Con el reconocimiento del
carácter esencial y determinante de la relación del hombre con la naturaleza,
el humanismo establece la premisa fundamental de la investigación experimental
moderna. Se ha insistido mucho, en estos últimos tiempos, sobre la importancia
de la contribución que los escolásticos del siglo XIV dieron a la formación de
la ciencia moderna, con la crítica de fundamentales teorías aristotélicas como
la del movimiento de los astros y de los proyectiles (§ 325). Comparando estas contribuciones
con la hostilidad que los humanistas manifiestan hacia Aristóteles como físico
y, en general, hacia las especulaciones físicas y metafísicas de los
escolásticos, se ha llegado a veces a la conclusión de que el desarrollo de la
ciencia moderna está más vinculado al aristotelismo tradicional que al
humanismo renacentista.
No obstante, ya se ha visto que
la aversión hacia el Aristóteles físico y la preferencia otorgada al
Aristóteles moral es para los humanistas un motivo polémico encaminado a
acentuar la importancia que ellos pretenden dar a las disciplinas morales
consideradas como indispensables para dirigir la vida activa del hombre. Este
motivo polémico no implicaba la aversión a la naturaleza o a la investigación y
observación directa de la naturaleza, pues el arte del Renacimiento, tan
estrechamente emparentado con el movimiento humanista la consideraba como su
fundamento, su guía y su ideal. Ahora bien, la investigación científica, tal
como se anunció en las intuiciones de Leonardo y en la obra de Galileo, era una
investigación fundada en la observación y en la experiencia. Pero la
observación y la experiencia no son cosas que pueden ser sólo anunciadas y
programadas ni que pueden quedar en la fase de simples ideas, sino que,
efectivamente, deben ser emprendidas y llevadas a término. Pero no pueden ser
emprendidas ni llevadas a término como no sea movidas por un interés vital; y
este interés puede constituirlo únicamente la convicción de que el hombre está
sólidamente afianzado en el mundo de la naturaleza y que sus facultades
cognoscitivas más eficaces y más propias son las que derivan precisamente de su
relación con la naturaleza. Cuando Galileo ponía, junto a los razonamientos
matemáticos, como única fuente de conocimiento, la "sensata
experiencia", señalaba claramente el cambio de orientación que constituye
la basé del esfuerzo experimental de la ciencia moderna.
Antes que él, Bernardino Telesio,
aunque sin embarcarse en operaciones de investigación, había afirmado en el De
rerum natura juxta propria principia que los principios propios del mundo
natural, únicos capaces de explicarlo, son los principios sensibles, estableciendo
la ecuación entre "lo que la naturaleza misma manifiesta" y "lo que
los sentidos hacen percibir Dirigirse a la experiencia sensible, interrogarla y
hacerla hablar es el único camino que, desde este punto de vista, conduce a
explicar la naturaleza por la naturaleza, es decir, que no recurre a principios
ajenos a la misma naturaleza. Esta autonomía del mundo natural, que es el
presupuesto de toda investigación experimental, es un aspecto de la actitud
humanista que trata de interpretar cada cosa en sus elementos constitutivos y
en su valor intrínseco. Así que, desde
un punto de vista general puede afirmarse que el Renacimiento ha puesto las
condiciones necesarias para el desarrollo de una investigación experimental de
la naturaleza, que son:
1)
que el hombre no es un huésped provisional de la naturaleza sino un ser natural
en sí mismo que tiene su patria en la naturaleza;
2)
que el hombre, como ser natural, tiene no sólo interés sino capacidad de
conocer la naturaleza.
3)
que la naturaleza sólo puede ser interrogada y comprendida con los instrumentos
que ella misma proporciona al hombre.
Claro está que se trata de
condiciones generales pero no determinantes que, por lo mismo, no pueden dar
razón de todas las características con que la ciencia moderna aparece provista
en sus inicios. Estas características se determinan también por otros factores,
asimismo pertenecientes preferentemente al humanismo renacentista.
