotélico y su teoría hilemórfica y dijo que Dios se hace comprensible únicamente a través de una doble analogía; Duns Escoto, uno de los máximos representantes franciscanos que llega a la idea de Dios como el Ser infinito, una noción alcanzada por vía metafísica; y Buenaventura, reconocido franciscano.
Baja escolástica: Se da en el siglo XIV, cuando se
da el divorcio entre la razón y fe.
Su máximo representante es Guillermo de Ockam, quien tiene una postura conocida como nominalismo, que se opone a la tradición aristotélico-escolástica y dice que los universales son únicamente nombres y existen sólo en el alma. Esta postura lleva a afirmar el primado de la voluntad sobre la inteligencia. La voluntad de Dios no está limitada por nada, ni siquiera las ideas divinas pueden afectar la omnipotencia de él.
Su máximo representante es Guillermo de Ockam, quien tiene una postura conocida como nominalismo, que se opone a la tradición aristotélico-escolástica y dice que los universales son únicamente nombres y existen sólo en el alma. Esta postura lleva a afirmar el primado de la voluntad sobre la inteligencia. La voluntad de Dios no está limitada por nada, ni siquiera las ideas divinas pueden afectar la omnipotencia de él.
Núcleo filosófico:
La escolástica es un movimiento teológico y filosófico que intento comprender la revelación religiosa del cristianismo y ordenar el conjunto de dogmas que los Padres de la Iglesia ya habían elaborado. Este movimiento fue la corriente dominante del pensamiento medieval que se basó en la coordinación entre razón y fe, que en cualquier caso siempre mostraba una clara subordinación de la razón con respecto a la fe. Este movimiento se vio influenciado no solo por las corrientes grecolatinas sino también por árabes y judías, y varios factores influyeron para su apogeo en la época como la recepción de las obras de Aristóteles, la creación de las universidades y la fundación de las órdenes religiosas.
La escolástica se vio motivada por el respeto a la autoridad de Dios y el ejercicio de la razón. La búsqueda del equilibrio entre estos dos aspectos y la definición de su relación entre ambos fue una de las cosas de mayor importancia para los filósofos de este periodo. Combina la doctrina religiosa, el estudio de los Padres de la Iglesia y el trabajo lógico y filosófico basado principalmente en Aristóteles. Se propone aplicar un método y una técnica específicos, rigurosos y precisos, para el análisis de las Escrituras y de los problemas filosóficos en general.
La escolástica se basaba principalmente en la autoridad. La Biblia, los Padres de la Iglesia, Platón y Aristóteles eran el material para trabajar.
Un tema muy discutido en la época fue el de los universales, también llamados “nociones genéricas” y “entidades abstractas”. El problema estaba en determinar qué clase de entidades son, cuál es su forma de existencia, si estos conceptos tienen una referencia real o no. A raíz de esto surgen 3 posturas básicas:
1. Realismo extremo: Los universales existen en realidad y su existencia es independiente de las cosas singulares. Su representante más destacado fue Guillermo de Champeaux.
2. Realismo moderado: Los universales existen realmente, pero tienen su fundamento en la cosa particular. Aun así, existen en la mente de Dios como modelos de las cosas y sus relaciones. Esta es la posición de San Agustín y de Tomás de Aquino.
3. Nominalismo: Los universales no son reales, dependen de las cosas. Guillermo de Ockham es una de sus representantes más destacados.
Los escolásticos adoptaban la doctrina de Aristóteles al admitir dos principios esenciales: materia prima y forma sustancial. Para ellos, el considerar los cuerpos como simples conjuntos de átomos y explicar todo por meras combinaciones de estas partículas en el espacio, era propio de una filosofía grosera; por esto reputaban la de Demócrito y la de los demás antiguos que sostuvieron el sistema corpuscular. Se tenía por un adelanto científico la distinción entre materia y forma.
