Filosofía Medieval: Cap III, La Filosofia Patristica en los Siglos III y IV




CARACTERES DEL PERIODO
La elaboración doctrinal del cristianismo, iniciada por los apologetas para defender la comunidad eclesiástica contra perseguidores y herejes, fue continuada y profundizada en siglos sucesivos por una necesidad interna, que se va afirmando cada vez más en el campo mismo de la Iglesia.
En esta sucesiva elaboración dominan menos los motivos polémicos y más la exigencia de constituir la doctrina eclesiástica como un organismo único y coherente, fundado sobre una sólida base lógica.
El uso de la filosofía se hace por esto cada vez mayor. La continuidad que los apologetas orientales, comenzando con San Justino, habían establecido entre el cristianismo y la filosofía pagana, se solidifica y profundiza.
El cristianismo se presenta como la filosofía auténtica que absorbe y lleva a la verdad el saber antiguo, del cual puede y debe servirse para obtener los elementos y motivos de su propia justificación.
Las doctrinas fundamentales del cristianismo reciben, mediante este trabajo, su sistematización definitiva. El período que va desde el 200 al 450 es decisivo para la construcción de todo el edificio doctrinal del cristianismo.
Las esperanzas escatológicas de las numerosas sectas cristianas, que habían dominado el período precedente, disminuyen. Si frente al inminente retorno de Cristo, el trabajo largo y paciente de la investigación doctrinal parecía casi inútil, y ocupaban el primer lugar los ritos propiciatorios y preparatorios, una vez perdida la expectación ante aquel retorno, la investigación doctrinal se convierte en la primera y fundamental exigencia de la Iglesia, que es la que debe garantizar su unidad y solidez en la historia.
El primer impulso para tal investigación fue dado por la escuela catequética de Alejandría, que existía ya desde hacía mucho tiempo, cuando, en 180, llegó a presidirla Panteno, que le dio el carácter de una academia cristiana en la cual toda la sabiduría griega era utilizada para los fines apologéticos del cristianismo. La escuela alcanzó su máximo esplendor con Clemente y Orígenes; pero cuando, en 233, Orígenes buscó en Palestina una nueva patria y abrió en Cesárea su escuela, ésta suplantó a la otra y se convirtió en la sede de una gran biblioteca que fue la más rica de toda la antigüedad cristiana.

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
Tito Flavio Clemente nació hacia el 150, probablemente en Atenas.
Convertido al cristianismo, viajó por Italia, Siria, Palestina y finalmente por Egipto. En Alejandría, poco antes del 180, se hizo discípulo de Panteno y luego presbítero de aquella Iglesia. Desde el 190, más o menos, fue colaborador y ayudante en la enseñanza de Panteno y después de la muerte de éste (hacia el 200), se convirtió en director de la escuela catequética. En el 202 o 203 fue obligado a abandonar Alejandría por la persecución de
Septimio Severo; hacia el 211 estaba en Asia Menor con su discípulo Alejandro, que fue después obispo de Jerusalén: en una carta de Alejandro a Orígenes, de 215 o 216, se habla de Clemente como de un padre ya muerto (Eusebio, Hist. eccl., VII, 14, 8-9).
Los tres escritos que nos quedan de Clemente, Protréptico a los griegos, Pedagogo y Tapetes, fueron concebidos por él como tres partes de un único plan, de una progresiva introducción al cristianismo. El Protréptico, o exhortación a los griegos, se acerca mucho en su contenido y forma a la literatura apologética del siglo II. El Pedagogo, en tres libros, se propone educar en la vida cristiana al lector que ya se ha separado del paganismo. Los
Tapetes o Stromata, esto es, "tejidos de comentarios científicos sobre la filosofía", debían tener por finalidad el exponer científicamente la verdad de la revelación cristiana. Se ha perdido su obra titulada Hipotiposis (esquemas o esbozos) y nos ha quedado una homilía que tiene por título ¿Qué rico se salvará?