El primero de ellos lo proporciona
precisamente aquel "retorno a lo antiguo" que es la tendencia propia
del humanismo. El retorno a lo antiguo produjo la reviviscencia de doctrinas y
de textos que habían sido descuidados durante siglos, tales como las doctrinas
heliocéntricas de los pitagóricos, las obras de Arquímedes, de los geógrafos,
de los astrónomos y de los médicos de la antigüedad. Muchas veces los textos antiguos
facilitaron la inspiración o el punto de partida para nuevos descubrimientos
como ocurrió, sobre todo, con Arquímedes en quien tan frecuentemente se
inspiraba Galileo. Por otra parte, el aristotelismo renacentista, mientras
fomentaba una lectura nueva y más libre de Aristóteles, elaboraba con toda
eficacia, en controversia con las concepciones teológicas y milagrosas, el
concepto de un orden natural inmutable y necesario, fundado en la cadena causal
de los acontecimientos.
Este concepto vino a constituir
el esquema general de la investigación científica. La magia, puesta en primer
plano por el Renacimiento, con su correspondiente aceptación y difusión,
contribuyó a determinar el carácter activo y operativo de la ciencia moderna,
que consiste en dominar y someter a las fuerzas naturales para dirigirlas al
servicio del hombre. Finalmente, del platonismo y del pitagorismo antiguo
derivó otro presupuesto suyo fundamental, en el que insisten tanto Leonardo
como Copérnico y Galileo: la naturaleza está escrita con caracteres matemáticos
y el lenguaje propio de la ciencia es el de la matemática.
En todos estos factores que, con
diversa importancia y de diferentes maneras condicionan los inicios de la
ciencia experimental en Europa, el Renacimiento se halla presente, en forma
directa o indirecta, en alguno de sus aspectos esenciales. Naturalmente que,
entre estos factores, pueden y deben incluirse las críticas que los
escolásticos del siglo XIV (Ockham, Buridán, Alberto de Sajonia, Nicolás de
Oresme) habían formulado contra algunos puntos fundamentales de la física
aristotélica. Estas críticas derivan (no hay que olvidarlo) de la orientación
empírica que Ockham hizo predominar en la última escolástica: cuando, por la
reconocida imposibilidad de la tarea de interpretación y de defensa de las
verdades teológicas, la filosofía había quedado disponible para otros objetivos
e intereses. Aquellas críticas derivan su valor, no del hecho de inscribirse en
el aristotelismo tradicional, sino de ser anti-aristotélicas y constituir la
primera manifestación de aquella rebelión del aristotelismo que, en la segunda
mitad de aquel mismo siglo y durante el siglo siguiente, dieron lugar al
humanismo.
En consecuencia, constituyen no
ya la soldadura entre el aristotelismo y la ciencia, sino por el contrario, la
primera ruptura del frente aristotélico tradicional. Sin embargo, al
aristotelismo del siglo XIV (como a gran parte del aristotelismo renacentista)
le faltaba el reconocimiento de la naturalidad del hombre y de sus
medios de conocimiento, que es la condición indispensable para toda
investigación experimental de la naturaleza. En este aspecto, el aristotelismo
no podía proporcionar a la ciencia ningún impulso o motivo de vida. Sólo la
rebelión humanista pudo realizar el cambio radical de perspectiva del que nació
la investigación científica y la nueva concepción del mundo.
Esta
concepción, a la que contribuyeron por igual platónicos como Cusano y Fiemo,
filósofos naturalistas como Telesio y Bruno, científicos como Copérnico y Galileo
es (bueno será recordarlo) la antítesis exacta de la aristotélica. El mundo no
es una totalidad finita y acabada, sino un todo infinito y abierto en toda
dirección. El orden del mismo no es finalista sino causal: no consiste en la
perfección del todo y de las partes sino en la concatenación necesaria de los
acontecimientos. El hombre no es el ser en quien desemboca la teleología del
universo y cuyo destino está confiado a esta teleología; sino un ser natural
entre todos los demás que, además, tiene la capacidad de proyectar y realizar
su propio destino. El conocimiento humano del mundo no es un sistema fijo y
acabado, sino el resultado de tentativas siempre renovadas que continuamente
deben ser sometidas a control. El instrumento de este conocimiento no es una
razón supramundana e infalible, sino un conjunto de poderes naturales, falibles
y corregibles. Estos son los rasgos de la concepción general que todavía se mantiene
en el fondo de nuestra ciencia y de nuestra civilización.
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