En los tres periodos de la filosofía escolástica, el tema fundamental de las discusiones y de las Sumas era el tema de Dios, más puntualmente el problema de la fe y de la razón, de la Teología y de la Filosofía, ya que la filosofía es un medio para profundizar en la fe.
En el proceso de esta disputa surgen tres posturas:
La escolástica es un movimiento teológico y filosófico que intento comprender la revelación religiosa del cristianismo y ordenar el conjunto de dogmas que los Padres de la Iglesia ya habían elaborado. Este movimiento fue la corriente dominante del pensamiento medieval que se basó en la coordinación entre razón y fe, que en cualquier caso siempre mostraba una clara subordinación de la razón con respecto a la fe. Este movimiento se vio influenciado no solo por las corrientes grecolatinas sino también por árabes y judías, y varios factores influyeron para su apogeo en la época como la recepción de las obras de Aristóteles, la creación de las universidades y la fundación de las órdenes religiosas.
La escolástica se vio motivada por el respeto a la autoridad de Dios y el ejercicio de la razón. La búsqueda del equilibrio entre estos dos aspectos y la definición de su relación entre ambos fue una de las cosas de mayor importancia para los filósofos de este periodo. Combina la doctrina religiosa, el estudio de los Padres de la Iglesia y el trabajo lógico y filosófico basado principalmente en Aristóteles. Se propone aplicar un método y una técnica específicos, rigurosos y precisos, para el análisis de las Escrituras y de los problemas filosóficos en general.
La escolástica se basaba principalmente en la autoridad. La Biblia, los Padres de la Iglesia, Platón y Aristóteles eran el material para trabajar.
Un tema muy discutido en la época fue el de los universales, también llamados “nociones genéricas” y “entidades abstractas”. El problema estaba en determinar qué clase de entidades son, cuál es su forma de existencia, si estos conceptos tienen una referencia real o no. A raíz de esto surgen 3 posturas básicas:
1. Realismo extremo: Los universales existen en realidad y su existencia es independiente de las cosas singulares. Su representante más destacado fue Guillermo de Champeaux.
2. Realismo moderado: Los universales existen realmente, pero tienen su fundamento en la cosa particular. Aun así, existen en la mente de Dios como modelos de las cosas y sus relaciones. Esta es la posición de San Agustín y de Tomás de Aquino.
3. Nominalismo: Los universales no son reales, dependen de las cosas. Guillermo de Ockham es una de sus representantes más destacados.
Los escolásticos adoptaban la doctrina de Aristóteles al admitir dos principios esenciales: materia prima y forma sustancial. Para ellos, el considerar los cuerpos como simples conjuntos de átomos y explicar todo por meras combinaciones de estas partículas en el espacio, era propio de una filosofía grosera; por esto reputaban la de Demócrito y la de los demás antiguos que sostuvieron el sistema corpuscular. Se tenía por un adelanto científico la distinción entre materia y forma.
En los tres periodos de la filosofía escolástica, el tema fundamental de las discusiones y de las Sumas era el tema de Dios, más puntualmente el problema de la fe y de la razón, de la Teología y de la Filosofía, ya que la filosofía es un medio para profundizar en la fe.
En el proceso de esta disputa surgen tres posturas:
Los dialécticos, como Juan Escoto, que creen que la fe debe
ser analizada y demostrada por la razón.
Los anti dialécticos, que sostienen que la única sabiduría
es la que nos da la fe. La filosofía es en todo el sentido de la palabra sierva
de la teología.
Una postura intermedia, que la sostiene Gerberto de
Aurillacez en el siglo XI y Santo Tomás en el siglo XIII. Fe y razón son
distintas, son dos caminos que nos llevan a la misma verdad. Ambas vienen de
Dios, por lo tanto, si la razón funciona bien, no puede llegar a conclusiones
opuestas a las de la fe. La Filosofía y la Teología son saberes distintos que
se complementan. La Filosofía alcanza algunas verdades de la fe, como la
existencia de Dios y la inmortalidad del alma. La Teología, amplía nuestro
conocimiento de Dios a través de la Revelación. Por ejemplo, Dios es Trinidad.
