CARACTERES
DE LA FILOSOFÍA DE LA EDAD ALEJANDRINA
La
subordinación de la investigación filosófica a un fin práctico, puesto y
reconocido como válido independientemente de la misma investigación, tenía que
conducir necesariamente a desvalorizar el significado y la función de la
filosofía como investigación.
La
primera época y la época clásica de la filosofía griega habían reconocido a la
investigación el más alto valor: en la investigación, que tiende a
justificarse y a profundizar en sí misma, a reconocer su punto de partida y su
fin último, habían colocado el valor de la personalidad humana y el único
camino para el hombre a fin de formarse como tal. Pero al subordinarse la investigación a un fin ya determinado, el valor
de este fin no puede considerarse asegurado por la investigación misma. Este
valor debe sobrevenir al fin mismo por medio de una revelación trascendente o
por una sabiduría originaria, en una palabra: por una tradición religiosa, a
la cual se subordina la investigación filosófica.
El
valor concedido a la tradición por este período coincide con la orientación
religiosa de la investigación filosófica. Esta nació en la Grecia antigua como
voluntad de liberación de las tradiciones, costumbres y opiniones establecidas;
Sócrates es el símbolo mismo de tal investigación, cuya fundamentación
teorética buscó Platón: el hombre no precisa recibir de la tradición la verdad,
porque ésta está en él mismo. Con el prevale-cimiento de la inquietud religiosa,
la tradición recupera sus derechos: la verdad es fruto de una revelación
originaria y su única garantía es la tradición. De ahí la tendencia de la época
alejandrina a fabricar escritos que debían atestiguar la antigüedad de ciertas
creencias y conferirles la garantía de una tradición. La floración de escritos
apócrifos propia de este período es, pues, consecuencia natural de la actividad
religiosa que en él llega a asumir la filosofía.
Al
acentuarse el carácter religioso de la filosofía en los estoicos del período
romano, comienza una orientación que va imponiéndose paulatinamente en el
período siguiente
y encuentra su primera expresión en un eclecticismo
que intenta recoger y ensamblar los elementos religiosos implícitamente
contenidos en el pensamiento griego, desde la religión de los misterios hasta
el pitagorismo y el platonismo; además, esta tendencia se observa en las
filosofías que se enlazan expresamente con las religiones orientales y procuran
conducir de nuevo a ellas al mismo pensamiento griego (filosofía grecojudaica).
En fin, la expresión más elevada de esta orientación será el neoplatonismo.
Puede ser que el alma, al
reabsorberse en el todo, se transmute en otros seres (IV, 21). En esto Marco
Aurelio es más fiel que el platonizante Séneca a la doctrina original del
estoicismo.
LOS
NEOPITAGORICOS
El
revivir de la filosofía pitagórica se manifiesta en el siglo I a. de C. con la
aparición de escritos pitagóricos de la falsa atribución (Dichos
áureos, Símbolos, Cartas, que se atribuyen a Pitágoras; Sobre la
naturaleza del todo, atribuido al lucano Ocello), de los cuales nos quedan
algunos fragmentos.
Todos
se caracterizan por reconocer la separación total entre Dios y el mundo,
reconocimiento que implica la necesidad de admitir divinidades inferiores que
actúen como intermediarios entre Dios y el mundo. A este mismo
tipo de escritos pertenecen los que nos han llegado con el nombre de Hermes
Trismegisto, que aparecieron durante el siglo I d. de C. Estos escritos tienden
a relacionar la filosofía griega con la religión egipcia: Hermes es reconocido
como el mismo dios egipcio Theut o Thot. Es común a todos estos escritos la
hostilidad contra el cristianismo y la defensa del paganismo y de las
religiones orientales.
Como renovador de la filosofía
pitagórica Cicerón señala a P. Nigidio Figulo, que murió el año 45 a. de C.
Hacia fines del siglo I d. de C., Apolonio de Tiana escribió una vida de
Pitágoras en la cual diseñó de un modo novelesco la figura del fundador del pitagorismo.
Apolonio viajó por todo el Imperio romano como mago, profeta y taumaturgo. Una Vida
de
Apolonio fue escrita por
Filostrato al comienzo del siglo III d. de C. En un escrito, De los
sacrificios, de Apolonio, aparece la distinción entre el primer dios y las
otras divinidades, que acabaría por dominar en la especulación teológica de
este período.
Hacia
el año 140 d. de C. parece que se compusieron las dos obras que nos han quedado
de Nicómaco de Gerasa, en Arabia: Introducción a la Aritmética y Manual
de música. En la primera se defiende la preexistencia de los números en el
espíritu del creador con anterioridad a la creación del mundo. Los números son
los modelos a que se conforman y ordenan todas las cosas. Los principios de la
creación son el uno, que se identifica con la razón o divinidad, y la dualidad,
que se identifica con la materia, según la doctrina de los antiguos
académicos.
Numenio
de Apamea, en Siria, vivió en la segunda mitad del siglo I después de
Jesucristo y su doctrina es una mezcla de elementos pitagóricos y platónicos.
