En el Banquete de Platón,
Alcibíades habla de Sócrates en la guerra como de un hombre insensible a las
fatigas y al frío, valiente, modesto y dueño de sí mismo aun en el momento en
que el ejército estaba derrotado.
Sócrates
se mantuvo alejado de la vida política. Su vocación, la tarea a que se consagró
y a la que se mantuvo fiel hasta el final, declarando al tribunal mismo que se
disponía a condenarle que no la habría en ningún caso dejado, fue la filosofía.
Pero él entendió la investigación filosófica como un examen incesante de
sí mismo y de los demás; a este examen dedicó enteramente todo su tiempo,
sin practicar ninguna enseñanza regular.
Consagrado a esta tarea, descuidó
toda actividad práctica y vivió pobremente con su mujer Jantipa y sus hijos. Su
figura, sin embargo, no posee ninguno de los rasgos convencionales de que la
tradición se ha valido para esbozar el carácter de otros sabios, por ejemplo,
de Anaxágoras o de Demócrito. Su personalidad tenía algo extraño (a) gopou) e
inquietante, que no escapaba a quienes se acercaron a él y nos lo han descrito.
Su misma apariencia física chocaba con el ideal helénico del alma sabia en un
cuerpo bello y armonioso (καλοκάγαθος): parecía un sueño, lo cual estaba
en estridente contraste con su carácter moral y con el dominio de sí mismo que conservaba
en todas las circunstancias (Ban., 215, 221). Por el aspecto inquietante
de su personalidad, Platón le comparó a la trimielga o torpedo de mar que
paraliza a quien toca: del mismo modo provocaba la duda y la inquietud en el
ánimo de quienes se le acercaban (Men., 80).
Sin
embargo, este hombre, que dedicó a la filosofía toda su existencia y murió por
ella, no escribió nada. Es ésta indudablemente la más grande paradoja de la
filosofía griega.
No puede tratarse de un hecho casual. Si Sócrates no escribió nada, fue porque
le pareció que la investigación filosófica, tal como él la entendía y
practicaba, no podía llevarse adelante, o continuarse después de él, mediante
unos escritos. El motivo auténtico de la falta de actividad de Sócrates
escritor puede verse bosquejado en el Fedro (275 e ) platónico,
en las palabras que el rey egipcio Thamus dirige a Thot, inventor de la
escritura: "Ofreces a los alumnos la apariencia, no la verdad de la
sabiduría; puesto que cuando ellos, gracias a ti, habrán leído tantas cosas sin
ninguna enseñanza, se creerán en posesión de muchos conocimientos, a pesar de
permanecer fundamentalmente ignorantes y se harán insoportables a los demás,
porque poseerán no la sabiduría, sino la presunción de la sabiduría." Para Sócrates, que entiende el filosofar
como el examen incesante de sí mismo y de los demás, ningún escrito puede
suscitar y dirigir el filosofar. El escrito puede comunicar una doctrina, no
estimular la investigación. Si Sócrates renunció a escribir, ello fue debido,
por tanto, a su misma actitud filosófica y forma parte esencial de tal actitud.
EL
"CONÓCETE A TI MISMO" Y LA IRONÍA
"Sócrates ha llamado a la
filosofía del cielo a la tierra". Estas palabras de Cicerón (Tusc., V, 4,
10) expresan exactamente el carácter de la investigación socrática. Tiene por
objeto exclusivamente el hombre y su mundo, esto es, la comunidad en que vive.
Jenofonte atestigua claramente la actitud negativa de Sócrates frente a toda
investigación naturalística y su propósito de mantenerse en el dominio de la
realidad humana. Su misión es la de
promover en el hombre la investigación en torno al hombre. Esta investigación
debe tender a poner al hombre, a cada hombre individual, en claro consigo
mismo, a llevarle al reconocimiento de sus límites y a hacerlo justo, esto es,
solidario con los demás. Por esto Sócrates adoptó la divisa deifica Conócete
a ti mismo e hizo del filosofar un examen incesante de sí mismo y de los
demás: de sí mismo en relación con los demás, de los demás en relación consigo
mismo.
La
primera condición de este examen es el reconocimiento de la propia ignorancia. Cuando Sócrates
supo la respuesta del oráculo, que le proclamaba el hombre más sabio de todos,
sorprendido se fue a interrogar a los que parecían sabios y se dio cuenta de
que la sabiduría de éstos era nula.