CARACTERES
DE LA ESCOLÁSTICA
La
palabra escolástica designa la filosofía cristiana de la Edad Media. El
nombre scholasticus indicó en los primeros siglos de la Edad Media el
maestro de artes liberales, esto es, de las disciplinas que constituían el trivio
(gramática, lógica o dialéctica y retórica) y el cuadrivio (geometría,
aritmética, astronomía y música). Luego se llamó scholasticus también al
que enseñaba filosofía o teología, cuyo título oficial era el de magister
(magister artium o magister in theologia) y que desarrollaba sus
lecciones primeramente en la escuela monacal o catedral, después en la
universidad (studium generale). El origen y el desarrollo de la
escolástica se relacionan estrechamente con la función de la enseñanza, que
determinó también la forma y el método de la actividad literaria de los
escritos escolásticos.
Puesto
que las formas fundamentales de la enseñanza eran dos, la lectio, que
consistía en el comentario de un texto y la disputatio, que consistía en
el examen de un problema hecho con la consideración de todos los argumentos que
se puedan aducir pro y contra, la actividad literaria de los
escolásticos asumió preferentemente la forma de Comentarios (a la
Biblia, a las obras de Boecio, a la lógica de Aristóteles y luego a las Sentencias
de Pedro
Lombardo
y a otras obras de Aristóteles) o de colección de cuestiones.
Colecciones de esta clase son los
Quodlibeta, que comprenden las cuestiones que los aspirantes a la láurea
en teología debían discutir dos veces al año (antes de Navidad y antes de
Pascua) sobre cualquier tema, de quodlibet.
Las
quaestiones disputatae eran, en cambio, el resultado de las disputationes
ordinariae, que los profesores de teología tenían durante sus cursos sobre
los más importantes problemas filosóficos y teológicos.
La
conexión de la escolástica con la función docente no es un hecho simplemente
accidental y extrínseco, sino que forma parte de la naturaleza misma de la
escolástica. Toda filosofía está determinada en su naturaleza por el problema
que constituye el centro de su investigación; y el problema de la escolástica
era el de llevar al hombre a la comprensión de la verdad revelada.
Ahora
bien, éste era un problema de escuela, o sea, de educación: el problema
de la formación de los clérigos. La coincidencia típica y total del
problema especulativo y del problema educativo justifica plenamente el nombre
de la filosofía medieval y explica sus rasgos fundamentales. En primer
lugar, la escolástica no es, como la filosofía griega, una investigación autónoma,
que afirme su propia independencia crítica frente a cualquier tradición. La
tradición religiosa es, para ella, el fundamento y la norma de la
investigación.
La verdad ha sido revelada al hombre por
medio de las Sagradas Escrituras, a través de las definiciones dogmáticas
que la comunidad cristiana ha puesto como fundamento de su vida histórica, a través
de los Padres y doctores inspirados o iluminados por Dios. Para el hombre, se
trata solamente de acercarse a esta verdad, de comprenderla, en cuanto sea
posible, mediante los poderes naturales y con la ayuda de la gracia y de
hacérsela propia para ponerla como fundamento de su propia vida religiosa. Pero
aun en esta tarea, que es propia de la
investigación filosófica, el hombre no puede ni debe confiar en sus propias
fuerzas. Aun en esto le ayuda y debe ayudar la tradición religiosa
suministrándole, por medio de los órganos de la Iglesia, una guía iluminadora y
una garantía contra el error. Se trata, pues, de una obra común más que
individual: de una obra en la cual el individuo particular no puede ni debe
confiar solamente en sus fuerzas, sino que puede y debe recurrir a la ayuda de
los otros, especialmente de aquellos a quienes la Iglesia misma reconoce particularmente
como inspirados y sostenidos por la gracia divina. De aquí el uso constante de
las auctoritates en la investigación. Auctoritas es la decisión
de un concilio, una frase bíblica, una sententia de un Padre de la Iglesia.
