CARÁCTER
DEL MISTICISMO ALEMÁN
La disolución de la escolástica,
iniciada por Duns Escoto, que se iba realizando rápidamente después de él,
hasta llegar a su punto final con Ockham y el ockhamismo, pone en primer plano
el problema de la fe. Si las verdades a las que la fe se dirige no tienen
ningún fundamento de razón, no son evidentes ni demostrables, ni siquiera
justificables, ¿qué valor tiene la fe? Duns Escoto había colocado el fundamento
de la fe en la voluntad; pero de tal manera que, en vez de justificarla, había acentuado
su arbitrariedad. De todos modos, después de él, aun este fundamento queda
destruido: se perfila una diversidad radical, que muy frecuentemente es una
antítesis entre la fe y todas las capacidades naturales del hombre. La
escolástica no alcanza nunca, sin embargo, a negar el valor de la fe; el
problema de este valor se presenta, pues, como apremiante, cuando se quita a la
misma fe el apoyo de la razón, considerada como capaz de indagar el mundo
natural, pero no de acercarse a la realidad sobrenatural y a Dios. Era menester
restablecer la posibilidad de una relación directa entre la criatura y el
Creador, para justificar la fe. Era necesario reconocer más allá o por encima
de los poderes naturales del hombre, la posibilidad de-una relación con Dios,
sin la cual la fe es imposible. Era menester admitir en el hombre un ser no de criatura
ni finito, que se identificase con el mismo ser de Dios. Tal es la tarea que se
impuso el misticismo especulativo alemán, sobre todo con el maestro Eckhart. El
problema de la fe domina enteramente la investigación especulativa de Eckhart.
La mística precedente había sido sólidamente unida a la escolástica; era una
ayuda y un complemento de esta investigación, un camino paralelo, a veces
coincidente, siempre convergente con la investigación. Pero ahora la
investigación escolástica parecía inepta para su fin; su capacidad de acercar
al hombre a la verdad revelada parecía nula. Quedaba, pues, el camino
místico; pero éste debía justificarse por sí mismo, empleando y transformando,
hasta donde fuera posible, los conceptos mismos de la escolástica, para una
justificación de la fe. Nacía así el misticismo especulativo, que no es
ya una simple descripción de la elevación del hombre hacia Dios, sino la
investigación de la posibilidad de este .ascenso y reconocimiento de su
último fundamento en la unidad esencial de Dios y el hombre.
EL MAESTRO ECKHART
Juan Eckhart, el verdadero
fundador de la mística alemana, nació hacia el 1260 en Hochheim, cerca de
Gotha. Perteneció a la orden de los dominicos y estudió en Colonia, donde fue
probablemente discípulo de Alberto Magno. Después estudió y enseñó en París,
hacia el 1300; y el año 1302 fue nombrado doctor por Bonifacio VIII. Desempeñó
cargos en su orden, dirigió en Estrasburgo la escuela teológica y en los
últimos años de su vida enseñó en Colonia. Aquí el arzobispo intentó ponerle un
proceso por herejía, el año 1326. Él se retractó condicionalmente de sus
doctrinas y apeló al Papa. Pero murió el 1327, antes de que fuera publicada la
bula que condenaba veintiocho proposiciones tomadas de su obra (27 marzo 1329).
Eckhart es autor de un Opus tripartitimi, que ha sido editado sólo en
parte recientemente, y de algunas Quaestiones y de Sermones y Tratados
en alemán. Tenemos también dos escritos suyos, en los que justifica las proposiciones
acusadas de herejía.
