LA FILOSOFÍA GRIEGA
Y LA TRADICIÓN CRISTIANA
Grecia
fue verdaderamente la cuna de la filosofía. Por primera vez, en el mundo
occidental, entendió y realizó la filosofía como investigación: como
investigación autónoma, que recibe sólo de sí misma el fundamento y la ley de
su desarrollo. La filosofía griega
demostró que la filosofía no puede ser otra cosa que investigación, y esta
no puede ser más que libertad. La libertad implica que la disciplina, el
punto de partida, el fin y el método de la investigación sean justificados y
hallados por la misma investigación, y no aceptados independientemente de ella.
El
predominio del cristianismo en el mundo occidental determinó una nueva
orientación de la filosofía. Toda religión supone un conjunto de creencias, que
no son el fruto de una investigación, pues consisten en la aceptación de una revelación.
La
religión es la adhesión a una verdad que el hombre acepta en virtud de un testimonio
superior. Tal es, en efecto, el cristianismo. A los fariseos que le decían: "Tú das
testimonio de ti mismo, por tanto, tu testimonio no es verdadero", Jesús
respondió: "Yo no estoy solo, sino que somos yo y Aquél que me envió"
(S. Juan, VIII, 13, 16), fundando así el valor de su enseñanza en el testimonio
del Padre. La religión parece por esto excluir en su mismo principio la
investigación y consistir precisamente en lo contrario, en la aceptación de una
verdad testificada desde lo alto, independiente de cualquier investigación. Con
todo, apenas el hombre se pregunta por el significado de la verdad
revelada y quiere saber por qué camino puede verdaderamente comprenderla y
hacerla carne de su propia carne y sangre de su misma sangre, renace la
exigencia de la investigación. Reconocida la verdad en su valor absoluto,
tal como es revelada por una potencia superior, queda determinada
inmediatamente la exigencia, para cada hombre individual, de acercarse a ella y
comprenderla en su auténtico significado, para vivir verdaderamente con ella y
de ella. A esta exigencia solo puede
satisfacerla la investigación filosófica. La investigación renace, pues, de la
misma religiosidad, por la necesidad del hombre religioso de acercarse lo más
posible a la verdad revelada. Renace con un fin específico, impuesto por la
naturaleza de tal verdad y por las posibilidades que la misma puede ofrecer a
su comprensión efectiva por parte del hombre; pero renace con todos los caracteres que son propios de su naturaleza y
con tanta mayor fuerza cuanto mayor es el valor que se atribuye a la verdad en
que se cree y que se quiere hacer propia.
De
la religión cristiana ha nacido así la filosofía cristiana, la
cual ha emprendido la tarea de llevar al hombre a la comprensión de la verdad
revelada por Cristo, de manera que pueda verdaderamente realizar el significado
auténtico de la misma. Los instrumentos indispensables para esta tarea los
halló la filosofía cristiana ya dispuestos por la filosofía griega. Las doctrinas del último período,
preferentemente religioso, de la especulación helénica se prestaban a expresar
de una manera accesible al hombre el significado de la revelación cristiana; y
a tal fin fueron, en efecto, utilizados de la manera más amplia.
LOS
EVANGELIOS SINÓPTICOS
La
predicación de Cristo se enlaza, por un lado, con la tradición hebraica y, por
otro, la renueva profundamente. La tradición hebraica enseñaba la creencia en
un Dios único, espíritu puro y garantizador del orden moral en el mundo de los
hombres; un Dios que ha escogido como pueblo suyo el hebreo, al que ayuda en
las dificultades y castiga inexorablemente en sus aberraciones religiosas y en
sus faltas morales.
La última tradición hebraica, la de los
profetas, anunciaba, después de un período de desgracias y castigos
tremendos, la renovación del pueblo
hebreo y su resurgimiento hasta una potencia material y moral, que haría de él
el instrumento directo de Dios para su dominio del mundo.
Al
anuncio de esta renovación, que debía verificarse por medio de la obra de un Mesías
directamente elegido por Dios, se refiere la predicación de Cristo. Pero
tal predicación amplía inmediatamente el horizonte del anuncio profético,
extendiéndolo del pueblo elegido a todos los pueblos de la Tierra, a todos los hombres
" de buena voluntad", cualquiera que sea su raza, su cultura y su
posición social.
Al mismo tiempo, quita a la anunciada restauración todo carácter temporal y
político y hace de ella una pura
renovación espiritual que debe
realizarse en el interior de las conciencias.
El
reino de Dios anunciado por Jesús, no exige un cambio político: "Dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (S.