Comprendió
entonces el significado del oráculo: ningún hombre sabe nada verdaderamente,
pero es sabio únicamente quien sabe que no sabe, no quien se figura saber e
ignora así hasta su misma ignorancia. Y en realidad sólo quien sabe que no sabe
procura saber, mientras quien se cree en posesión de un saber ficticio
no es capaz de investigar, no se preocupa de sí mismo y permanece
irremediablemente alejado de la verdad y de la virtud. Este principio socrático
representa la neta antítesis polémica de la sofística.
Contra los sofistas que hacían
profesión de sabiduría y pretendían enseñarla a los demás, Sócrates hace
profesión de ignorante. El saber de los
sofistas es un no-saber ficticio privado de verdad, que confiere sólo
presunción y jactancia e impide asumir la actitud sumisa de la investigación,
única digna de los hombres.
El
medio para promover en los demás este reconocimiento de la propia ignorancia,
que es condición de la investigación, es la ironía. La ironía es la interrogación
tendente a descubrir al hombre su ignorancia, abandonándolo a la duda y la
inquietud para obligarle a investigar. La ironía es un medio de descubrir la
nulidad del saber ficticio, para poner al desnudo la ignorancia fundamental que
el hombre oculta incluso a sí mismo con los oropeles de un saber hecho de
palabras y de vacío. La ironía es el arma terrible de Sócrates contra la
jactancia del ignorante que no sabe que lo es y por esto se resiste a examinarse
a sí mismo y a reconocer sus propios límites. Tal es la sacudida que el
torpedo marino comunica a quien le toca y, en efecto, sacude al hombre del
torpor y le comunica la duda que le encamina hacia la búsqueda de sí mismo. Y
precisamente por esto es también una liberación. Sobre este aspecto de
la ironía como liberación del saber ficticio, o sea, de lo que oficial o
comúnmente pasa por saber o por ciencia, ha insistido justamente Kierkegaard en
el Concepto de la ironía. Se trata ciertamente de una función negativa,
del aspecto limitante y destructivo de la filosofía socrática, pero
precisamente por ello, de un aspecto que
es indisoluble de la filosofía como investigación y que, por lo mismo,
contribuye a hacer de Sócrates el símbolo de la filosofía occidental.
LA
MAYEUTICA
Sócrates
no se propone, pues, comunicar una doctrina o un conjunto de doctrinas. No
enseña nada: comunica sólo el estímulo y el interés por la investigación. En tal sentido
compara, en el Teetetes platónico, su arte con el de su madre, la
comadrona Fenarete.
Su
arte consiste esencialmente en averiguar por todos los medios si su
interlocutor tiene que parir algo fantástico y falso o genuino y verdadero. Él
se declara estéril de sabiduría.
Acepta
como verdadero el reproche, que muchos le echan en cara, de saber interrogar a
los demás, pero sin saber qué contestar él mismo. La divinidad que le obliga a
hacer de comadrón le prohíbe dar a luz; y no tiene ningún descubrimiento que
enseñar a los demás ni puede hacer más que ayudarles en su parto intelectual.
Los demás, los que se le acercan, parecen, al principio, completamente
ignorantes, pero después su búsqueda se hace fecunda, sin que, sin embargo,
aprendan nada de él.
Este
arte mayéutica no es en realidad más que el arte de la investigación en común. El hombre no
puede por sí solo llegar a ponerse en claro consigo mismo. La investigación que le concierne no puede empezar y acabar en el recinto
cerrado de su individualidad: por el contrario, sólo puede ser fruto de un diálogo continuo con los demás, tanto como
consigo mismo. En esto radica verdaderamente su antítesis polémica con la
sofística. La sofística es un individualismo radical. El sofista no se
preocupa de los demás sino para arrancar, a toda costa y sin parar mientes en
la verdad, el asentimiento que le asegura el éxito; pero no llega nunca a la
sinceridad consigo mismo ni con los demás.
En el Gorgias platónico
Sócrates compara la sofística con el arte culinario que procura satisfacer al
paladar, pero no se preocupa de que los manjares sean beneficiosos para el
cuerpo. La mayéutica es, por el contrario,
parecida a la medicina, que no se preocupa si causa dolores al paciente, con
tal de conservar o restablecer su salud.