La
obra de Eckhart es el más grande intento de justificar especulativamente la fe,
a la cual la última escolástica había quitado todo fundamento en las
capacidades naturales del hombre. Es su obra sustancialmente una teoría de la
fe: sus fundamentos intentan establecer aquella unidad esencial entre el hombre
y Dios, entre el mundo natural y el mundo sobrenatural, que es el único que hace posible y justifica la posición de
la fe. Las veintiocho proposiciones condenadas revelan ya el intento fundamental
de la especulación de Eckhart. Afirman la eternidad del mundo, creado por Dios
contemporáneamente a la generación del Verbo, la transformación en la vida
eterna de la naturaleza humana en naturaleza divina; la identidad perfecta
entre el hombre santo y Dios; la unidad perfecta e indistinta de Dios; el
no-ser de las criaturas como tales; el valor indiferente de las obras externas;
la pertenencia al alma del entendimiento increado. Todas estas tesis
tienden a establecer la unidad esencial del hombre con Dios, de la criatura, en
cuanto posee una realidad cualquiera, y del Creador, y así ofrecer al hombre la
posibilidad de una relación con el mundo sobrenatural y con Dios.- la
posibilidad de la fe. Para fundamentar tal relación, Eckhart debe, por un
lado, negar que las criaturas tengan, como tales, una realidad propia; por
otro, reducir el verdadero ser de las criaturas al de Dios. Tales son, en
erecto, los puntos fundamentales de su metafísica.
"Todas las criaturas son una
pura nada, dice. Todo lo que no es esencia, es nada. Todas las criaturas
carecen de esencia porque su esencia depende de la actualidad de Dios. Si Dios,
por un momento, se apartase de ellas, quedarían reducidas a la nada."
Otras veces dijo y es verdad: "Quien tomase al mundo juntamente con Dios
no tendría nada más que si tuviese sólo a Dios." (Pred., IV, ed.
Quint., p. 69-70).
Frente a la
nulidad de las criaturas está el ser, todo el ser. "El ser es Dios. Esta
proposición es evidente en primer lugar porque si el ser es distinto de Dios,
Dios no existe ni es Dios. ¿De qué modo podría existir y ser algo si el ser
fuera algo ajeno y distinto de él? O también, si Dios es Dios por causa de
otro, si el ser es otro distinto de él. Por lo cual Dios y el ser son
idénticos, de lo contrario Dios tendría el ser de otro" (Prologus
generate in opus tripartitum, n. 12). Eckhart
no duda en servirse de conceptos y principios de la tradición escolástica, y
especialmente de Santo Tomás, para aclarar este punto. Admite la analogía del
ser y la distinción real entre esencia y existencia, que son los pilares del
pensamiento tomista; pero se sirve de tales principios únicamente para negar
toda realidad a la criatura en cuanto tal, y reducir el ser de la misma al ser
de Dios. La analogía del ser significa para él que "todo ser creado tiene
por Dios y en Dios, no en sí mismo, el ser, la vida y el saber, positiva y
radicalmente". Del mismo modo, afirma que las cosas están en Dios como
en la mente del artífice; pero añade también que las ideas de las cosas no son
ni creadas ni creables, sino que se identifican sin más con el Verbo y son
producidas por el Padre contemporáneamente con el Verbo mismo.
De esta
reducción total del ser a Dios deriva, en primer lugar, la coeternidad y la
unidad sustancial del mundo con Dios: "No se debe imaginar, como muchos
hacen, que Dios haya creado y producido todas las cosas no en sí sino fuera de
sí y lejos de sí; las ha creado y producido, ante todo, de sí y en sí, ya que
lo que está fuera de Dios está fuera del ser y de esta manera ni existe ni
habría sido ni creado ni producido. Por lo cual si las criaturas o todas
las cosas producidas se recogieran o nacieran fuera de Dios, serían producidas
del ser a la nada y no habría creación o producción, sino corrupción: porque la
corrupción es el camino que va del ser al no ser, es decir, a la nada' (In
Sap., VI, 8).