El recurso a la autoridad es la
manifestación típica del carácter común y súper-individual de la investigación,
escolástica, en la cual el individuo quiere sentirse apoyado continuamente y
sostenido por la responsabilidad colectiva de la tradición eclesiástica.
De
aquí deriva otro carácter fundamental de la investigación escolástica.
Ella
no se propone formular ex novo doctrinas o conceptos. Su objeto es el de entender la verdad ya dada por
la revelación, no el de encontrar la verdad. Por esto, así como toma de la
tradición religiosa la norma de la investigación, también toma de la
tradición filosófica los instrumentos y el material de la misma
investigación. Ella vive sustancialmente a expensas de la filosofía griega;
primero la doctrina platónico-agustiniana, después la aristotélica, le
suministran los instrumentos y el material de la investigación.
La
filosofía, como tal, es, pues, de por sí solamente un medio: ancilla
theologiae. Naturalmente, las doctrinas y los conceptos que se emplean para
este objeto sufren una transformación más o menos radical de su significado
primitivo. Pero la escolástica no se propone intencionadamente esta transformación
y las más de las veces no tienen ni siquiera conciencia de ella.
El sentido de la historicidad le
es extraño. Las doctrinas y los conceptos son libertados de los complejos
históricos de que forman parte y son considerados independientemente de los
problemas a que responden y de la personalidad auténtica del filósofo que los
ha elaborado. La Edad Media lo pone todo
en el mismo piano y hace de los filósofos más alejados de su mentalidad
unos contemporáneos, de los cuales es lícito tomar los frutos, más
caracterizados para adaptarlos a las exigencias propias.
En
esta estructura formal de la filosofía medieval se refleja la misma estructura
social y política del mundo medieval. Este mundo medieval está constituido como
una jerarquía rigurosa sostenida por una fuerza única que desde lo alto lo
dirige y determina todos sus aspectos. Se suele decir que la concepción
medieval del mundo se inspira en el aristotelismo; en realidad, es sustancialmente
la concepción estoico-neoplatónica aquella a la que se reducen y adaptan las
mismas doctrinas aristotélicas. El mundo
es un orden necesario y perfecto en el que cada cosa tiene su puesto y su
función, manteniéndose en éste puesto y en esta función por la fuerza infalible
que determina y guía el mundo desde arriba. Todo lo que el hombre puede y debe
hacer es conformarse a este orden: su mismo libre albedrío puede ser empleado
provechosamente sólo con miras a esta conformidad. Las instituciones fundamentales del mundo medieval, el Imperio, la
Iglesia, el Feudalismo se presentan como los guardianes del orden cósmico e
instrumentos de la fuerza que lo rige. Dichas instituciones se dirigen
sustancialmente a hacer aparecer todos los bienes espirituales y materiales a
los que el hombre puede aspirar, desde el pan de cada día hasta la verdad, como
derivados del orden a que pertenece y, por ende, de las jerarquías que son
intérpretes y vigilantes de dicho orden. En un mundo así, la investigación filosófica no puede tomar sus
principios y su disciplina sino de las mismas jerarquías en que se concreta el
orden universal o de la fuerza que se considera como causa del mismo.
Como
norma directriz de la vida individual y social, la noción de este orden se
afirma a partir del siglo VIII cuando, al desaparecer Casi por completo los intercambios
económicos y culturales juntamente con la decadencia de las ciudades, sólo
queda en pie una economía rural tan pobre como cerrada. El despertar del
comercio y de las artes que se produce a partir del siglo XI, los viajes e
intercambios, provocan la primera crisis de la concepción medieval del orden
cósmico.