Al individualismo sofístico
Sócrates opone, no el concepto de un hombre universal, un hombre-razón que no
posea ya ninguno de los caracteres precisos y diferenciados del individuo, sino
el vínculo de solidaridad y de justicia entre los hombres, por el cual ninguno
de ellos puede liberarse ni lograr algo bueno por sí solo, antes bien, cada uno
se halla necesariamente vinculado a los demás y puede progresar únicamente con
su ayuda y ayudándoles a su vez. El universalismo socrático no es la negación
de los individuos: es el reconocimiento de que el valor del individuo no se
puede entender ni realizar sino en las relaciones entre individuos. Pero la relación entre individuos, cuando
garantiza a cada cual la libertad de la búsqueda de sí mismo, es una relación
fundada en la virtud y en la justicia. Y he ahí, por tanto, que la intención de
Sócrates, en cuanto se propone promover en cada hombre la investigación de sí
mismo, se dirige naturalmente al problema de la virtud y de la justicia.
CIENCIA
Y VIRTUD
La
búsqueda de sí mismo
es al propio tiempo búsqueda del verdadero saber y de la mejor manera de vivir:
en otras palabras, es a la vez investigación
del saber y de la virtud. Saber y virtud se identifican, según Sócrates. El
hombre no puede tender más que a saber lo que debe hacer o lo que debe ser; y
tal saber es la virtud misma. Este es el principio fundamental de la ética
socrática, principio que se expresa, del modo más decidido; en el Protágoras
de Platón. La mayor parte de los hombres creen que sabiduría y virtud
son dos cosas distintas, que el saber no posee ningún poder directivo sobre el
hombre y que el hombre, aun cuando sabe lo que es el bien, puede verse
subyugado por el placer y alejarse de la virtud. Pero a Sócrates una ciencia
que sea incapaz de dominar al hombre y que lo abandone a merced de los impulsos
sensibles, no le parece tampoco una ciencia. Si el hombre se entrega a estos
impulsos, ello significa que sabe o cree saber que obrar así es para él lo más
útil o más conveniente. Un error de juicio, es decir, la ignorancia, es base de
toda culpa y de todo vicio. Es un mal cálculo el que induce al hombre a
preferir el placer del momento, a pesar de las malas o dolorosas consecuencias
que de él se puedan derivar; y un cálculo equivocado es fruto de ignorancia.
Quien verdaderamente sabe, formula bien sus cálculos, escoge en cada caso el
placer mayor, aquel que no puede ocasionarle ni dolor ni daño; y sólo es tal el
placer de la virtud.
No es necesario, pues, que el
hombre renuncie al placer para ser virtuoso.
La virtud no es la negación de la vida humana, antes bien, es la vida humana perfecta;
comprende el placer y es, además, el placer máximo. La diferencia entre el
hombre virtuoso y el hombre que no lo es, consiste en que el primero sabe
calcular los placeres y escoger el mayor; el segundo no sabe nacer este cálculo
y no puede, por tanto, más que entregarse al placer del momento.
El utilitarismo socrático no
tiene, pues, nada que ver con el hedonismo sofístico. De esta manera, el
utilitarismo socrático es otro aspecto de la polémica contra los sofistas. La
ética de los sofistas oscilaba entre un hedonismo escueto como el que
defienden, por ejemplo, Antifonte y algunos interlocutores de los diálogos
platónicos y aquella especie de activismo de la virtud, que fue la tesis de
Pródico. Para Sócrates, ambas tendencias resultan insostenibles. La virtud no
es ni puro placer ni puro esfuerzo, sino cálculo inteligente. En este cálculo,
la profesión o la defensa de la injusticia no haya lugar porque la injusticia
no es más que un cálculo equivocado.
Contra la identificación
socrática de ciencia y virtud, ya Aristóteles hacía notar que Sócrates de tal
manera reduce la virtud a la razón que si la virtud no es tal sino con la
razón, la virtud no se identifica con la razón (Et. Nic., VI, 13, 1144 b).
Esta crítica, aceptada por Hegel (Geschichte der Phil, I, cap. II,
B, 2 a), se ha hecho demasiado común en la historiografía filosófica y,
entre otras cosas, es un fundamento de la desvalorización intentada por Nietzsche
respecto a la figura de Platón cuando quiso vislumbrar en él el intento de
reducir el instinto a la razón y, en consecuencia, empobrecer la vida (Ecce
Homo). Pero, la realidad es que todo lo que se puede achacar a Sócrates es
no haber hecho las distinciones correspondientes entre las actividades o facultades
humanas que Platón y Aristóteles introdujeron en la filosofía.
Para Sócrates, el hombre es
todavía una unidad indivisible. Su saber no es sólo la actividad de su
inteligencia o de su razón, sino un modo de ser y de comportarse total, el
empeñarse en una investigación que no reconoce límites ni supuestos fuera de
sí, sino que encuentra en sí misma su propia disciplina Según Sócrates, la virtud es ciencia, en primer lugar porque no se
puede ser virtuoso simplemente conformándose y acomodándose a las opiniones
corrientes y a las reglas de vida ya conocidas.