El primer fin de Clemente es elaborar el concepto mismo de una gnosis cristiana. No hay duda de que el conocimiento es el límite más alto a que el hombre puede llegar. Es el ápice (Teleiosis) del hombre: es la sólida y segura demostración de lo que ha sido aceptado por la fe, y frente a él la fe es sólo el conocimiento abreviado y sumario de las verdades indispensables (Stromata, VII, 10). Pero, por otra parte, la fe es condición del conocimiento. Entre fe y conocimiento hay la misma relación que los estoicos establecían entre prolepsis, esto es, el conocimiento preliminar de los primeros principios, y la ciencia: como la ciencia supone la prolepsis, así la gnosis supone la fe. La fe es tan necesaria al conocimiento como los cuatro elementos son necesarios para la vida del cuerpo (Ibid., II, 6). Fe y conocimiento no pueden subsistir la una sin el otro (Ibid., II, 4). Pero para llegar de la fe al conocimiento es necesaria la filosofía. La filosofía ha tenido para los griegos el mismo valor que para los hebreos la ley del Viejo Testamento: los ha conducido a Cristo. Clemente admite, como Justino, que en todos los hombres, pero especialmente en los que se han dedicado a la  especulación racional, hay un "efluvio divino", una "chispa del Logos divino" que les descubre una parte de la verdad, aunque no les haga capaces de llegar a la verdad entera, que sólo es revelada por Cristo (Protréptico, 6, 10; 7, 6). Ciertamente los filósofos han mezclado lo verdadero con lo falso; se trata, pues, de escoger entre sus doctrinas lo que haya de verdad, abandonando lo falso, y la fe otorga el criterio de esta selección (Strom., II , 4). La filosofía debe ser en este sentido la sierva de la fe, como Agar de Sara (Ibid., I, 5). En esta subordinación de la filosofía a la fe consiste el carácter de la gnosis cristiana. La gnosis de los gnósticos es una falsa gnosis, porque establece entre filosofía y fe la relación inversa: si al gnóstico le fuese planteada la elección entre la gnosis y la salvación eterna, escogería la gnosis, porque la considera superior a todo (Ibid., IV, 22). Este concepto de gnosis influye poderosamente en las doctrinas teológicas de Clemente. El cristianismo es la educación progresiva del género humano y Cristo es esencialmente el Maestro, El Pedagogo. Tal interpretación se hace predominante en la Iglesia a medida que disminuyen las esperanzas en la inmediata venida de Cristo y, por consiguiente, en la inmediata destrucción o regeneración del mundo. El concepto de una regeneración instantánea es sustituido por el de una regeneración gradual que debe verificarse a través de la historia con la asimilación y la comprensión progresiva de la enseñanza de Cristo. Esta interpretación, ya clara en Clemente, dominará toda la obra de Orígenes.
Frente a Dios, que es inasequible, porque supera toda palabra y todo pensamiento y del cual podemos saber lo que no es, más bien que lo que es, el Logos es la sabiduría, la ciencia, la verdad y, como tal, el guía de toda la humanidad (Ped., 1, 7). El Logos es el alfa y la omega, porque todo proviene de Él y todo vuelve a Él (Strom., IV, 25). La acción misma del Espíritu Santo está subordinada al Logos, ya que el Espíritu es la luz de la verdad, la luz de la cual participan, sin multiplicarla, todos aquellos que tienen fe (Ibid., IV, 16). Como supremo maestro, el Logos es también guía y norma de la conducta humana. La máxima estoica del "vivir conforme a razón", toma en Clemente el significado de vivir conforme a las enseñanzas del Hijo de Dios (Ibid., VII, 16). Pero obedecer al Logos significa amarle; la obediencia y el amor están condicionados por el conocimiento. A la fe le es dado el conocimiento, al conocimiento el amor, al amor el premio celestial (Ibid., VII, 10).

ORÍGENES: VIDA Y ESCRITOS
Orígenes nació en 185 o 186, probablemente en Alejandría, de padres cristiano
El padre, Leónidas, murió mártir en la persecución de Septimio Severo, el 202 o 203, y el hijo, que quería correr la misma suerte que su padre, fue salvado por la madre (Eusebio, Hist. Eccl. 2-5). A los 18 años, el año 203, fue nombrado director de la escuela catequética, como sucesor de Clemente, que se había ido, por Demetrio, obispo de Alejandría. Desde esta fecha hasta el 215 o 216 desarrolló una actividad ininterrumpida; y a través del estudio de los filósofos griegos y los textos sagrados, llego a formular las bases de su sistema. En este período su celo religioso le llevó a emascularse.
Sin duda había tomado al pie de la letra la palabra evangélica (Mat., XIX, 12), que alaba a aquellos que se hacen eunucos por amor del reino de los cielos. Pero probablemente, como el mismo Eusebio observa (IV, 23, 1), quería quitar todo pretexto a la malignidad pública, puesto que su escuela era frecuentada también por mujeres.
En el 215 o 216 los extraños estragos hechos por Caracalla en Alejandría obligó a Orígenes a huir a Palestina, donde los obispos Alejandro de Jerusalén y Teoctisto de Cesárea le acogieron con honor y le hicieron predicar en sus iglesias. Demetrio no aprobó esta predicación de un lego e impuso a Orígenes su vuelta a Alejandría. Allí reemprendió su actividad como maestro y escritor, que era intensísima: un discípulo, Ambrosio, había puesto a su disposición siete taquígrafos y varios copistas (Euseb., IV, 23, 2). Ordenado sacerdote durante un viaje, cayó en desgracia del obispo Demetrio y fue expulsado de Alejandría. Entonces residió en Cesárea, donde fundó una escuela teológica que pronto floreció y en la que permaneció hasta su muerte. Murió mártir durante la persecución de Decio. Orígenes sufrió tortura en la prisión y poco después murió en Tiro, a los sesenta y nueve años y, por tanto, el 254 o 255.