Estos fenómenos, por la fuerza misma de los hechos, demuestran que el individuo
puede adquirir por sí mismo los bienes que se le presentan, aumentándolos y
defendiéndolos con su actividad y con la colaboración de los demás. A veces
comienza a insinuarse el poder jerárquico como un límite o como una amenaza,
más bien que como una ayuda o una garantía para la capacidad de adquirir o conservar
los bienes indispensables para el hombre. La
lucha por las autonomías comunales, para la liberación de las angosturas del
feudalismo, estriba sustancialmente en la confianza del hombre en sí mismo, en
su capacidad de proveer a sus necesidades y de organizarse en comunidades
autónomas que provean, mejor que las jerarquías impuestas desde arriba, a su
propia defensa. En estas
condiciones, la investigación filosófica cobra nuevo impulso y nuevas
dimensiones de libertad. Todavía no se ponen en duda sus presupuestos
jerárquicos y todavía siguen reconociéndose sus límites y sus condiciones
sobrenaturales; pero la parte debida a la iniciativa racional del hombre se
extiende y se refuerza y, dentro de ciertos campos y de ciertos límites, se
reconoce esta iniciativa como legítima y eficaz. Por lo tanto, se trata de establecer claramente los
campos y los límites en que es tal y se cree de esta manera haber realizado un
perfecto acuerdo entre la razón y la fe, es decir, entre la verdad que el
hombre puede alcanzar con sus poderes naturales y la que se le revela desde arriba
y se le impone por las jerarquías. Pero también este equilibrio comienza a
romperse a partir de los últimos decenios del siglo XIII; sin embargo, no se
renuncia entonces a la fe ni se denuncia en su totalidad la concepción
jerárquica del orden cósmico, sino que se extiende y se refuerza al ámbito de
la iniciativa racional empeñándose la investigación filosófica en dominios que
nada tienen que ver con los objetos de la fe y en los que ella puede proceder
con sus fuerzas autónomas. Sobre este desarrollo, que comprende tanto los
aspectos sociales y políticos como los filosóficos del mundo occidental en los
siglos de la Edad Media, se funda la caracterización de la filosofía
escolástica como problema de la relación entre la razón y la fe y su
periodicidad fundada en el modo distinto de resolver este problema. Claro
está que, desde este punto de vista, el problema de la relación entre la razón
y la fe no es un problema puramente especulativo. Además, es un problema
especulativo que puede considerarse a base del cotejo entre los textos
filosóficos y religiosos con sus interpretaciones e implicaciones. Pero no es
esto sólo. Sobre todo, es el problema de
la parte que puede y debe tener la iniciativa racional del hombre en la
investigación de la verdad y, por lo tanto, en la dirección de la vida singular
y asociada, frente a la que debe tener el orden cósmico y las jerarquías que lo
representan. Por eso es también el problema de la libertad que el hombre puede
reclamar para sí y de las limitaciones que esta libertad debe encontrar en las
jerarquías que gobiernan el mundo. Por último, es también el problema de los
nuevos campos de investigación (la naturaleza, la sociedad) que se abren al
hombre a medida que éste reivindica una mayor autonomía para su razón.
Entendido el "problema
escolástico" en los términos que se dejan expuestos, puede aprovecharse
fácilmente para darse cuenta de la continuidad y de la variedad, de las
concordancias y de las polémicas del pensamiento medieval. Este problema
permite percatarse de que la ortodoxia y la heterodoxia religiosas forman parte
igualmente de este
pensamiento como la forman
también las especulaciones políticas y los intereses redivivos o renacientes
por la naturaleza o por la ciencia; y que las tendencias heréticas, las
rebeliones filosóficas, teológicas o políticas que siempre lo han caracterizado,
aunque en diversa medida, constituyen sus aspectos históricos fundamentales con
el mismo título que las grandes síntesis doctrinales en que la iniciativa
racional del hombre y las exigencias de la fe y de la jerarquía eclesiástica
parecen haber hallado un resultado comprometido.
