CARACTERES DEL
ECLECTICISMO
Las
tres grandes escuelas filosóficas post-aristotélicas, estoicismo, epicureísmo y
escepticismo, aun en el desacuerdo de sus postulados teoréticos, muestran un
acuerdo fundamental en sus conclusiones prácticas.
Las
tres sostienen que el fin del hombre es la felicidad y que la felicidad
consiste en la ausencia de turbación y en la eliminación de las pasiones; las
tres ponen el ideal del sabio en la indiferencia respecto a los motivos
propiamente humanos de la vida. Esta concordancia en el terreno práctico debía
necesariamente limar el antagonismo de las respectivas posiciones teoréticas y
aconsejar evidentemente el hallazgo de un terreno donde encontrarse y en el
cual las tres direcciones pudieran conciliarse y fundirse. El eclecticismo (de
e) kle/gw, escoger), representa precisamente esta tendencia.
Las condiciones históricas
favorecieron el eclecticismo. Después de
la conquista de Macedonia por parte de los romanos (168 a. de C.), Grecia había
llegado a ser una provincia del Imperio romano. Roma empezó a cultivar y a
acoger la filosofía griega, que se convirtió en un elemento indispensable de la
cultura romana. Y, por su parte, la filosofía griega fue adaptándose
gradualmente a la mentalidad romana. Pero
ésta era poco apta para dar realce a divergencias teoréticas, de las cuales no
nacía una diferencia en la conducta práctica; de modo que el intento de escoger
en las doctrinas de las diferentes escuelas los elementos que se prestaran a
ser conciliados y fundidos en un cuerpo único, halló el más fuerte apoyo en la
mentalidad romana. Pero puesto que la elección de tales elementos suponía un
criterio, se llegó a admitir como criterio el acuerdo común de los
hombres (consensus gentium) sobre ciertas verdades fundamentales,
admitidas como subsistentes en el hombre independientemente y antes de
cualquier investigación.
La orientación ecléctica apareció
por vez primera en la escuela estoica, tuvo preponderancia por largo tiempo en
la Asamblea y fue acogida también por la escuela peripatética. Sólo los
epicúreos se mantuvieron ajenos al eclecticismo y permanecieron fieles a la
doctrina de su maestro.
EL ESTOICISMO
ECLÉCTICO
La
inclinación de la escuela estoica hacia el eclecticismo, que comenzó con Boeto
de Sidón (muerto el año 119 a. de C.), se hizo decisiva con Panecio de Rodas, que vivió
entre el año 185 y 109 a. de C. Vivió en Roma durante algún tiempo, junto con
el historiador Polibio, fue amigo de muchos nobles romanos, entre los cuales
estuvieron Escipión el Africano y Lelio, fue maestro de muchos otros y tuvo
ciertamente una gran influencia sobre el desarrollo del interés por la
filosofía en Roma. De sus escritos nos quedan los títulos; uno de ellos, Sobre
el deber, fue el modelo del libro De Officiis de Cicerón. Panecio fue un gran admirador de
Aristóteles y se inspiró en muchos puntos en su doctrina. Afirmó, en efecto,
con Aristóteles y contra la doctrina clásica del estoicismo, la eternidad del
mundo, distinguió en el alma las tres partes: vegetativa, sensitiva y racional,
siguiendo también en esto a Aristóteles, y separó netamente la parte racional
de las demás.
El
más famoso discípulo de Panecio fue Posidonio de Apamea, en Siria, que
nació hacia el 135 d. de C. y murió a los 84 años, siendo jefe de la escuela
que había fundado en Rodas, en la cual había tenido como oyentes a Cicerón y
Pompeyo. De las veintitrés obras que se le atribuyen, nos quedan sólo
fragmentos. Posidonio recogió en su
doctrina muchos elementos de Platón: la inmortalidad del alma racional y su
preexistencia; la atribución de las pasiones, que para el estoicismo solo
tenían una importancia negativa, como enfermedades del alma, al alma
concupiscible, entendida como una potencia inherente al organismo corporal.
EL
PLATONISMO ECLÉCTICO
La
orientación escéptica que había prevalecido en la Academia con Carnéades y sus
inmediatos sucesores, se modificó en el sentido del eclecticismo con Filón de
Larisa, que estuvo en Roma durante la guerra de Mitrídates (88 a. de C.) y
contó entre sus oyentes a Cicerón. Filón abandona ya el principio de la
suspensión del juicio, que es fundamental para los escépticos. El hombre no
puede alcanzar la certeza incondicional de la ciencia; pero puede conseguir la
claridad (ενάργεια), la evidencia de una convicción
satisfactoria: puede, por tanto, formular una teoría ética completa,
combatiendo las falsas doctrinas morales y enseñando las rectas.