Un discípulo suyo, Gregorio el Taumaturgo, nos da interesantes detalles de su enseñanza en Cesárea (Panegiricum in Orig., 7-15). Principio y base de la enseñanza de Orígenes era el estudio de la dialéctica. A él seguía el estudio de las ciencias naturales, de las matemáticas, de la geometría, de la astronomía; la geometría era considerada como modelo de todas las demás ciencias. A continuación se estudiaba la ética, que tenía por objeto las cuatro virtudes cardinales de Platón y la caridad cristiana. Un sitio eminente tenía en este curso de estudios la filosofía griega, y el punto culminante estaba representado por la teología.
La producción literaria de Orígenes fue amplísima: se le atribuye un número de obras que va de 600 (según Epifanio, Haer., 64, 63) a 800 (según San Jerónimo, Epist., 33). Pero el edicto de Justiniano contra él (543) y el juicio del V Concilio ecuménico (553) que le incluía entre los herejes, provocaron la pérdida de una buena parte de la producción de Orígenes. Nos quedan: una obra apologética en ocho libros, Contra Celsum, dirigida contra el neoplatónico Celso, que en 178 había escrito un Discurso verdadero para refutar el cristianismo; un tratado dogmático, el De principiis, que nos ha llegado sólo en una traducción latina arreglada por Rufino, el cual se ha preocupado de atenuar o eliminar las afirmaciones que estaban en conflicto con las decisiones del Concilio de Nicea; partes o fragmentos de sus vastísimos comentarios bíblicos; dos escritos, Sobre la oración y Exhortación al martirio ·, dos cartas y fragmentos de otras obras. Las obras exegéticas, que indudablemente constituían su más amplia producción, eran de tres clases: escolios, esto es, notas sobre pasajes difíciles de la Biblia; homilías o discursos sagrados sobre capítulos de la Biblia; comentarios o tomos, que eran análisis minuciosos de libros enteros de la Biblia. De todos estos escritos, las partes más notables que nos han quedado son las del comentario al Evangelio de San Mateo, del cual tenemos los libros X-XVII, el comentario al Evangelio de San Juan, del que nos quedan nueve libros no consecutivos, y el de la Epístola a los
Romanos, del que tenemos un arreglo de Rufino en diez libros.

ORÍGENES: FE Y GNOSIS
La doctrina de Orígenes es el primer gran sistema de filosofía cristiana. En el prólogo al De principiis, él mismo señala la finalidad que se ha impuesto. "Los Apóstoles, dice, nos han transmitido con la mayor claridad todo lo que han juzgado necesario a todos los fieles, aun a los más lentos en cultivar la ciencia divina. Pero han dejado a los dotados de dones superiores del espíritu y especialmente de la palabra, de la prudencia y de la ciencia, el cuidado de buscar las razones de sus afirmaciones. Sobre otros muchos puntos, se limitaron a la afirmación y no han dado ninguna explicación, para que aquellos sucesores suyos que tengan pasión por la sabiduría puedan ejercitar su ingenio" (De princ., pref., 3). Orígenes distingue aquí las doctrinas esenciales y las doctrinas accesorias del cristianismo. El cristiano que ha recibido la gracia de la palabra y de la sabiduría tiene la obligación de interpretar las primeras y explicar las segundas. La primera función es indispensable para todos; la segunda es una investigación supletoria, inspirada por un particular amor a la sabiduría, y consiste en el simple ejercicio de la razón. Orígenes ha emprendido una y otra investigación. Su trabajo exegético de los textos bíblicos tiende a poner en claro el significado oculto y, por consiguiente, la justificación profunda de las verdades reveladas. Distingue un triple significado de la escritura: el somático, el psíquico y el espiritual, que se relacionan entre sí como las tres partes del alma: el cuerpo, el alma y el espíritu (De princ., IV, 11). En la práctica, no obstante, contrapone al significado corpóreo o literal, el significado espiritual o alegórico y sacrifica resueltamente el primero al segundo cada vez que lo considera necesario (Ibid., IV, 12).
El paso del significado literal al significado alegórico de las Sagradas Escrituras es el paso de la fe al conocimiento. Orígenes acentúa la diferencia entre la una y el otro y afirma la superioridad del conocimiento, que compendia en sí a la fe (In Job., XIX, 3). Profundizando en sí misma, la fe se convierte en conocimiento: este proceso se verifica en los mismos apóstoles, que primeramente han alcanzado por la fe los elementos del conocimiento, y después han progresado en el conocimiento y llegado a ser capaces de conocer al Padre (In Mat., XII. 18). La fe misma, pues, por una exigencia intrínseca, busca sus razones y se convierte en conocimiento.