Lo que este concepto del problema
escolástico excluye es el intento de considerar la propia escolástica en su
conjunto como una síntesis doctrinal homogénea en la que se unifiquen y se
fundan las contribuciones individuales. Esta noción de la escolástica ha sido
sugerida por la voluntad de privilegiar el aspecto por el cual es ella (o
presume ser) concordancia plena y definitiva entre la razón y la fe: aspecto
característico de la síntesis tomística. Ahora bien, este privilegio carece de
base histórica y no tiene más efecto que el de excluir de la escolástica,
considerada como la única filosofía viva de la Edad Media, una parte importante
de los pensadores medievales. La base de este privilegio la constituye una
preferencia ideológica, historiográficamente insostenible. La filosofía
medieval, como la de cualquier otro período, puede describirse y caracterizarse
únicamente sobre la base de su problema dominante, no de una de las
soluciones que fueron dadas a dicho problema. La continuidad de esta filosofía
puede reconocerse sólo sobre el fundamento de la unidad de su problema y de las
diferencias de sus soluciones. Y la periodicidad de la misma sólo puede
efectuarse sobre la base del predominio de una u otra de las soluciones
fundamentales. A esta exigencia responde la periodicidad tradicional que distingue cuatro fases de la
escolástica. La primera, llamada preescolástica, es la del renacimiento
carolingio, en el que se presupone y se admite sin más la identidad de la razón
y la fe. En la segunda, llamada alta escolástica, que va desde mediados
del siglo XI hasta finales del XII, el problema de la relación entre la razón y
la fe comienza a esbozarse y a plantearse claramente sobre la base de la
antítesis potencial de los dos términos. En la tercera, que va desde el año
1200 hasta los primeros años del siglo XIV, aparecen los grandes sistemas
escolásticos que constituyen lo que ha dado en llamarse "florecimiento
de la escolástica". En la cuarta, que abarca el siglo XIV, se produce
la disolución de la escolástica por la reconocida insolubilidad del
problema que está en su fundamento.
Sin
embargo, concluida como período histórico, la escolástica continúa actual para
expresar la exigencia, para el hombre que vive en una tradición religiosa, de
entender y justificar racionalmente esta tradición. Esta exigencia
se representa frecuentemente en la historia de la filosofía. Otras formas de
escolástica que recurren a las formas de filosofía que van dominando se
presentarán en el curso ulterior del pensamiento filosófico.
EL
RENACIMIENTO CAROLINGIO
Los
siglos VIII y IX señalan la concentración de las fuerzas sobrevivientes de la
cultura en los grandes imperios de Occidente: el imperio árabe y el imperio
carolingio. Los dos hicieron posible un renacimiento intelectual.
Carlomagno,
por la necesidad misma de garantizar la unidad de su imperio y de
administrarlo, necesidad que requería el empleo de numerosos funcionarios
dotados de una cierta cultura, promovió y animó los estudios.
En el período precedente, éstos
habían sido cultivados solamente en las regiones periféricas: por un lado, en
las ciudades de Italia meridional, como Nápoles, Amalfi y Salerno; por el otro,
en los monasterios ingleses e irlandeses.
En la época carolingia se convirtieron en el patrimonio de las grandes abadías,
que ejercieron la función que había pertenecido primeramente a las ciudades.
A
fines del siglo VIII la obra de Alcuino fue el comienzo de la reconstrucción
intelectual de Europa. Nacido en 730 en Inglaterra, Alcuino se formó en la
escuela episcopal de York; el 781 fue llamado por el emperador Carlomagno para
dirigir su escuela palatina y se convirtió en organizador de los estudios del
imperio franco. Murió en el 804. Las obras de Alcuino están casi
exclusivamente constituidas por extractos tomados de otros autores. Su Gramática
está tomada de Prisciliano, Donato, Isidoro, Beda; su Retórica del
escrito de Cicerón De inventione, su Dialéctica de una obra seudoagustiniana
sobre las categorías. También su escrito De animae ratione ad Eulaliam
Virginem, que es el primer tratado de psicología de la Edad Media, es una
serie de extractos de Agustín y de Casiano.
