Habermas



De la teoría de la acción al principio del discurso:
La principal objeción dirigida por Habermas a la estrategia de fundamentación de Apel, cuestiona precisamente, la pretensión de obtener normas éticas -válidas para las acciones- directamente a partir de presupuestos inevitables de las argumentaciones.
Para Habermas, mediante un argumento pragmático trascendental sólo podríamos probar reglas inevitables de las argumentaciones. Ellas no podrían -inmediatamente- aspirar a tener validez fuera del ámbito de las relaciones estrictamente discursivas, pues el discurso está, justamente, "libre de la carga de la acción". La cuestión de la legitimidad de las normas no es un asunto meramente de filósofos.
Lo que habría que mostrar primero es que las pretensiones de validez normativas aparecen ya en el mundo de la vida, antes de cualquier forma de reflexión filosófica.
El lugar de la moral no es -primariamente- el diálogo argumentativo, sino la vida cotidiana. Sólo si mostráramos que el discurso está incrustado en la estructura de las acciones teleológicas mediadas por el lenguaje, podríamos pretender luego mostrar que las normas pueden ser justificadas en un discurso. Al fin de cuentas, las relaciones de reconocimiento recíproco que hay que suponer en el discurso son presupuestos pragmáticos que el discurso -en tanto forma reflexiva de comunicación- "tomaría prestados" de las acciones comunicativas.
El camino de Habermas es, entonces, un camino "desde abajo". El punto de partida es una teoría de la acción social y el punto de llegada una teoría de la argumentación moral.

3 comentarios:

La sonrisa de Hiperion dijo...

Todo en esta vida tiene un precio. Lo queramos o no...


Saludos y un abrazo.

Anónimo dijo...

Y a menudo el precio es demiasado alto! Y se ponen cada vez más precios a todo! Muy interesante entrada y un tema que se puede desarollar mucho.
Un abrazo,
Serge

tecla dijo...

Ay Sil, que me he hecho un lío tremendo. La vida cotidiana es muy sencilla. Me has traído a Friedrich Nietzsche, cuando en el capítulo de El valor de las cosas, dice que las cosas valen en la medida en que las amamos.
Es una verdad contundente.
Cuando dejamos de amar las cosas todo su valor pierde sentido y pagamos auténticas fortunas por aquello que nos seduce y enamora.
No te llego ni a la altura del zapato en tu forma de filosofar, pero lo intento.
Me habría encantado darte una buena réplica tal y como tu sabiduría se merece.
Un abrazo.