Mateo, 22, 21; San Lucas, 20, 25).
Es más bien una realidad
invisible e interior al hombre: "No se podrá decir 'aquí está, o allí
está', porque, en verdad, el reino de Dios está dentro de vosotros" (San
Lucas, 17, 21).
"Es semejante al grano de
mostaza, que es el más pequeño de todos los granos y llega a hacerse un árbol
grande; es semejante a la levadura que se esparce por la harina y la hace
fermentar toda" (San Mateo, 13, 31 sigs.; S. Marcos, 4, 30 sigs.; S.
Lucas, 13, 18 y sigs.); es, por tanto, una vida espiritual que se desarrolla y,
se esparce gradualmente en los hombres. El
reino de Dios exige el abandono radical por parte del hombre de todos los
intereses mundanos. Jesús afirma explícitamente que no ha venido a traer la
paz, sino la espada (S. Mateo, 10,34); la aceptación de su mensaje significa la
ruptura definitiva con todos los lazos terrenos y el dirigirse totalmente a
Dios. Por esto dice: "El que hallare su alma la perderá, y el que la
perdiere por mí la encontrará" (Ibid., 39).
Qué cosa suponga para el hombre
esta ruptura total con el mundo y consigo mismo, este total dirigirse a Dios,
Jesús lo ha dicho en el Sermón de la Montaña. El reino de los cielos es
para los pobres de espíritu, para los que sufren, para los mansos, para los que
desean la justicia, para los perseguidos.
Impone al hombre el amor. A
la ley del viejo Testamento: "Ojo por ojo, diente por diente", Jesús
impone la nueva ley cristiana: "Amad a vuestros enemigos y rogad por los
que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos,
que hace brillar el sol sobre los malos y sobre los buenos y hace llover sobre
justos e injustos. Ya que, si amáis solamente a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis? ¿No hacen también esto los publicanos? (1). Y si queréis sólo a
vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿Acaso no lo hacen los
paganos? Sed, pues, perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial"
(S. Mat., 5, 44-48).
En
la predicación de Jesús, Dios, más que el Señor, es el Padre de
los hombres; más que administrador de aquella justicia inflexible y vengativa
que le atribuyen los judíos, es fuente inagotable de amor, que manda a todos el
amor como deber primero y fundamental. La comunidad humana que deberá salir de
la predicación de Cristo, será, pues, una comunidad fundada en el amor. La relación
misma entre el hombre y Dios, debe ser esencialmente una relación de amor. El hombre debe abandonarse a la providencia
de su Padre celestial: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia,
y todo lo demás se os dará por añadidura" (S. Mat., 6, 33). Pero este
abandono no debe ser una espera inerte. "Vigilad, dice Jesús, porque no
sabéis qué día vuestro Señor vendrá" (S. Mat., 24, 42). Esperar el reino
de Dios significa prepararse incesantemente para él. Nada se concede sin
esfuerzo: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá" (S.Luc., 11, 9). Toda la enseñanza de Jesús está dirigida a
comunicar la exigencia de esta espera activa y preparatoria, de esta búsqueda
sin la cual no es posible hacerse dignos del reino de Dios. Por esto se dirige
con preferencia a los humildes y a los que sufren ("Yo he sido enviado
sólo para las ovejas descarriadas de la casa de Israel" [S. Mat., 15,
24]), mientras juzga que su llamada suena en vano para los que están
satisfechos de sí mismos y no tienen nada que pedir a la vida: "Es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino
de Dios" (S. Mat., 19, 24).
Sólo
del dolor, de la inquietud y de la necesidad nacen en el hombre la aspiración a
la justicia, a la paz y al amor, que lleva al reino de Dios.
LAS
"CARTAS" DE SAN PABLO
Las
Cartas de S. Pablo, escritas circunstancialmente a diversas comunidades
cristianas contienen,
además de referencias a la doctrina fundamental de Cristo, avisos, consejos,
prescripciones rituales. Pero también incluyen
las bases conceptuales de la nueva religión, que debían servir en los siglos
siguientes, como puntos constantes de referencia de las disputas teológicas y
de las interpretaciones filosóficas.
Estas
bases o principios conceptuales pueden resumirse de la manera siguiente:
1.
° La cognoscibilidad natural de Dios y, por ende, la reducción a culpa de la
ignorancia o desconocimiento del mismo. En efecto, Dios es cognoscible a
través de sus obras, en las que él mismo se ha revelado y en ellas aparecen de
modo evidente su poder y su gloria (Rom., I, 18-25).
2.