Alcuino
es el gran organizador de la enseñanza en el reino franco. El ordenó los
estudios según las siete materias del trivio y del cuadrivio, que llama las
siete columnas de la sabiduría (Patr. Lat., 10.1, 853 c). En su escrito teológico sobre la Trinidad (De
fide Sanctae et individuae Trinitatis, tres libros), Alcuino trata de la
esencia divina, de las propiedades de Dios, de la trinidad de las personas, de
la encarnación y de la redención, permaneciendo del todo fiel a la especulación
de San Agustín. Como éste, insiste
sobre la imposibilidad de concebir y expresar la esencia divina, respecto a la
cual las categorías, que sirven para entender las cosas finitas, adquieren un
nuevo significado. En Dios todo se identifica: el ser, la vida, el pensamiento,
el querer y el obrar y, sin embargo, Él es la absoluta simplicidad. En su
escrito sobre el alma, dedicado a la joven Eulalia, Alcuino define el alma como
"espíritu intelectual o racional, siempre en movimiento, siempre vivo y
capaz de buena o mala voluntad". El alma recibe varios nombres según sus
funciones: se llama alma en cuanto vivifica; espíritu en cuanto contempla;
sentido en cuanto siente; ánimo en cuanto sabe; mente en cuanto comprende;
razón en cuanto juzga; voluntad en cuanto consiente; memoria en cuanto
recuerda. Pero estas funciones diversas no son propias de varias sustancias,
aunque sean indicadas con diversos nombres: constituyen todas un alma única (De
animae ratione, 11). Alcuino distingue en ella tres partes, siguiendo la
doctrina platónica: la racional, la irascible y la apetitiva. Las tres partes
del alma racional: memoria, entendimiento y voluntad reproducen la Trinidad
divina (según la doctrina de Agustín). El alma es el fundamento de la
personalidad humana; pero al yo en su totalidad pertenece no sólo el alma, sino
también el cuerpo. El alma es incorpórea, y, como tal, inmortal. Su bien más
alto es Dios y su destino es el de amar a Dios. A tal destino ella se prepara
con las virtudes, y entre éstas Alcuino coloca no sólo las cristianas: fe,
esperanza y caridad, sino también las paganas, prudencia, justicia, fortaleza y
templanza, de las cuales da definiciones platónicas tomadas del De officiis de
Cicerón.
La obra de Alcuino fue continuada
por sus sucesores. Fredegiso, que le sucedió como abad de St. Martin en Tours y
fue, desde 819 hasta el 834, año de su muerte, canciller de Ludovico Pío,
compuso una obra en la cual se planteaba la cuestión de si la nada es algo o no
(De nihilo et tenebris).Concluye que la nada en cierta manera es; y de
hecho, si se niega esto, esta misma negación es ya algo y por ella la nada en
cierta manera es (Patr. Lat., 105. °, 751). El mismo hecho de que la
nada tenga un nombre demuestra su realidad, porque un nombre que no se refiera
a alguna cosa real, no puede ser pensado. La expresión bíblica de que el mundo
ha sido creado de la nada, demuestra también la realidad de la misma; porque de
la nada proceden todos los elementos y también la luz, los ángeles y las almas
de los nombres.
Discípulo de Alcuino fue Rábano
Mauro. Nacido en Maguncia en el 776 o 784, fue primero maestro y después abad
del monasterio de Fulda; el año 847 fue nombrado arzobispo de Maguncia, donde
murió en el 856.
Rábano es considerado como el
creador de la escuela en Alemania. De la escuela de Fulda salieron un gran
número de doctores que fueron a enseñar en las provincias vecinas lo que habían
aprendido de su maestro. Una anécdota nos revela la hostilidad de algunos
eclesiásticos de su tiempo contra la cultura y la fama que había conquistado
Rábano. El
abad de Fulda se apoderó un día
de los cuadernos de Rábano y de sus discípulos y declaró que prohibía en
adelante la introducción de cualquier novedad en el monasterio. Además, empleó
a los monjes más estudiosos en trabajos pesados y continuos. Los monjes
apelaron al rey, que se pronunció contra el abad; y Rábano, reintegrado a su
cátedra, continuó sus lecciones. Sus contemporáneos le apellidaron Rábano el
Sofista.