Dios
es, pues, el ser, todo el ser en su absoluta unidad. Como tal, es la
negación de todo ser particular, determinado y múltiple; es el no-ser de todo lo
que existe de alguna manera distinta de Él. Su nombre mismo es inefable; Ecknart
se sirve con gusto de aquella teología negativa (apofatica) de Dionisio
el Areopagita, de la cual ya se había valido Escoto Eriúgena en el comienzo de
la escolástica. "Dios no tiene nombre, porque nadie puede decir ni entender
nada de Él. Si yo digo: Dios es bueno, será más verdadero decir: yo soy bueno,
Dios no es bueno. Si yo digo.- Dios es prudente, no será más verdadero decir:
yo soy prudente. Yo digo, pues.- no es verdad -que Dios sea una esencia. Él
es una esencia superesencial y una nada superexistente"(Werke, ed.
Pfeiffer, pp. 318, 319). Como tal, más que Dios, es la divinidad, la esencia
en sí que es el fundamento común de las tres personas divinas, superior a sus
relaciones, a su distinción, a su actividad creadora; es un reposo desértico, en
el cual no hay sino unidad.
Pero
precisamente a este centro y a este fundamento último de la vida divina,
precisamente a este reposo desértico, que está más allá de la distinción y de
la actividad misma de Dios, debe tender el hombre. Y el hombre puede tender
hacia él, dada la naturaleza de su alma. Eckhart admite en ella las partes que
la tradición escolástica distinguía: la parte racional, la irascible y la
apetitiva; y por encima de éstas, la memoria, la inteligencia y la voluntad.
Pero la más alta potencia del alma no es una facultad que esté al lado de las
otras, sino que es el alma en la totalidad de su esencia, en su pura
racionalidad. En su racionalidad, el alma es verdaderamente la imagen de Dios y
como tal increada y eterna-, el alma dotada de facultades es, en cambio,
múltiple y creada. La racionalidades la ciudadela del alma, la chispa encendida
en ella por el mismo fuego divino (Ibid., p. 113). Sólo mediante
esta chispa el hombre se eleva por encima de toda actividad sensible e
intelectual, a la contemplación. Frente al conocimiento común, la contemplación
es un no-conocimiento, una situación de ceguera, un no-saber; pero ella sola es
posesión, gozo de la verdad, ella sola es la fe (Ibid., p. 567). La fe
es, pues, la reunión de la realidad última del alma y de Dios en su identidad.
Ella revela al hombre al mismo tiempo la deidad de Dios y la sustancia
del alma; y las revela como idénticas.
La fe es el nacimiento de Dios en
el hombre; por ella el hombre se convierte en hijo de Dios. La primera
condición de este nacimiento es que el hombre vuelva las espaldas al pecado, se
desinterese de todas las cosas finitas y se retraiga, por la multiplicidad de
sus poderes espirituales, hacia aquella chispa de racionalidad, que es el
dominio de lo eterno. "Nosotros no podemos ver a Dios, si no vemos todas
las cosas y a nosotros mismos como una pura nada." El hombre debe hacer
morir en sí todo lo que pertenece a la criatura, para hacer vivir en sí el ser
eterno de Dios: la muerte del ser de criatura en el hombre es el nacimiento en
él del ser divino. A este nacimiento contribuyen poco las obras externas (los
ayunos, las vigilias, las macerációnes), pero mucho las obras internas, esto
es, el profundizar en la relación con Dios, el cual ama las almas, no las obras
externas. Es necesario alcanzar a Dios, buscándolo en el punto central del
alma-, solamente allí revela Dios el fundamento de su divinidad, su entera
naturaleza, su verdadera esencia. En ese punto culminante el hombre se
convierte en una cosa con Dios, se convierte en Dios mismo; las propiedades de
Dios se convierten en las suyas. No por esto el alma se unía enteramente en
Dios: una línea sutilísima separa siempre el hombre de Dios: el hombre es Dios por
gracia, Dios es Dios por naturaleza (Ibid., p. 185).
Tales son los
rasgos fundamentales del misticismo especulativo del maestro Eckhart. Frente a
ellos parecen completamente sin relieve los problemas que suelen debatirse, en
el intento de reducir la personalidad de su autor a esquemas preestablecidos.