° La doctrina del pecado original y de la redención mediante la fe en
Cristo.
"Así como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el
pecado la muerte, así también la muerte paso a todos los hombres porque todos
pecaron" (Rom., V, 12). La redención del pecado se opera mediante
la fe en Cristo. "Dios es justo y justifica a quien tiene fe en
Jesús. ¿Dónde hay, pues, razón
para ufanarse? Ha sido excluida. ¿Por medio de qué ley? ¿Tal vez la de las
obras? No, sino por medio de la ley de la fe. Pues afirmamos que el hombre es
justificado por la fe sin obras de la ley" (Rom., III, 26-28).
3.
° Él concepto de la gracia como acción salvadora de Dios por medio de la
fe.
"No como fue la transgresión. Pues si por la transgresión de uno solo
murieron todos, mucho más sobreabundó la gracia de Dios y el don
gratuito de la gracia de un solo hombre: Jesucristo"(Rom., V, 15,
16).
4.
° El contraste entre la vida según la carne y la vida según el espíritu: "Si vivís
según la carne, moriréis; más si con el espíritu mortificáis las obras del
cuerpo, viviréis. Porque todos los que siguen el espíritu de Dios, son
hijos suyos" (Rom., V I I I , 13, 14).
5.
° La identificación del reino de Dios con la vida y el espíritu de la comunidad
de los fieles, o sea, con la Iglesia. Según S. Pablo, la Iglesia es el cuerpo
de Cristo, cuyos distintos miembros son los cristianos, pero armonizados y
concordes (Rom., X I I , 5 y sigs.).
En
la comunidad cristiana hay sitio para las más diversas tareas, conspirando
todas a la unidad del conjunto, pero cada uno debe elegir aquella para la cual
ha sido llamado.
En las cartas paulinas domina el concepto de la vocación (κλεισις) mediante el cual la gracia
(χάρις) divina opera en cada uno llamándolo al don
o entrega o a la función carismática que es más conforme con su naturaleza.
"Cada uno permanezca en la vocación a que ha sido llamado" (Cor., I,
7, 20). "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es uno solo; hay
diversidad de servicios, pero el Señor es uno solo; hay diversidad de
operaciones, pero uno mismo es Dios que opera todo en todos. El Espíritu se
manifiesta en cada uno del modo más útil" (Cor., 1, 12, 4-7). Y así
a uno se le ha concedido la sabiduría, a otro la ciencia, a otro la fe, a otro
el don de la profecía, pero todos son como los miembros de un solo cuerpo que
es el propio cuerpo de Cristo, la comunidad de los cristianos (Cor., 12
y sigs.). Pero esta misma diversidad de
funciones en la comunidad hace necesaria la armonía espiritual de sus miembros,
armonía que sólo está garantizada por el amor (a) gaph = charitas). El
amor es la condición de toda vida cristiana.
Todos los demás dones del
espíritu, la profecía, la ciencia, la fe, son nada sin el amor. "La
caridad lo soporta todo, tiene fe en todo, lo espera todo, sostiene todo... Quedan estas tres cosas: la fe, la
esperanza, la caridad; pero la mayor de todas es la caridad" (Cor., I,
13, 7, 13). Esta acentuación del valor de la caridad y el puesto central
que el concepto de vocación ocupa en las cartas paulinas demuestran con toda evidencia
que el cristianismo ha venido a ser
una comunidad histórica, cuya vida consiste en tratar de comprender la
enseñanza y la persona de Cristo y realizar su significado.
(1) Publicanos
(telonai) eran los recaudadores de los impuestos públicos, gente odiosa y
apegada al dinero.
EL IV EVANGELIO
En los evangelios sinópticos la
predicación de Cristo aparece ya estrechamente ligada a la persona de Cristo.
Cristo ha dado testimonio de la verdad de su enseñanza con la apelación
a su Padre celestial, que le ha enviado entre los hombres, con los milagros que
ha obrado, y, sobre todo, con su resurrección. El Evangelio de San Juan está
dominado, más que los sinópticos, por la figura de Jesús, y presenta por vez
primera la tentativa de entender filosóficamente la figura del Maestro y el
principio de su enseñanza. El prólogo del IV Evangelio ve en Jesús al Logos o
Verbo divino.
"En el
principio existía el Logos y el Logos estaba junto a Dios y el Logos era Dios.