Según Numenio, la filosofía de los griegos se deriva de la sabiduría oriental;
Platón es un "Moisés helénico". Escribió: De los misterios según
Platón, Sobre el bien y De la separación de los académicos de Platón, obras
de las que nos quedan algunos fragmentos. Es notable la división de las tres
divinidades. Distingue de la primera divinidad al demiurgo como un segundo
dios. El primer dios es el puro entendimiento, principio de la realidad
y rey del universo. El segundo dios es el demiurgo, que obra sobre la
materia, forma el mundo y es el principio del devenir. El mundo, producido por
el demiurgo, es el tercer dios.
Se funden en esta concepción los
conceptos platónicos del bien como principio supremo y del demiurgo con el
concepto aristotélico de Dios, como puro entendimiento. En el hombre, Numenio distingue dos almas, una racional y otra
irracional, y declara que la entrada del alma en un cuerpo es siempre un mal,
porque la realidad incorpórea y el devenir corpóreo se relacionan entre sí como
el alma buena y mala del mundo. La doctrina de Numenio presenta características
que debían ser comunes a la filosofía de este período: el sincretismo
grecooriental, la conciliación entre Pitágoras y Platón, la creencia en divinidades
intermedias entre Dios y el mundo, la oposición entre espíritu y materia como
oposición entre el bien y el mal.
EL
PLATONISMO MEDIO
La
misma mezcla de doctrinas dispares se encuentra en los seguidores de la escuela
de Platón, a partir del siglo I d. de C., como continuación de la orientación
ecléctica, que había empezado con Antíoco de Ascalona. De los numerosos
representantes de la escuela en este período, el más notable es Plutarco, que nació el año 45 d. de C. y
desarrolló su actividad científica en Atenas, adonde fue el año 66 d. de C. Nos
han quedado de él numerosísimas obras de comentarios a Platón, de polémica
contra los estoicos y epicúreos, de física, de psicología, de ética, de
religión y de pedagogía. Es también autor de las famosas Vidas paralelas, de
griegos y romanos.
Plutarco
considera imposible hacer derivar todo el mundo de una causa única. Si Dios
fuese la única causa del mundo, no debería existir el mal; es necesario, pues,
admitir, al lado de Dios, otro principio, que sea la causa del mal en el mundo,
como Dios es causa del bien. Este principio no es la materia, sino una fuerza
indeterminada e indeterminable, que es sojuzgada por Dios en el acto de la
creación, pero permanece de un modo permanente en el mundo, como causa de toda
imperfección y de todo mal. Dios, como bien puro, está situado así
absolutamente por encima del mundo; y su relación con el mundo queda
establecida por medio de divinidades intermedias o demonios, con cuya acción
Plutarco explica y justifica las creencias de la religión popular de los griegos
y de otras naciones.
Plutarco
acepta la división platónica del alma en intelectiva o racional, irascible y
concupiscible (De las virtudes morales,).
En
otras partes combina juntamente la división de Platón con la de Aristóteles, y admite
así cinco partes del alma. De todas maneras, mantiene la superioridad del
entendimiento sobre las otras partes. En la ética sigue con preferencia a Aristóteles.
Hay cosas que no tienen una relación necesaria con nosotros, como el cielo, la
tierra, el mar, los astros; otras que la tienen, como el bien, el mal, el
placer, el dolor. Las primeras son objeto de la razón (λόγος) científica o teorética, las segundas de la razón volitiva
o práctica. La virtud propia de la razón especulativa es la sabiduría (σοφία); la propia de la razón práctica es la prudencia (φρόνησις).
La razón práctica tiene por objeto moderar los impulsos
de la parte irracional del alma y hallar el justo medio entre el exceso y el
defecto. Así determina las virtudes morales o éticas; las cuales opone Plutarco
a la apatía cinicoestoica, como la armonía y el justo medio entre las pasiones
frente a la abolición completa de las mismas, que ni es posible ni deseable.
La obra de Plutarco ha tenido una
importancia mucho mayor que su significado especulativo. A través de ella se
han difundido y han sido conocidas en todos los países las doctrinas
fundaméntales de la filosofía griega, más que a través de las obras originales.
Con todo, nada hay en su filosofía que tenga la potencia y el rigor de la
investigación clásica.
LA
FILOSOFÍA GRECOJUDAICA
Si, por una parte, la filosofía
griega tiende la mano en este período a la sabiduría oriental, por otra la
sabiduría oriental tiende la mano a la sabiduría griega, solidarizándose con
ella en el mismo intento de fundir conjuntamente los resultados de la
investigación griega con la tradición religiosa del Oriente.