Pero
la misma certeza incondicional que Filón excluía, fue admitida por su sucesor,
Antíoco de Ascalona, con el cual la Academia abandona definitivamente el
escepticismo para inclinarse por el eclecticismo. Antíoco (que
murió el 68 a. de C.) fue también maestro de Cicerón, que oyó sus lecciones
durante el invierno del año 79-78 y sostuvo polémicas literarias con Filón. Sin
una certeza absoluta no es posible, según Antíoco, ni siquiera establecer
grados de probabilidad, ya que la probabilidad se puede juzgar solamente sobre
el fundamento de la verdad y no se puede admitir aquélla si no se está en
posesión de esta. Como criterio de
verdad, aceptaba el acuerdo entre todos los filósofos verdaderos, y procuró
buscarlo entre las doctrinas académicas, peripatéticas y estoicas,
consiguiéndolo sólo a base de graves deformaciones.
Con
el eclecticismo de Antíoco debe relacionarse el de Marco Tulio Cicerón (106-42 a. de
C.), que debe su importancia no a la
originalidad del pensamiento, sino a su capacidad de exponer en forma clara y
brillante las doctrinas de los filósofos griegos, contemporáneos o precedentes.
Cicerón mismo reconoció su dependencia de las fuentes griegas, diciendo de sus obras
filosóficas, en una carta a Ático (XII, 52, 3): "Me cuestan poco trabajo,
porque yo sólo pongo las palabras, que no me faltan." De los principales
escritos filosóficos de Cicerón, el libro De República y el De legibus
tienen como fuentes a Panecio y Antíoco; el Hortensio, que se ha perdido,
se inspiraba en el Protréptico de Aristóteles; los Académica, en Antíoco;
el De finibus en el mismo Antíoco, y por su epicureísmo, en Zenón y
Filodemo. Las Tusculanae dependen de los escritos del académico Crántor,
de Panecio, de Antíoco, del estoico Crisipo, de Posidonio. El De natura
deorum de varias fuentes estoicas y epicúreas. El De officiis de Panecio;
los otros escritos menores de fuentes análogas.
Como
Antíoco, Cicerón admite como criterio de verdad el consentimiento común de los
filósofos, y explica tal consentimiento por la presencia en todos los hombres
de nociones innatas, semejantes a las anticipaciones de los estoicos. En
física, él rechaza la concepción mecánica de los epicúreos; que el mundo pueda
formarse en virtud de fuerzas ciegas, le parece tan imposible como, por
ejemplo, obtener los Ármales de Ennio arrojando al suelo un cajón de
caracteres alfabéticos. Pero en
cuanto a resolver de un modo positivo los problemas de la física, Cicerón lo considera
imposible, y en esto adopta una posición escéptica. En ética, afirma el valor
de la virtud por sí misma; pero duda entre la doctrina estoica y el académico
peripatético. Afirma la existencia de Dios, la libertad e inmortalidad del
alma; pero evita afrontar los problemas metafísicos inherentes a tales
afirmaciones.
Semejante a la posición de
Cicerón es la del gran erudito y amigo suyo, Marco Terencio Varrón (116-27 a.
de C.). Varron se mantuvo fiel a la ética de Antíoco. De Panecio aceptaba, en cambio,
la distinción de la teología en mítica, física y política. La teología mítica
está constituida por las representaciones que los poetas dan de la
divinidad. La teología física es la propia de las teorías de los
filósofos sobre el mundo y sobre Dios. La teología política es la que
halla su expresión en las disposiciones legislativas que se refieren al culto.
Por su parte, Varrón aceptaba el concepto estoico e la divinidad como alma del
mundo.
EL
ARISTOTELISMO ECLÉCTICO
La
orientación ecléctica no se enraizó nunca profundamente en la escuela
peripatética. Andrónico de Rodas, que desde el año 70 a. de C., y durante diez
u once años fue el jefe de la escuela peripatética de Atenas, es famoso sobre
todo por haber cuidado de la edición de los escritos acroamáticos de
Aristóteles y por haber empezado aquellos comentarios de las obras del maestro
que después fueron la ocupación de todos los peripatéticos. Su interés
principal se dirigió a la lógica.