En el principio él estaba en Dios. Todo ha sido creado a través de él y sin él
ninguna cosa ha sido creada de las creadas. En él estaba la vida y la vida era
la luz. de los hombres. Y la luz apareció en las tinieblas y las tinieblas no
la recibieron"
(S. Juan, 1, 1-5). En estas palabras de San Juan se determina por vez primera
la naturaleza de Cristo por el concepto del Logos, que ya había entrado en la
tradición hebraica con el libro de la Sabiduría (§119). Al Logos se atribuye la función de mediador
entre Dios y el mundo, en cuanto se dice que todo ha sido creado a través de
él. Es reconocida su directa filiación y derivación del Padre (9, 35; 16,
28) y se le atribuye claramente el papel de salvador de todos los hombres.
"Yo no ruego por éstos (los discípulos), sino por todos aquellos que por
su palabra creerán en mí, para que todos sean una sola cosa, como tú, oh Padre,
estás en mí, y yo en ti, para que ellos estén en nosotros y todo el mundo crea
que tú me enviaste" (17, 20-21).
En el IV Evangelio la oposición
entre los lazos terrenos y el reino de Dios queda expresada como la oposición
entre la vida según la carne y la vida según el espíritu, y es
presentada como la alternativa crucial del hombre. La vida, según el
espíritu, es una nueva vida que supone un nuevo nacimiento. "En
verdad, en verdad os digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de
Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede nacer un hombre ya viejo? ¿Puede él entrar
por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: En
verdad, en verdad te digo, que si uno no nace del agua y del espíritu no puede entrar
en el reino de Dios. Lo que ha nacido de la carne es carne, y lo que ha nacido
del espíritu, es espíritu. No te asombres si te digo: es menester que nazcáis
de nuevo. El viento sopla donde quiere, tú oyes su sonido, pero no sabes de
dónde viene ni a donde va; así es todo lo que nace del espíritu" (3, 3-8).
Este renacimiento en el espíritu (πνεύμα) es el nacimiento a la verdadera vida.
"El espíritu es lo que vivifica, la carne no vale nada; las palabras que
yo os he dicho son espíritu y vida" (6, 63). La vida espiritual supone un
nuevo criterio de juicio, por esto Jesús dice a los fariseos: "Vosotros
juzgáis según la carne; pero yo no juzgo a nadie. Y si juzgo, mi juicio es verdadero,
porque yo no estoy solo, sino que estamos yo y Aquel que me ha enviado"
(8, 15-16).
El Evangelio de San Juan ha
formulado en términos rigurosos la alternativa en que la obra y la persona de
Cristo ponían a los hombres.
LA FILOSOFÍA
CRISTIANA
La tarea de entender y realizar
el mensaje de Cristo continuó siendo la de la comunidad cristiana en los siglos
siguientes. La vida histórica de la
Iglesia es el intento continuado de acercar a los hombres al significado
esencial del mensaje cristiano, reuniéndolos en una comunidad universal
(catolicismo), en la cual el valor de cada hombre se funda únicamente en su
capacidad de vivir en conformidad con el ejemplo de Cristo. Pero la condición
fundamental de este acercamiento es la posibilidad de comprender el
significado de aquel mensaje; y tal tarea es propia de la filosofía. La
filosofía cristiana no puede tener el fin de descubrir nuevas verdades y ni
siquiera el de profundizar y desarrollar la verdad primitiva del cristianismo,
sino solamente el de encontrar el camino mejor, por el cual los hombres puedan
llegar a comprender y hacer propia la revelación cristiana.
Todo lo que era necesario para
levantar al hombre del pecado y para salvarle, ha sido enseñado por Cristo y
sellado con su martirio. Al hombre no le
es dado descubrir sin fatiga el significado esencial de la revelación
cristiana, ni puede descubrirlo por sí solo, fiándose únicamente de la razón.
En la Iglesia cristiana la
filosofía no sólo se dirige a esclarecer una verdad que ya es conocida desde el
principio, sino que se dirige a esclarecerla en el ámbito de una
responsabilidad colectiva, en la cual cada individuo halla una guía y un límite. La Iglesia misma, en sus asambleas
solemnes (Concilios), define las doctrinas que expresan el significado
fundamental de la revelación (dogmas).
De ello se deriva el carácter
propio de la filosofía cristiana, en la cual la investigación personal halla
señalados anticipadamente sus límites. No
es, como la filosofía griega, una investigación autónoma que debe dirigirse en
primer lugar a fijar los términos y el significado de su problema; los términos
y la naturaleza del problema ya le han sido dados. Esto no disminuye su
significado vital: sólo a través de la
investigación filosófica el mensaje cristiano, en la inmutabilidad de su
significado fundamental, ha renovado y
conservado, a través de los siglos, la fuerza y la eficacia de su magisterio
espiritual.
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