Veremos en seguida que la redención del hombre, su retorno gradual a la vida espiritual, de que gozaba en el mundo inteligible en el acto de la creación, es entendido por Orígenes como educación para el conocimiento.
Ahora bien, respecto al grado más alto del conocimiento, la enseñanza de las Escrituras es insuficiente. Las Escrituras son tan sólo elementos mínimos del conocimiento completo y constituyen la introducción al mismo (In Job., XIII, 5-6). Por encima del Evangelio histórico y como complemento de las verdades reveladas en él, hay un evangelio eterno que vale en todas las épocas del mundo y solamente a pocos les es dado conocer (De principiis, IV, 1 sigs. ;In Job., I, 7).

ORÍGENES: DIOS Y EL MUNDO
La primera preocupación de Orígenes es afirmar contra los herejes la espiritualidad de Dios. Dios no es un cuerpo y no existe en un cuerpo; su naturaleza es espiritual y simplicísima. Su ser homogéneo, indivisible y absoluto, no puede ser considerado como el todo ni como una parte del todo, porque el todo está compuesto de partes (Contra Cels., I, 23). Para indicar la unidad de Dios, Orígenes se sirve del término pitagórico de mónada, al lado del cual emplea el término neoplatónico de énada, que expresa aún más netamente la singularidad absoluta de Dios (De princ., I, 1,6).
Dios es superior a la misma sustancia, ya que no participa de ella; la sustancia participa de Dios, pero Dios no participa de nada. El Logos se puede decir que es el ser de los seres, la sustancia de las sustancias, la idea de las ideas; Dios está más allá que todas estas cosas (Ibid., VI, 64). Orígenes rechaza decididamente los antropomorfismos del Viejo Testamento, interpretándolos alegóricamente. Decir que Dios tiene forma humana y está agitado por pasiones como las nuestras, es la mayor de las impiedades (Ibid., IV, 71). La omnipotencia de Dios está limitada por su perfección. Dios puede hacer todo lo que no es contrario a su naturaleza; pero no puede cometer injusticia, porque el poder ser injusto es contrario a su divinidad y a su potencia divina (Ibid., III, 70). Dios es vida, pero en un sentido diverso de la vida de nuestro mundo: es la ida absoluta, esto es, en su absoluta inmutabilidad (In Job., I, 31). Dios es el bien en el sentido platónico, ya que a Él solo pertenece la bondad absoluta: el Logos es imagen de la bondad de Dios, pero no es el bien en sí (In Math., XV, 10).
La providencia divina está dirigida en primer lugar a la educación de los hombres. Recogiendo y ampliando el concepto de Clemente, Orígenes compara la acción de Dios a la de un pedagogo o de un médico que castiga e inflige males y dolores para corregir o para sanar (Contra Cels., VI, 56). Así se explica la misma severidad divina, de la cual los libros del Viejo Testamento nos dan tantos ejemplos. "Si Dios fuese solamente bueno y no fuese severo, nosotros despreciaríamos su bondad; si fuese solamente severo sin ser bueno, nuestros pecados nos conducirían a la desesperación" (In Jerem., IV, 4).
Frente a la trascendencia divina, afirmada en términos tan rigurosos, el Logos se halla en una posición subordinada. Es ciertamente coeterno con el Padre, el cual no lo sería si no engendrase al Hijo; pero no es eterno en el mismo sentido. La eternidad del Hijo depende de la voluntad del Padre: Dios es vida y el Hijo recibe la vida del Padre. El Padre es el Dios, el Hijo es Dios (In Joh., II, 1-2). El Espíritu Santo es creado no directamente por
Dios, sino a través del Logos (Ibid., II, 10). El Espíritu Santo lo entiende Orígenes como una fuerza puramente religiosa, que no tiene en el mundo ninguna tarea propia.