¿Fue el maestro Eckhart un escolástico o un místico? ¿Es ortodoxa o quizá no su
especulación? ¿El resultado de su filosofía es el panteísmo? Una solución
cualquiera de estos problemas no dice nada sobre la personalidad del maestro
Eckhart. Ya que ciertamente es un místico; pero un místico que, a diferencia de
los otros místicos medievales (los Victorinos, San Buenaventura), sabe que el
camino místico es el único que abre la puerta a la verdad revelada, a (a cual
la investigación filosófica no puede nunca conducir. El presupuesto implícito de la especulación de Eckhart es la
desconfianza de alcanzar la fe por medio de la investigación realizada por la
razón natural, desconfianza que está en la atmósfera filosófica de su tiempo y
que entonces encontraba sus más decididas expresiones. Su problema es el
problema de la fe: encontrar la posibilidad y la justificación de la fe en la
posibilidad y justificación de una relación directa entre el hombre y Dios. Para
este problema, él se vale sin escrúpulos de numerosos temas y motivos de la
tradición escolástica; pero tales temas y motivos son transformados por él y
entendidos desde un ángulo visual que ya no es el que representa su genuino
significado.
En cuanto a su ortodoxia, debe
necesariamente aparecer como no ortodoxo, si se toma como medida de la
ortodoxia el tomismo o la antigua tradición medieval. Pero su especulación es
el último gran intento medieval de dar a la fe religiosa un fundamento
metafísico. En fin, si se mira la separación que Eckhart pone entre las
criaturas como tales, consideradas como una pura nada, y Dios, Eckhart está muy
lejos del panteísmo; pero si se mira la identidad que Eckhart establece entre
el ser auténtico de las criaturas, y en primer lugar del alma, y el de Dios,
el panteísmo puede aparecer como último resultado dé su investigación. Puede
aparecer; pero, en realidad, el panteísmo, en las expresiones típicas que
debía tomar durante el Renacimiento, es siempre naturalismo, y el naturalismo
está muy lejos de la especulación eckhartiana, la cual está completamente
absorta en el problema de la fe y ve en la unidad de la criatura con Dios el
único camino por el cual el hombre puede volver a unirse con Dios.
LA MÍSTICA ALEMANA
Discípulos inmediatos de Eckhart
son Juan Tauler y Enrique Suso. Juan
Tauler nació hacia el 1300 en Estrasburgo y perteneció a la orden de los dominicos.
En la lucha entre Ludovico el Bávaro y el Papa, estuvo de parte del Papa. Su
actividad se desarrolló como predicador entre Estrasburgo, Basilea y Colonia.
Murió en Estrasburgo, el año 1361. La doctrina expuesta en sus Sermones es
sustancialmente la de Eckhart. Como éste, distingue
de Dios, como trinidad y actividad creadora, la esencia divina, que en su unidad
simplicísima es el fundamento de Dios. Como Eckhart, distingue en el alma sus
facultades diversas y su sustancia última, que es la luz de la razón. En fin,
como Eckhart, afirma la identidad del alma con el ser de Dios y delinea el
camino por medio del cual esta identidad puede ser alcanzada y Dios puede nacer
en el hombre.
Con todo,
modifica en un punto capital la doctrina de Eckhart: la identidad absoluta del
ser de las criaturas con el ser de Dios, en la cual Eckhart había insistido con
tan enérgicas paradojas. La esencia divina permanece por encima de toda altura,
donde jamás puede alcanzarla ninguna criatura; y por esto si el espíritu humano
"se pierde en Dios y se anega en el mar sin fondo de la divinidad",
el yo espiritual no debe disolverse, sino que debe penetrar esencialmente
íntegro en el recinto del misterio divino. Estas atenuaciones expresan, sin
embargo, exigencias cuyo fundamento no se descubre en las bases de aquella
teoría de la fe, que Eckhart había desarrollado con inflexible lógica.