Es
ciencia porque es investigación, búsqueda autónoma de los valores sobre los que
debe fundarse la vida.
LA
RELIGIÓN DE SÓCRATES
Para
Sócrates filosofar es una misión divina, una tarea que le confió un mandato
divino (Αρ., 29-30). Habla de un demonio, de una inspiración divina que le aconseja en todos los
momentos decisivos de la vida.
Comúnmente
se interpreta este demonio como la voz de la conciencia; en realidad es el
sentimiento de una investidura recibida de lo alto, propio de quien ha abrazado
una misión con todas sus fuerzas. El sentimiento de la divinidad se halla
siempre presente, por tanto, en la investigación socrática en calidad de
sentimiento de lo trascendente, de lo que está más allá del hombre, superior al
hombre, que le guía desde lo alto y le ofrece una garantía providencial.
Pero
ciertamente la divinidad de que habla Sócrates no es la de la religión popular
de los griegos. Considera que el culto religioso tradicional forma parte de los
deberes del ciudadano, y por eso aconseja a cada cual atenerse a las costumbres
de su propia ciudad, y él mismo se atiene a ellas. Mas admite a los dioses sólo
porque admite a la divinidad: no ve en ellos más que encarnaciones y
expresiones del único principio divino, al cual se pueden pedir no ya bienes
materiales, sino el bien, aquel que sólo es tal para el hombre, la virtud. Y en
realidad su fe religiosa no es más que su filosofía.
LA
INDUCCIÓN Y EL CONCEPTO
Aristóteles
ha caracterizado la investigación de Sócrates desde el punto de vista lógico.
"Dos cosas —dice (Met., XIII, 4, 1078 b) — se pueden
fundadamente atribuir a Sócrates: los razonamientos inductivos y la
definición de lo universal (καθόλον, concepto), y ambas se refieren al
principio de la ciencia". El razonamiento inductivo es aquel que, mediante
el examen de un cierto número de casos o afirmaciones particulares, conduce a
una afirmación general que expresa un concepto.
Por ejemplo, en el Gorgias, de
las afirmaciones de que quien ha aprendido la arquitectura es arquitecto, quien
ha aprendido la música es músico, quien ha aprendido la medicina es médico,
Sócrates llega a la afirmación general de que quien ha aprendido una ciencia es
tal cual lo ha hecho la ciencia misma.
El
razonamiento inductivo se dirige, pues, a la definición del concepto; y el
concepto expresa la esencia o la naturaleza de una cosa, lo que
la cosa verdaderamente es (Jen.,Mem., IV, 6, 1). Este
procedimiento, observa también Aristóteles, lo aplicó Sócrates a los temas
morales. De la naturaleza no se ocupa de hecho: en los temas morales buscó lo
universal y así elevó su investigación al plano de la ciencia (Met., I,
6, 987 b 1). A Sócrates, pues,
pertenece el mérito de haber sido el primero que organizó la investigación
según un método propiamente científico. El saber cuya necesidad e interés
en los hombres quiere despertar, debe ser una ciencia, lograda mediante un
método riguroso. Y, en efecto, sólo una ciencia de este género, con su perfecta
objetividad, permite a los hombres entenderse y asociarse en la investigación
común. Únicamente como ciencia es posible enseñar la virtud (Prot., 361 b).
Se ha puesto en duda el valor del
testimonio aristotélico sobre el significado lógico de la investigación
socrática. Las afirmaciones de Aristóteles se derivarían de las de Jenofonte (Mem.,
IV, 6) y éstas a su vez de las platónicas (Fedr., 262 a-b). Por otra
parte, aun concediendo todo su valor a los testimonios de Jenofonte y de
Aristóteles, no se deduciría de ello todavía que a Sócrates corresponda el
título de descubridor del concepto, ya que sólo indagó conceptos
ético-prácticos y éstos expresan no lo que realmente es, sino lo que debe
ser: su obra científica no apuntaba al conocimiento, antes bien era una
reflexión critico-normativa alrededor del obrar y el vivir del hombre. Ahora
bien, precisamente la parte de verdad que contienen estas consideraciones
revela el mérito indudable de Sócrates como iniciador de la investigación
científica y confirma el testimonio de Aristóteles.