Recogiendo la doctrina platónica del Fedro, no sin experimentar el influjo de los gnósticos y especialmente de Valentino, Orígenes explica la formación del mundo sensible por la caída de las sustancias intelectuales que habitaban el mundo inteligible. Las inteligencias incorpóreas, que constituyen el mundo inteligible, son creadas y como tales sujetas a cambio; están, además, provistas de libre albedrío. Su caída se explica por la pereza y repugnancia hacia el esfuerzo que la práctica del bien exige. Dios había establecido que el bien dependiese exclusivamente de la voluntad de aquéllas y las había creado por ello libres. Descuidando y oponiéndose al bien, han procurado su caída, ya que la ausencia del bien es el mal y en la medida en que nos alejamos del bien caemos en el mal. Así las inteligencias han sido conducidas al mal, a medida que han descuidado más o menos el bien, conforme al movimiento secreto de cada una de ellas (De princ., III, 9, 2; fr23 a). Orígenes insiste en la libertad del acto que ha provocado su caída. La doctrina gnóstica había negado esta libertad: Orígenes combate vivamente al gnosticismo (Ibid., 1, 8, 2-3). El mismo demonio, dice, no es malo por naturaleza, sino que lo ha sido por su voluntad (In Joh., XX, 28). La caída es debida a un acto libre de rebelión contra Dios en que participaron todos los seres suprasensibles, con la sola excepción del Hijo de Dios.
Su primer resultado es que las inteligencias se convierten en almas, destinadas a revestirse del cuerpo, más o menos luminoso o más o menos tenebroso, según la gravedad de la culpa original. El segundo grado de la caída es precisamente el revestirse del cuerpo. Aparece entonces el mundo visible en la variedad y multiplicidad de los seres que lo constituyen. Y así algunas inteligencias se convierten en almas de los cuerpos celestes, etéreos, luminosos y sutiles. Otras se convierten en ángeles, a los cuales Orígenes da los nombres bíblicos de tronos, potestades, dominaciones, etc., destinados a ser los ministros de Dios cerca de los hombres. Otras todavía "descienden hasta la carne y la sangre" y se convierten en hombres. Las últimas, en fin, se convierten en demonios.
El mundo visible no es, pues, otra cosa que la caída y degeneración del mundo inteligible y de las puras esencias racionales que lo habitan. Orígenes admite una pluralidad sucesiva de mundos; pero, corrigiendo al estoicismo, niega que estos mundos sean la repetición uno del otro. La libertad de que están dotados los hombres impide tal repetición (Contra Cels., IV, 67-68). Con todo, después que se han sucedido un número indeterminado de mundos, llega el fin. El mundo visible volverá al invisible. Los seres racionales habrán expiado a través de la serie de vidas sucesivas en los diversos mundos, su pecado original, y llegarán a la perfección y a la salvación final. Podrán entonces ser restituidos a su condición primitiva y conocer a Dios (In Joh., I, 16, 20).
En este proceso de caída del mundo inteligible en el mundo sensible y del retorno del mundo sensible al inteligible, el Logos tiene una misión esencial.
En primer lugar, Orígenes atribuye al Logos la misma función que le atribuían los estoicos: el Logos es el orden racional del mundo, la fuerza que determina su unidad ν lo dirige. Precisamente como tal, se distingue de Dios. Solamente el Padre es el Dios en (A u t o q e o j). El Logos es la imagen y el reflejo de Dios. Es distinto del Padre "por la esencia ν el sustrato" y dejaría de ser Dios si no contemplase continuamente al Padre (Ibid., XV, I; II, 2). Por esta naturaleza suya subordinada, el Logos ha recibido del Padre el encargo de penetrar en la obra de la creación y de infundirle orden y belleza (Ibid., VI, 38, 39). Pero, en segundo lugar, el Logos vive en los hombres, que participan todos de él (Ibid., I, 37): aun permaneciendo idéntico a sí mismo, el Logos se adapta a los hombres y a su capacidad de llegar hasta él (Contra Cels., IV, 15); y se reviste de formas diversas, según aquellos que se acercan a conocerle, esto es, según su disposición y capacidad de progreso (Ibid., IV, 16). El Logos es, pues, la fuerza inmanente que diviniza al mundo y al hombre.
En la misma medida en que se acerca al mundo y al hombre para penetrarlos y volverlos a conducir a la perfección originaria, se aleja del Padre.
Precisamente la función del Logos en el hombre exige y justifica la encarnación. Por ella el Logos se apropia de un cuerpo mortal y de un alma humana. Ni uno ni otro son algo divino: solamente es divino el Logos, que permanece inmutable en su esencia y no sufre nada de lo que le sucede al cuerpo y al alma de Cristo (Contra Cels., IV, 15). El elemento divino y el elemento humano no permanecen, con todo, yuxtapuestos en Cristo después de la encarnación (que Orígenes llama economía, para indicar su carácter providencial); el alma y el cuerpo de Jesús constituyen con el Logos una unidad absoluta (Ibid., II, 9).

ORÍGENES: EL DESTINO DEL HOMBRE
El destino del hombre forma parte integrante del movimiento conjunto del mundo a que el hombre pertenece. El hombre, primeramente, era una sustancia racional, una inteligencia: con la caída se convirtió en alma. El alma es algo intermedio entre inteligencia y cuerpo: la inteligencia, como pura vida espiritual, es refractaria al mal; el alma, en cambio, es susceptible del bien y del mal (In Joh., XXXII, 18). Como la caída del hombre ha sido un acto de libertad, así será un acto de libertad la redención y el retorno a Dios. La libertad es, en efecto, el don fundamental de la naturaleza humana, que es capaz de obrar en virtud de la razón, por consiguiente, de escoger.