Entre
los eclécticos del peripatetismo hemos de enumerar al gran astrónomo Claudio
Tolomeo, en el cual han ejercido influencia algunos elementos de la
investigación platónica y estoica y la doctrina pitagórica de los números; y el
médico Galeno (129-199 d. de C.), que ha sido la mayor autoridad de la medicina
hasta la Edad Moderna. Al lado de las cuatro causas aristotélicas: materia,
forma, causa eficiente y causa final, Galeno admitió otra quinta, la causa
instrumental, esto es, el instrumento o medio mediante el cual las otras
cuatro obran y que Aristóteles había considerado idéntica a la causa eficiente. Probablemente,
Galeno fue también el primero que introdujo en la lógica aristotélica el
tratado de los silogismos hipotéticos, modelados sobre los anapodícticos de los
estoicos, las afirmaciones de Alejandro de Afrodisia que atribuyen a los
primeros aristotélicos (Teofrasto y Eudemo) esta innovación, no se han visto
confirmadas. Por silogismo hipotético entendía él un silogismo que tiene como
premisa una proposición condicional o disyuntiva, como en los esquemas
siguientes: "Si S es, es P; pero S es; luego es P";
"S es o P o Q; pero no es Q; luego es P".
En
su Introducción a la dialéctica Galeno afirmaba que mientras el
silogismo categórico (o sea, aristotélico) se exige en los razonamientos de los
matemáticos, el hipotético se exige para discutir problemas como éstos:
"¿Existe el destino?", "¿Existen los dioses?", "¿Hay
providencia? "; que son problemas de la física estoica. De allí en adelante el tratado del
silogismo hipotético entró a formar parte del cuerpo de la lógica aristotélica
y se transmitió como tal, a través de Boecio, a la lógica medieval.
El
último peripatético de alguna importancia fue Alejandro de Afrodisia (que enseñó en
Atenas entre 198 y 211), el famoso comentador de Aristóteles, el exégeta por
excelencia. Su comentario sólo nos ha llegado en parte. Alejandro se proponía
en él aclarar y defender la doctrina de Aristóteles contra las afirmaciones
contrarias de las otras escuelas, especialmente los estoicos. El punto de su
comentario que debía alcanzar más importancia durante la Edad Media y el
Renacimiento es el que se refiere al problema del entendimiento agente. Alejandro distingue tres entendimientos:
1.
° el entendimiento físico o material, que es el entendimiento posible;
éste es semejante al hombre capaz de aprender un arte, pero que aún no lo
posee;
2. ° el entendimiento adquirido, que es
la capacidad de pensar, semejante al artista que ha llegado a poseer su arte;
3. ° el entendimiento activo, que efectúa
el paso del primero al segundo entendimiento. Este no pertenece al alma humana,
sino que obra sobre ella desde fuera. Es la misma causa primera, esto es, Dios.
Esta doctrina debía ofrecer el punto de partida de numerosas interpretaciones
del entendimiento agente que se sucedieron en la escolástica árabe y latina y
en el Renacimiento.
LA
ESCUELA CÍNICA
En
la primera mitad del siglo III a. de C., Bión de Boristene inició aquel género
literario que fue después la característica de la escuela cínica, las diatribas.
Las diatribas eran discursos morales contra las opiniones y las costumbres
dominantes; discursos enriquecidos con múltiples artificios retóricos
destinados a aumentar su eficacia.
Menipo de Gadara, hacia la mitad
del siglo III a. de C., en sus sátiras escritas en prosa, pero con versos
intercalados, representó escenas burlescas en las cuales situaba a epicúreos y
escépticos. A ejemplo suyo, Varrón escribió las Sátiras menipeas. Hacia
la mitad del siglo III la escuela cínica perdió su autonomía y acabó por
fundirse con la estoica. Al comienzo de
la era cristiana, renació del mismo estoicismo; y surgió con el mismo carácter
de discurso petulante y sarcástico que las más de las veces no tienen ninguna
base filosófica ni ninguna justificación moral. Se difunden en este periodo
cincuenta y una cartas atribuidas a Diógenes y a Crates, Séneca alaba mucho a
su contemporáneo Demetrio, que parece haber sido el renovador del cinismo.
Dión, llamado Crisóstomo, que
vivió en tiempos del emperador Trajano, aparece como propagandista popular de
las doctrinas tradicionales de los cínicos.
La
escuela cínica, que se redujo a una simple predicación moral sin fundamento
filosófico, no sufrió la influencia de los sucesivos desarrollos de la
investigación y sobrevivió hasta el siglo V después de Cristo.