Rábano se preocupó sobre todo de
la educación filosófica y teológica del clero. Con este fin, compuso los tres
libros Sobre la instrucción de los clérigos (De institutione clericorum), que
es una compilación, cuyo material está tomado de los Padres de la Iglesia, de
Isidoro y de Beda. Rábano insiste en la necesidad e importancia del estudio de
las artes liberales y aun de los filósofos paganos, y en particular de los
platónicos. Justifica el uso de la cultura profana con la teoría de la injusta
posesión: "Si los filósofos han dicho en sus escritos cosas verdaderas
y que están de acuerdo con la fe, no se debe temer el reprenderlos como
injustos poseedores" (III, 26). Y, en efecto, los filósofos las han
descubierto en cuanto han sido guiados por la verdad, esto es, por Dios: por
esto pertenecen no a ellos, sino a Dios. En un tratado De Universo, tomado
en gran parte de las Etimologías de
Isidoro y del De natura rerum de
Beda, recogió un rico material profano de ciencias naturales. En una glosa a
las Categorías de Aristóteles, Rábano niega, refiriéndose a la doctrina
de este filósofo, la univocidad del ser, esto es, niega que el término "ser"
conserve el mismo significado refiriéndose a todo lo que existe, y afirma, en
cambio, su equivocidad, la diversidad de sus significados. La univocidad o la
equivocidad del ser debían convertirse, en el siglo XIII, en uno de los temas
fundamentales de la polémica filosófica.
Un discípulo de Rábano, Servato
Lupo, que fue abad de Ferriéres desde el 842 hasta su muerte (862), tiene en
gran aprecio la cultura humanística y ofrece en sus Cartas el ejemplo de
un vivo interés literario y filológico. Su tratado Sobre tres cuestiones se
ocupa del libre albedrío, de la predestinación y la Eucaristía, siguiendo las
huellas de los padres y especialmente de Agustín.
De la escuela de Alcuino salió
también Pascasio Radoberto, abad de Corbie, desde el 842, y muerto en el 860.
Pascasio compuso en 831 la obra De corpore et sanguine Domini. Su mayor
obra es un Comentario al Evangelio de San Mateo. En la obra titulada De
fide, spe et charitate, distingue tres especies de cosas creíbles. La
primera es la de las que pueden ser inmediatamente creídas, como las cosas
visibles; la segunda, de las cosas que pueden ser creídas y comprendidas a la
vez, como los axiomas de la matemática y las verdades racionales. La tercera es
la de las cosas que la revelación enseña acerca de Dios; y éstas no son simultáneamente
creíbles y comprensibles, sino que deben ser primeramente creídas con todo el
corazón y con toda el alma, para ser después comprendidas. Pascasio expresa así
aquella precedencia de la fe sobre la razón que debía ser tema de la
especulación de Anselmo.
Otro monje de Corbie,
Godescalco, muerto entre el 866 y el 869, sostuvo con mucha energía, a pesar de
las condenaciones de dos sínodos, la doctrina de la doble predestinación.
Sostenía que Dios predestina tanto al bien como al mal y que algunos hombres,
por la predestinación divina que les constriñe a la muerte espiritual, no
pueden corregirse del error y del pecado, porque Dios los ha creado desde el
principio, incorregibles y destinados a la pena. Esta doctrina de la doble
predestinación, que era enseñada también por el maestro de Godescalco, el monje
Ratramno (muerto hacia el 868), fue combatida por el arzobispo de Reims,
Hinchmar, y nos es conocida precisamente por la refutación de este último.
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