Como Clemente, Orígenes interpreta la acción del mensaje cristiano como una acción educadora que conduce gradualmente al hombre a la vida espiritual. Esta es la función del Logos que se encarnó en Cristo. "Jesús aleja nuestra inteligencia de todo aquello que es sensible y la conduce al culto de Dios, que reina sobre todas las cosas" (Contra Cels., III, 34). En esto consiste la obra de la redención. Comentando el prólogo del IV Evangelio, Orígenes interpreta la acción iluminadora del Logos, no cómo una revelación repentina, sino como una penetración progresiva de la luz en los hombres, como la incesante llamada al hombre para que quiera libremente volver a Dios (In Joh., I, 25-26). El camino de este retorno puede ser larguísimo. Si la existencia en un mundo no basta, el hombre renacerá en el mundo siguiente y después en otros, hasta que haya expiado su culpa y haya vuelto a la perfección primitiva. Precisamente la necesidad de la educación progresiva del hombre justifica la pluralidad sucesiva de mundos, que Orígenes ha tomado del estoicismo. Los mundos son otras tantas escuelas, en las cuales se reeducan los seres caídos (De princ., II, 6, 3). La educación del hombre como retorno gradual a la condición de sustancia inteligente se verifica a través de grados sucesivos de conocimiento.
Del mundo sensible el hombre se eleva a la naturaleza inteligible, que es la del Logos y del Logos a Dios. El Logos, en efecto, es la sabiduría y la verdad, y sólo a través de él se puede discernir el ser, y más allá del ser el poder y la naturaleza de Dios (In Joh., VIII, 19). Pero cuando este conocimiento directo de Dios sea posible, cuando Dios no sea ya visto a través del Hijo, en la imagen de una imagen, sino directamente como el mismo Hijo le ve, el ciclo del retorno a Dios del mundo, de la apocatástasis, se habrá realizado y Dios será todo en todos (Ibid., XX, 7).
Tales son los rasgos fundamentales del sistema de Orígenes, en el cual, por vez primera, el cristianismo ha recibido una formulación doctrinal orgánica y completa. El platonismo y el estoicismo constituyen las dos raíces fundamentales por las cuales se une a la filosofía griega. Pero Orígenes ha adaptado con gran equilibrio la doctrina platónica de la caída y de la redención de los seres espirituales y la doctrina cosmológica de los estoicos a las exigencias del mensaje cristiano. Ciertamente, algunos elementos que la conciencia religiosa contemporánea consideraba esenciales a este mensaje, se han perdido en la síntesis de Orígenes. El concepto de creación es fundamentalmente ajeno a Orígenes, según el cual la creación de las sustancias racionales es eterna. El Logos viene a ser en su naturaleza subordinado a Dios Padre y el Espíritu Santo al Logos en su naturaleza y en su función. El sacrificio de- Cristo no encuentra una propia y verdadera justificación, y la resurrección de la carne, sobre la cual tanto habían insistido otros padres (por ejemplo, Tertuliano), se excluye explícitamente (De princ., II, 10, 3; Contra Cels., V, 18). Pero en compensación, Orígenes ha conducido por vez primera a la claridad de la reflexión filosófica el significado más profundo y universal del cristianismo. Ha sido el primero en ver en el hecho histórico de la redención el destino de la humanidad entera, que, caída de la vida espiritual, debe volver a ella. Por primera vez ha reunido en una única visión de conjunto la suerte de la humanidad y la suerte del mundo, haciendo de la antropología cristiana el elemento de una concepción cosmológica. Por primera vez, en fin, ha afirmado enérgicamente la exigencia de la libertad humana, que se había perdido no solo en las doctrinas dualistas de los agnósticos, sino también en todas aquellas interpretaciones que hacían del hombre el sujeto pasivo de la obra redentora de Cristo. Por último conviene recordar que Orígenes es el primero en expresar claramente el principio en que debían inspirarse las doctrinas políticas del cristianismo en los siglos venideros. Empleando también aquí un concepto estoico, afirma él que "existen dos leyes fundamentales, la natural, cuyo autor es Dios, y la escrita que está formulada en los diversos estados". Sobre esta base, afirma la independencia de los cristianos ante la ley civil: "Cuando la ley escrita no se opone a la ley de Dios, conviene que los ciudadanos la observen y la antepongan a las leyes extranjeras; pero cuando la ley de la naturaleza, es decir, la ley de Dios, ordena cosas contrarias a la ley escrita, la razón te aconseja abandonar de buen grado las leyes escritas y la voluntad de los legisladores, y obedecer únicamente a la ley de Dios, y regular tu vida según sus enseñanzas aunque ello cueste trabajo, muerte y deshonra" (Contra Celsum, V, 37). De esta manera, se aplicaba el principio estoico del derecho natural empleándolo en defender la libertad de los cristianos frente a la ley civil.