SÉNECA
El
estoicismo del período romano, aun obedeciendo a la orientación ecléctica
general de la época, orientación por la cual las diferencias teóricas pasan a
segundo término frente al acuerdo general de las conclusiones prácticas, a que
se subordina completamente la investigación filosófica, muestra ya de manera evidente un carácter que la fase ulterior de la especulación
debía acentuar: el prevalecimiento del interés religioso. Este predominio se
funda en la acentuación que en los estoicos romanos recibe el tema de la interioridad
espiritual. La concepción estoica del sabio que es autosuficiente y busca
en sí la verdad, es el presupuesto del valor que el estoicismo comienza a
reconocer a lo que hoy llamamos introspección o conciencia. Para llegar a Dios
y acomodarse a su ley, el sabio estoico no necesita mirar fuera de sí;
"sólo debe mirarse a sí mismo.
Los
estoicos romanos hacen de este retorno del hombre a sí mismo uno de sus temas
preferidos: tema que luego vendría a ser central y dominante en el platonismo.
Sin embargo, no se trata todavía de un tema que dé origen a nuevas
formulaciones conceptuales. De los
numerosos estoicos de la época imperial cuyo nombre conocemos y de que tenemos
algunos datos, ninguno presenta originalidad de pensamiento. Sólo cuatro de
ellos, Séneca, Musonio, Epicteto y Marco Aurelio, nos aparecen dotados de
personalidad filosófica propia.
Lucio Anneo Séneca, de Córdoba,
en España, que nació en los primeros años de la era cristiana, fue maestro y
durante largo tiempo consejero de Nerón, por orden del cual murió el año 65 d.
de C. De sus escritos nos han quedado siete libros de Cuestiones naturales y
numerosos tratados de carácter religioso y moral (Diálogos, Sobre la
Providencia, De la constancia del Sabio, Sobre la ira, Sobre la consolación a
Marcia, De la vida feliz, De la brevedad de la vida, Sobre la consolación a
Polibio, Sobre la consolación a la madre Elvia, De los beneficios, De la
clemencia). Fue, además, autor de veinte libros de Cartas a Lucillo, de
carácter principalmente moral.
Séneca
insiste sobre el carácter práctico de la filosofía: "La filosofía, dice,
enseña a obrar, no a hablar." (Ep., 20, 2). El sabio es para él
"el educador del género humano" (Ep., 89, 13). Por esto deja
de lado la lógica y se ocupa de la física sólo desde el punto de vista moral y
religioso.
De hecho, la ignorancia de los fenómenos
físicos es la causa fundamental de los temores del hombre, y la física elimina
tales temores. Además, la grandeza del mundo y de la divinidad nos enseña a
reconocer nuestra pequeñez.
También,
en cierto sentido, la física es superior a la misma ética, porque mientras ésta
trata del hombre, aquélla trata de la divinidad que se revela en los cielos y
en general en el mundo (Quest. nat., I, pról.). Sin embargo, ni la
física ni la metafísica de Séneca contienen nada original respecto a las
doctrinas comunes del estoicismo. Por
lo que se refiere al concepto del alma, en cambio, se inspira en las doctrinas
platónicas. Después de haber distinguido una parte racional y otra irracional,
distingue en esta última dos partes: una irascible, ambiciosa, que consiste en
las pasiones; otra humilde, lánguida, dedicada al placer; división que
corresponde a la de Platón de las partes racional, irascible y concupiscible
del alma misma. En Platón se inspira también al considerar la relación del alma
con el cuerpo: el cuerpo es la prisión y la tumba del alma. El día de la
muerte es verdaderamente para el alma el día del nacimiento eterno (Ep., 102,
26). Séneca está muy lejos del rigorismo estoico, que ponía un abismo entre el
sabio que sigue la razón y el necio que no la sigue. Está convencido de que hay
siempre oposición entre lo que el nombre debe ser y lo que en realidad es; y
que la oscilación entre el bien y el mal es propia de todos los hombres; por
esto se inclina a considerar con mayor indulgencia las imperfecciones y caídas
de los hombres. Su máxima moral básica
es el parentesco universal entre los hombres: "Todo lo que ves, que abarca
lo divino y lo humano, es todo uno: nosotros somos todos miembros de un gran
cuerpo. La naturaleza nos hizo parientes, dándonos un mismo origen y un mismo
fin. Ella nos inspiró el amor recíproco y nos hizo sociables" (Ep., 95,
51). Su concepto de Dios se diferencia del de los estoicos por su acentuado
carácter religioso: la razón es la divinidad que se aloja en el hombre; la
divinidad puede, por consiguiente, hallarse tanto en un liberto o un esclavo
como en un caballero romano (Ep., 31,11).