En primer lugar, aunque Jenofonte
γ Aristóteles hubiesen repetido
sustancialmente las atestaciones de Platón, este mismo hecho equivaldría a la
confirmación de las mismas por parte de hombres que tenían manera de comprobar
su exactitud. Jenofonte había sido discípulo de Sócrates y aunque los años
transcurridos y su escasa capacidad filosófica le hiciesen poco apto para
entender la personalidad del maestro, no se puede creer que le hicieran incapaz
de comprender el método de su indagación. Por lo que respecta a Aristóteles, es
difícil suponer que se hubiese limitado a reproducir la atestación de Jenofonte
en el caso de que ésta hubiese sido manifiestamente contradictoria con una
tradición que, dentro y fuera del ambiente platónico, era viva y actuante.
Pero la cuestión fundamental es
la del significado que el concepto tiene para Sócrates. Indudablemente los conceptos que Sócrates ha elaborado son todos ellos
de carácter ético-práctico y se refieren al deber ser y no a la realidad de
hecho. Pero todo concepto, sea teórico o práctico, tiene por objeto la esencia
de las cosas, su ser y su sustancia permanente. En qué consista la
sustancia o la esencia es un problema posterior que Sócrates dejó como herencia
a sus sucesores y que constituye el tema fundamental de la filosofía de Platón
y de Aristóteles.
LA
MUERTE DE SÓCRATES
La
influencia de Sócrates se había ya ejercido en Atenas sobre una generación
entera, cuando tres ciudadanos, Melitos, Anitos y Licón, le acusaron de corromper
la juventud enseñando creencias contrarias a la religión del Estado. La acusación
tenía escasa consistencia y habría quedado en nada, si Sócrates hubiese hecho
alguna concesión a sus jueces. No quiso hacerla, por el contrario. Su defensa consistió en una exaltación de
la tarea educativa que había emprendido respecto a los atenienses. Declaró que
en ningún caso habría abandonado esta tarea, a la cual le requirió una orden divina.
Por una pequeña mayoría, Sócrates fue declarado culpable. Podía entonces
marcharse al destierro o proponer una pena adecuada al veredicto.
En vez de esto, aun
manifestándose dispuesto a pagar una multa de tres mil dracmas, declaró
orgullosamente que se sentía merecedor de que se le alimentase a expensas
públicas en el Pritaneo, como se hacía con los hombres beneméritos de la
ciudad. Se produjo entonces como consecuencia con mayoría más fuerte la condena
a muerte que habían pedido los acusadores.
Entre la condena y la ejecución
transcurrieron treinta días, porque una solemnidad sagrada impedía en aquel
período las ejecuciones capitales. Durante
este tiempo los amigos organizaron su fuga y procuraron inducirle a ella; pero
Sócrates rehusó. Los motivos de esta negativa se exponen en el Critón platónico:
Sócrates quiere dar con su muerte un testimonio decisivo a favor de su
enseñanza. Había vivido hasta
entonces enseñando la justicia y el respeto a la ley; no podía, con su fuga,
ser injusto hacia las leyes de su ciudad y desmentir así, en el momento
decisivo, toda su obra de maestro.
Por
otra parte, no temía a la muerte. Aunque no tuviera una absoluta certeza de la
inmortalidad del alma, alimentaba la esperanza de una vida después de la muerte
que fuese para los hombres justos mejor que para los malvados. Contaba
setenta años de edad, consideraba que había cumplido su misión, a la que había
permanecido fiel durante toda su vida y a la que debía todavía dar, con la
muerte, la última prueba de fidelidad. Sus últimas palabras a los discípulos
fueron también una incitación a la investigación: "Si os cuidáis de
vosotros mismos, cualquier cosa que hagáis me será grata, a los míos y a
vosotros mismos, aunque ahora no os comprometáis a nada.
Pero si, por el contrario, no os
preocupáis de vosotros mismos y no queréis vivir de manera conforme con lo que
ahora y antes os he dicho, hacerme ahora muchas y solemnes promesas no serviría
de nada" (Fed., 115 b).
Si
la Grecia antigua ha sido la cuna de la filosofía porque por primera vez realizó
una investigación libre y autónoma, Sócrates encarna en su persona el espíritu
genuino de la filosofía griega, porque realizó en grado sumo la exigencia de
dicha investigación.
En el empeño de una investigación conducida con método riguroso e
incesantemente continuada colocó el valor más alto de la personalidad humana:
la virtud y el bien. Tal es, en efecto, el significado de la identificación
entre virtud y ciencia, que tantas veces se ha tomado como intelectualismo. La ciencia es para Sócrates la
investigación ordenadamente conducida, y la virtud es la forma de vida
propiamente humana: su identidad es el significado no sólo de la obra, sino
de la misma personalidad de Sócrates.
FUENTE PRINCIPAL: Nicola Abbagnano
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