SEGUIDORES Y ADVERSARIOS DE ORÍGENES
Discípulo de Orígenes fue Dionisio de Alejandría, al cual Eusebio da el calificativo de Grande. Desde el 231-32 fue jefe de la escuela catequética de Alejandría, sucediendo a Heraclio; en el 247-48 fue nombrado obispo de la ciudad y murió el 264 o 265.
Los Discursos sobre la naturaleza, de los que Eusebio nos ha conservado fragmentos, estaban dirigidos contra el atomismo de Demócrito y de los epicúreos. Entre sus numerosas Cartas, muchas de las cuales tratan cuestiones dogmáticas y disciplinarias, las que escribió contra el sabelianismo acentuaban la diferencia entre el Logos y Dios Padre, haciendo de él una creación del Padre. Pero en una obra ulterior, titulada Refutación y defensa, abandonó su interpretación y dio otra completamente ortodoxa.
Discípulo de Orígenes fue también Gregorio Taumaturgo, que nació hacia el año 213 en Neocesarea del Ponto; fue obispo de su ciudad natal y murió en tiempos de Aureliano (270 275). Dos biografías, una de Gregorio Niceno, la otra siríaca, que es un arreglo de la primera, narran una serie de historias milagrosas que explican su sobrenombre. Gregorio es autor de un discurso de acción de gracias, en el cual se exalta la obra del maestro Orígenes, de un escrito "a Teopompo sobre la capacidad e incapacidad de padecer en Dios", conservado sólo en siríaco y en el cual se discute la cuestión de si la impasibilidad de Dios implica su despreocupación por los hombres; y de otros escritos menores, exegéticos y dogmáticos. Se le atribuye también el breve tratado Sobre el alma, a Taciano, que examina la naturaleza del alma, fuera de toda prueba tomada de las Escrituras.
Conocido sobre todo como historiador de los primeros siglos de la Iglesia es Eusebio, obispo de Cesárea, nacido en el 265, y que murió el 340.
Discípulo de Pánfilo, del cual por reconocimiento tomó su nombre (Eusebio de Panfilo) y al que acompañó cuando el maestro fue encerrado en la prisión, junto con él compuso una Apología de Orígenes, en cinco libros, de los cuales queda sólo el primero en un arreglo de Rufino. Eusebio es autor de una crónica que lleva por título Historias diversas y de una Historia Eclesiástica, que llega hasta el año 323 y es un riquísimo archivo de hechos, documentos y extractos de obras de toda clase, de la primera época de la Iglesia. Escribió, además, un panegírico y un elogio del emperador Constantino, del cual fue gran amigo. Las obras dogmáticas Contra Marcelo y Sobre la teología eclesiástica, demuestran una acentuada tendencia al arrianismo, cuya tesis fundamental sobre la no identidad de naturaleza entre el Padre y el Logos defiende. Las obras apologéticas, Preparación evangélica, en quince libros, y Demostración evangélica, en veinte libros (de los cuales nos quedan sólo los diez primeros), tienden a demostrar la superioridad del cristianismo sobre el paganismo y el judaísmo. Un extracto de estas dos obras es el escrito Sobre la teofanía, en cinco libros, de los que nos quedan fragmentos en griego y una versión siríaca completa. Se conservan de Eusebio otras obras apologéticas (Introducción general elemental, Contra Gerocles) y algunas partes o fragmentos de su vasta obra exegética de las Sagradas Escrituras. El escrito filosóficamente más significativo es la Preparación evangélica, en el que Eusebio, empleando la rica biblioteca de Cesárea, acumuló un vastísimo material de extractos de escritos griegos, que son frecuentemente preciosos aun para nosotros, por haberse perdido las obras de las cuales fueron tomados. Esta obra está dominada por la convicción de que la filosofía y la revelación son idénticas y que en el cristianismo ha encontrado su plena expresión la verdad que ya había alboreado en los filósofos griegos. Es la misma convicción que había animado a Justino, Clemente y Orígenes y que dominará la obra de San Agustín. Aquella identidad le parece a Eusebio evidente, sobre todo por lo que se refiere al platonismo. Platón es considerado como un profeta (XIII, 3) o como un "Moisés ático" (XI, 10). Platón y Moisés van de acuerdo y tienen las mismas ideas; Platón conoció la trinidad divina porque puso al lado de Dios y el Logos el alma del mundo (XI, 16). En las doctrinas éticas y pedagógicas coinciden Platón y Moisés, Platón y San Pablo; y la misma república platónica ha encontrado su realización en la teocracia judaica (XIII, 12). Con todo, Platón queda anclado en el politeísmo y admite el dualismo de Dios y de la materia eterna, que son irreconciliables con el cristianismo: ha llegado, pues, hasta el vestíbulo de la verdad, no hasta la verdad misma (XI11, 14). Esta fue revelada por el cristianismo, que por ello es la verdadera y la definitiva filosofía. En el cristianismo no sólo los hombres son filósofos, sino también las mujeres; los ricos y los pobres, los esclavos y los señores (I, 4). El que la filosofía griega haya podido alcanzar tantos elementos de la verdad cristiana, se explica por su derivación de las fuentes hebraicas (X, 1); o quizá también porque Platón fue encaminado hacia la verdad por la misma naturaleza de las cosas o por Dios (XI, 8).