En
Palestina, en el siglo I de la era cristiana, la secta de los Esenios, de que nos
hablan Filón, Josefo y Punió, muestra una profunda afinidad con el neopitagorismo,
de tal modo que hace suponer que aquélla se desarrolló bajo la influencia de
los misterios orficopitagóricos. Esta secta estaba constituida por varias
comunidades sometidas a una severa disciplina y a un cierto número de reglas
ascéticas. Desde el punto de vista doctrinal, interpretaban alegóricamente el Viejo
Testamento según una tradición que hacían llegar hasta Moisés; creían en la
preexistencia del alma y en la vida después de la muerte; admitían las
divinidades intermedias o demonios, y la posibilidad de profetizar el futuro. Casi todas estas creencias se encuentran en
el neopitagorismo y en el platonismo medio.
A los Esenios se les suelen atribuir las
doctrinas expuestas en documentos recientemente descubiertos en las
proximidades del Mar Muerto y que precisamente suelen llamarse
"rollos del Mar
Muerto". En efecto, estas doctrinas no se diferencian de las de los
Esenios tal como se conocen por las fuentes tradicionales; de todas formas, los
documentos que las contienen son una prueba más de la difusión de la filosofía greco-judaica
de carácter religioso en la época inmediatamente anterior a la venida del
cristianismo.
Afín a los Esenios fue la secta
judeoegipcia de los Terapéuticos, que se desarrolló en Egipto.
Alejandría fue un terreno muy
favorable para la fusión de elementos doctrinales griegos y orientales. Algunos
fragmentos de Aristóbulo (hacia 150 a. de C.) procuran demostrar que ya
Pitágoras y Platón habían conocido los escritos del Antiguo Testamento.
En
el libro de la Sabiduría del Antiguo Testamento, compuesto probablemente
en el siglo I a. de C., hay claras reminiscencias de platonismo y de
pitagorismo, en la afirmación de la preexistencia y de la inmortalidad del
alma, del impedimento que es para ella el cuerpo y en la concepción de una
materia preexistente y del Logos como mediador de la creación divina
FILÓN
DE ALEJANDRÍA
Nació en Alejandría entre el año
30 y el 20 a. de C. Filón el Judío
estuvo en Roma en el año 40 a. de C. como embajador de los judíos ante el emperador
Calígula. Tenemos un gran número de escritos suyos de diversos temas entre
los que destacan los que constituyen un comentario alegórico del Viejo
Testamento.
Filón,
por un lado, manifiesta una gran veneración por las Sagradas Escrituras, y, en
primer lugar, por Moisés, a quien considera inspirado directamente por Dios, y,
por otro lado, es un admirador de los filósofos griegos y opina que la verdad
contenida en ellos es la misma de los libros sagrados. Llega a este
convencimiento interpretando alegóricamente las doctrinas del Viejo Testamento
y adaptando a ellas los conceptos de la filosofía griega. El resultado es una
forma de platonismo muy cercana a la que se había ido desarrollando en
Alejandría y que se solía referir a Platón y a Pitágoras.
Los
puntos fundamentales de la filosofía de Filón son tres: la trascendencia
absoluta de Dios respecto a todo lo que el hombre conoce; la doctrina del Logos
como intermediario entre Dios y el hombre, considerar que el fin del hombre
es la unión con Dios. En su perfección absoluta, Dios es tal que es imposible
comprender su naturaleza. Aun el hombre inspirado puede ver que él es,
pero no qué es. Dios es superior al bien y a la unidad y no puede
tener otro nombre sino de ser (como indica la misma palabra hebrea Yahveh (El
que es). A Dios pertenecen las dos potencias primeras, la bondad y el poder;
por la primera, Él es propiamente Dios; por la segunda, es el Señor. Entre
estas potencias, hay una tercera, que las concilia a ambas, la Sabiduría, Logos
o Verbo de Dios, que es la imagen más perfecta de Dios, mismo.
El
Logos ha sido el mediador de la creación del mundo. Antes de crear el
mundo, Dios creó un modelo perfecto del mismo, no sensible, incorpóreo y
semejante a sí, que es precisamente el Logos. (De mundi opif. 4). Y,
valiéndose de él, creó el mundo. Lo creó sirviéndose de una materia que él
mismo había preparado antes y que era primitivamente indeterminada, falta de
norma y cualidad: Dios la determinó, le dio forma y cualidad, y de esta manera
del desorden la llevó al orden. De la materia se derivan las imperfecciones del
mundo. El Logos divino es la sede de las ideas, por cuyo medio Dios ordena y
plasma las cosas materiales. Las ideas son, pues, concebidas por Filón como fuerzas,
porque por su medio la materia queda plasmada.
El
fin del hombre es su unión con Dios. Para llegar a Dios, el hombre debe, en
primer lugar, librarse de la sensibilidad y de los vínculos del cuerpo; debe
librarse también de la razón y esperar a la gracia divina que le eleve hasta la
visión de Dios. Esta visión se tiene solamente cuando el hombre ha salido fuera
de sí mismo (εκτασις), y está bajo una
especie de furor dionisíaco, como ebrio y alocado. Se trata de
una condición que no se puede expresar, porque es sobrehumana y misteriosa. (De
ebrietate, 261-62).
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