Enrique
Suso
(Seuse) nació hacia el 1295 en Constanza y perteneció también a la orden
de los dominicos. Estudió en Colonia con el maestro Eckhart, fue predicador
famoso y murió en Ulm el 1366. Es autor de un Librilo de la verdad, de
un Librilo de la eterna sabiduría, que él mismo tradujo al latín con el
título de Horologium Sapientiae, y es su biografía, y de numerosas Cartas,
Las obras de Suso están sostenidas por un intenso fuego lírico; pero tienen
escasa originalidad especulativa. El
esqueleto de su pensamiento está tomado de Eckhart. Se preocupa, como Tauler,
de establecer una línea de demarcación entre el ser de las criaturas y el ser
de Dios. Todas las criaturas en Dios son Dios, dice, y no tienen ninguna distinción
fundamental entre sí. Pero la forma natural de cada una de ellas es distinta de
la esencia divina y de todas las otras formas naturales (Schriften, ed.
Bihlmeyer, p. 331). Una cosa es la separación, otra la distinción: el alma y el
cuerpo no están separados, porque el uno está en el otro, pero son distintos,
porque el alma no es el cuerpo, ni el cuerpo es él alma. De la misma manera, la
esencia de la criatura es distinta, pero no separada, de la esencia de Dios y
de la esencia de las otras criaturas. La esencia divina no es la esencia de la
piedra ni la de la piedra es la divina ni la de las otras criaturas (Ibid., p.
354). Por esto, también, la unidad del hombre con Dios es interior a la de Dios
consigo mismo, del Hijo con el Padre. Y, en efecto, .el Hijo de Dios es tal por
naturaleza y no tiene una personalidad independiente de esta naturaleza suya;
el hombre, en cambio, tiene una personalidad natural, que lo distingue de Dios;
su nacimiento como hijo de Dios es, pues, sólo un renacer (Ibid., p. 355).
Tauler y Suso, que contribuyeron
enormemente con su actividad literaria sus sermones a la difusión del misticismo
especulativo de Eckhart, no son pensadores originales. El influjo de Eckhart se
hace sentir también en una obra mística, la Teología alemana, compuesta
en Francfort por un dominico anónimo de la segunda mitad del siglo XIV y que
fue publicada por vez primera por Lutero (1516-1518).
Pertenece
al círculo del misticismo alemán el flamenco Juan de Ruysbroeck, llamado el
Admirable (1293-1381), autor de numerosas obras místicas, entre las cuales
la más importante es El ornamento de las bodas espirituales. Se
encuentran en Ruysbroeck los temas fundamentales de la especulación de Eckhart.
"El espíritu posee a Dios esencialmente en su desnuda naturaleza y Dios
posee el espíritu. El espíritu vive en Dios y Dios vive en él. Esta unidad
esencial reside en Dios, si ella faltase, toda criatura sería reducida a la
nada" (De ornatu spir. nupt., II, 59). La vida contemplativa es la
realización plena de esta unidad. "Nosotros contemplamos intensamente lo
que somos; y lo que contemplamos, eso mismo somos- así nuestra mente, vida y
esencia.es elevada y unida a la verdad misma, que es Dios. En esta simple e
intensa contemplación somos una única vida y un único espíritu con Dios. A ésta
llamo yo vida contemplativa" (De cálculo, 10). Pero también
Ruysbroeck tiene por imposible que en la contemplación el hombre pierda
enteramente su esencia de criatura (De ornatu spir. nupt., I I I, 1).
Nuestra unión con Dios está condicionada por nuestro conocimiento de Dios y de
Cristo; de lo contrario, también una piedra podría alcanzar la vida eterna.
Nosotros somos uno con Dios y, sin embargo, permanecemos eternamente distintos
de lo que Él es.
1 comentario:
El misticismo alemán se personaliza en Nietzsche que cuida su lenguaje con palabras diferentes pero que digan lo mismo.
Publicar un comentario