Adversario de Orígenes fue, en cambio, Metodio, obispo de Filipo, que murió mártir hacia el 311. Contra Orígenes estaba dirigido su escrito Sobre las cosas creadas, del que nos quedan algunos fragmentos. Es, además, autor de tres diálogos al modo de Platón: Banquete o sobre la Virginidad, Sobre el libre albedrío, que nos ha sido transmitido en gran parte en griego y en una traducción eslava, y Sobre la resurrección, del que hay fragmentos del texto griego y una versión eslava abreviada.
Para demostrar la eternidad del mundo, Orígenes había dicho que si no existiera el mundo, Dios no sería creador ni Señor. Metodio responde que entonces Dios es por sí mismo incompleto y alcanza la perfección solo a través del mundo: lo que es contrario al principio, afirmado por Orígenes, que Dios es perfecto por sí mismo (De Creatis, 2). Contra la doctrina de Orígenes, según la cual los hombres y los ángeles existían en el mundo inteligible como sustancias espirituales de la misma clase y que sólo con la caída se han diferenciado, Metodio defiende la diferencia entre las almas humanas y los ángeles y niega la preexistencia de las almas humanas respecto al cuerpo (De resurrect., 10-11). En su escrito sobre el libre albedrío niega que el mal dependa de una materia eterna (doctrina gnóstica) y afirma que es un efecto de la voluntad libre de la criatura racional.
Buena parte de la actividad especulativa del siglo IV fue puesta al servicio de la discusión sobre el arrianismo. Arrio, muerto el 336, había afirmado que el Logos o Hijo de Dios ha sido creado de la nada, exactamente como todas las otras criaturas, y que, por consiguiente, no es eterno. Si es llamado en la Segunda Escritura Hijo de Dios, es en el sentido en que lo son todos los hombres. Su naturaleza, por lo tanto, es diferente de la del Padre; su sustancia es diferente.
De Arrio nos ha conservado algunos fragmentos su gran adversario Atanasio. Nacido hacia el año 295, Atanasio tuvo una parte predominante en la condenación que el primer concilio ecuménico de la Iglesia, que tuvo lugar en Nicea el año 325, pronunció sobre el arrianismo. Pero la sentencia del Concilio no fue acatada en seguida y la polémica entre los cristianos continuó durante mucho tiempo. Atanasio, que había sido nombrado obispo de Alejandría, sufrió persecuciones y condenas por obra de los arrianos y murió el 2 de mayo de 373, en Alejandría. La parte más notable de la actividad literaria de Atanasio, es la dedicada a la polémica contra el arrianismo: Discurso contra los arrianos, Cartas a Serapión, Libro sobre la Trinidad y el Espíritu Santo. Escribió, también, obras historicopolémicas, exegéticas y ascéticas y dos apologías, Discurso contra los griegos y Discurso sobre la encarnación del Verbo, que son dos partes de un escrito único.
Atanasio afirma enérgicamente la identidad de naturaleza del Hijo con el Padre; si el Hijo fuese una criatura, no podría unir con Dios las criaturas, porque tendría a su vez necesidad de esta unión. El Hijo tiene en común con el Padre toda la plenitud de la divinidad y participa de su mismo poder. El Espíritu Santo procede juntamente del Padre y del Hijo. Hay, por tanto, una sola divinidad y un solo Dios en tres personas. Las formulaciones de Atanasio constituyeron la doctrina aceptada oficialmente por la Iglesia en el Concilio de Nicea. Esta doctrina tuvo como defensores a "las tres luminarias de Capadocia", Basilio el Grande, Gregorio Nazianceno y Gregorio de Nisa.
Basilio fue sobre todo un hombre de acción; Gregorio Nazianceno, orador y poeta; Gregorio de Nisa, pensador.

FUENTE: N. ABBAGNANO

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