La
doctrina de Séneca es, pues, un estoicismo ecléctico de fondo religioso. Algunos
aspectos de esta doctrina, como el concepto de divinidad, de la fraternidad y
del amor entre los hombres y de la vida después de la muerte, están tan
próximos al cristianismo que han hecho nacer la leyenda de las relaciones entre
Séneca y San Pablo, leyenda que llevó hasta falsificar una correspondencia (que
no conservamos) entre él y el apóstol. Tales relaciones entre Séneca y San
Pablo no han existido jamás. Pero no hay duda de que su doctrina,
especulativamente poco notable, está movida por una aspiración religiosa que fe
da carácter original.
MARCO AURELIO
Con
Marco Aurelio el estoicismo se eleva hasta el trono imperial de Roma. Nacido en 121
d. de C., de noble familia, Marco Aurelio fue adoptado por el emperador
Antonino, a quien sucedió en 161. Murió en el 180, durante una campaña militar.
Ha dejado un escrito compuesto de aforismos diversos, que se titula Coloquios
consigo mismo o Recuerdos, en doce libros. Como Séneca, se aparta en varios pasajes de la doctrina tradicional de
los estoicos; se aparta, sobre todo, en lo que se refiere al alma, en lo cual
supera decididamente el materialismo estoico. Sostiene que el hombre se compone
de tres principios: el cuerpo, el alma material, que es el
principio motor del cuerpo, y la inteligencia. Como todos los elementos
del organismo humano son partes de los correspondientes elementos del Universo,
así el intelecto humano es parte del del mundo. El daimon, o espíritu, que
Júpiter ha dado a cada uno como guía, no es otra cosa que la inteligencia, y
esta es un "pedazo" del mismo Júpiter (V, 27). Entre las funciones
psíquicas, las percepciones pertenecen al cuerpo, los impulsos al alma, las
intelecciones al entendimiento.
Marco
Aurelio, como Séneca y Epicteto, afirma que la condición de la filosofía es el
retiro del alma en sí misma, la introspección o la meditación interior (IV, 3). Y
dice: "Mira dentro de ti: dentro de ti está la fuente del bien siempre
dispuesta a brotar, si sabes cavar en ti mismo" (VII, 59). Por eso hace
suyas las tesis estoicas del orden divino del mundo y de la providencia que lo
gobierna, pero también afirma, por su cuenta, el parentesco de los hombres con
Dios. El daimon individual, como parte
del entendimiento universal y, por consiguiente, de Júpiter, es el fundamento
de esta convicción religiosa. Por su parentesco común los hombres deben
amarse los unos a los otros. "Es propio del hombre amar aun a quien le
hiere. Debes tener presente que todos los hombres son familiares tuyos, que
pecan sólo por ignorancia, e involuntariamente, que la muerte nos amenaza a
todos, y especialmente que nadie te pueda dañar, porque nadie puede atacar tu
razón" (VII, 22). El hombre es parte del flujo incesante de las cosas.
"La realidad es como un río que se desliza incesantemente, las fuerzas
cambian, las causas se transforman mutuamente y nada permanece inmóvil"
(IX, 28). ¿Cuál es el destino del alma en este fluir? Marco Aurelio pinta con colores vivísimos la condición del alma que con
la muerte se libra del cuerpo, y admite también la antigua creencia del cuerpo
como prisión y tumba del alma. Pero para él el problema de si esta liberación
es el comienzo de una nueva vida o el fin de toda sensibilidad, pasa a segundo
término.
1 comentario:
Es bastante preocupante el nivel de confusión e incomprensión, particularmente en lo referente a un pretendido platonismo, aristotelismo y estoicismo ecléctico, evidenciando una superficialidad en la comprensión de estos filósofos arcaicos, sin dudas, además, acrecentado por las deficientes traducciones del griego. Sin embargo, la falta de conocimiento y distorsión de la tradición romana es alarmante, pareciera ser que tampoco se emplearon textos originales (en latín) y sólo se fincó en las traducciones y mal interpretaciones de ella, lo que conlleva a este poco feliz resultado que, en pocas líneas, presenta tantas contradicciones, absurdos y despropósitos. Lamentable la desinformación que aquí se entrega y penoso espectáculo es el que hace el autor que, evidentemente, desconoce plenamente la tradición romana y, por ello, llega a “hablar como niño”.
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