Filosofía Antigua: Periodo Antropológico, Protagoras-Gorgias


CARACTERES DE LA SOFISTICA
Desde la mitad del siglo V hasta fines del IV, Atenas es el centro de la cultura griega. La victoria contra los persas abre el período más florido de la potencia ateniense. La  ordenación democrática hacía posible la participación de los ciudadanos en la vida política y hacía preciosas las dotes oratorias que permiten obtener el éxito. Los sofistas vinieron a satisfacer la necesidad de una cultura adaptada a la educación política de las clases dirigentes. La palabra sofista no tiene ningún significado filosófico determinado y no indica una escuela. Originariamente significó solamente sabio y se empleaba para indicar a los Siete Sabios, a Pitágoras y a cuantos se distinguían en cualquier actividad teorética o práctica. En el período y en las condiciones que hemos indicado, el término asume un significado específico: eran sofistas los que hacían profesión de sabiduría y la enseñaban mediante remuneración. El puesto de la sofística en la historia de la filosofía no presenta por esto ninguna analogía con el de las escuelas filosóficas anteriores o contemporáneas. Los sofistas influyeron en realidad potentemente sobre el curso de la investigación filosófica, pero esto aconteció de manera por completo independiente de su intención, que no era teorética, sino sólo práctico-educativa. Los sofistas no pueden relacionarse con las investigaciones especulativas de los filósofos jonios, sino con la tradición educativa de los poetas, como se había desarrollado ininterrumpidamente de Homero a Hesíodo, a Solón y a Píndaro, todos los cuales dirigieron su reflexión hacia el hombre, hacia la virtud y hacia su destino y sacaron de tales reflexiones consejos y enseñanzas. Los sofistas no ignoran éste su origen ideal, ya que son los primeros exégetas de las obras de los poetas y vinculan a ellos su enseñanza. Así Pitágoras, en el diálogo homónimo de Platón, expone su doctrina sobre la virtud del comentario de unos versos de Simónides.
Los sofistas fueron los primeros que reconocieron claramente el valor formativo del saber y elaboraron el concepto de cultura (παιδεία), que no es suma de nociones, ni tampoco el solo proceso de su adquisición, sino formación del hombre en su ser concreto, como miembro de un pueblo o de un ambiente social. Los sofistas fueron, pues, maestros de cultura. Pero la cultura que constituía el objeto de su enseñanza era la que resultaba útil a la clase dirigente de las ciudades en que impartían su magisterio: por eso era pagada. Para que su enseñanza fuese no sólo permitida, sino buscada y recompensada, los sofistas debían inspirarla en los valores propios de las comunidades en donde la exponían, eludiendo críticas e investigaciones que chocaran con tales valores. Por otro lado, precisamente por esta situación, podían darse cuenta muy bien de la diversidad o heterogeneidad de tales valores; lo cual quiere también decir de su limitación. Los sofistas podían ver que, de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, muchos de los valores sobre los que se afianza la vida del hombre, experimentan variaciones radicales y resultan inconmensurables entre sí. La naturaleza relativista de sus tesis teóricas no es más que la expresión de una condición fundamental de su enseñanza. Por otro lado, ellos se consideran "sabios" en el sentido antiguo y tradicional del término: es decir, en el sentido de hacer a los hombres hábiles en sus tareas, aptos para vivir juntos, capaces de salir airosos en las competiciones civiles. Verdad es que, en este aspecto, no todos los sofistas manifiestan, en su personalidad, las mismas características.
Protágoras reivindicaba para los sabios y para los buenos oradores la tarea de guiar y aconsejar lo mejor a las mismas comunidades humanas (Teet., 167 c). Otros sofistas ponían su obra expresamente al servicio de los más poderosos o de los más astutos. En todo caso, el interés de los sofistas se limitaba a la esfera de las actividades humanas y la misma filosofía era considerada por ellos como un instrumento para moverse sagazmente en dicha esfera.
En el Georgias platónico, Calicles, discípulo de los sofistas, afirma que la filosofía se estudia únicamente "para la propia educación" y que por esto es conveniente a la edad juvenil, pero se vuelve inútil y dañosa cuando se cultiva más allá de este límite, ya que impide al hombre volverse experto en los negocios públicos y en los privados y en general en todo lo que concierne a la naturaleza humana (484 c-485 d).
Por este mismo motivo, el objeto de la enseñanza sofística se limitaba a disciplinas formales, como la retórica o la gramática, o a diversas nociones brillantes pero carentes de solidez científica, que podían ser de utilidad para la carrera de un abogado o de un hombre político. Su creación fundamental fue la retórica, o sea, el arte de persuadir, independientemente de la validez de las razones aducidas. Los sofistas afirmaban la independencia y omnipotencia de la retórica: la independencia de todo valor absoluto cognoscitivo o moral; la omnipotencia respecto a todo fin que alcanzar. Pero por la exigencia misma de este arte, el nombre pasa a primer plano en la atención de los sofistas; se le considera no ya como una parte de la naturaleza o del ser, sino en sus caracteres específicos: de tal manera que, si la primera fase de la filosofía griega había sido predominantemente cosmológica u ontológica, con los sofistas se inicia una fase antropológica.

PROTÁGORAS
Protágoras de Abdera fue el primero que se llamó sofista y maestro de virtud. Según Platón, que nos presenta su figura en el diálogo intitulado con su nombre, era mucho más viejo que Sócrates: su florecer se sitúa en el 444-40. Enseñó durante cuarenta años en todas las ciudades de Grecia, yendo de una a otra. Estuvo repetidas veces en Atenas: pero al fin, habiendo sido acusado de ateísmo, se vio obligado a abandonar la ciudad. Murió ahogado a los 70 años, cuando iba a Sicilia.
Platón nos ha dejado, en el diálogo intitulado con su nombre, un retrato vivo, aunque irónico, del sofista; nos lo presenta como un hombre de mundo lleno de años y de experiencia, grandilocuente, vanidoso, y en las discusiones más preocupado por obtener a cualquier coste un éxito personal que por lograr la verdad.
La obra principal de Protágoras, Razonamientos demoledores, se citaba también con el título Sobre la verdad o sobre el ser. Se atribuye a Protágoras una obra Sobre los Dioses. Sobre éstos Protágoras no se pronunciaba. El significado de esta famosa tesis lo explicó por primera vez Platón y su interpretación ha continuado y continúa siendo vigente. Según Platón, Protágoras quería decir que "tal como aparece para mí cada cosa, así lo es para mí y tal como te aparece a ti, así lo es para ti: porque hombre eres tú y hombre soy yo" (Teet., 152 a); por lo tanto, identificaba apariencia y sensación afirmando que ambas son siempre verdaderas porque "la sensación es siempre de la cosa que es" (Ib., 152 c) ·. Es, se entiende, para este o aquel hombre.
Aristóteles (Met., IV, 1, 1053 a, 31 y ss.) y con él todas las fuentes antiguas confirman sustancialmente la interpretación platónica. Esta se corrobora también por las críticas que, según un testimonio de Aristóteles (Ib., I I I, 2, 997 b, 32 y ss.), dirigía Protágoras a la matemática observando que ninguna cosa sensible tiene las cualidades que la geometría atribuye a los entes geométricos y que, por ejemplo, no existe una tangente que toque a la circunferencia en un solo punto, como quiere la geometría (fr. 7, Diels).
En esta crítica, como es obvio, Protágoras se apoyaba en las apariencias sensibles para juzgar de la validez de las proposiciones geométricas.
Según el mismo Platón, seguido en esto casi unánimemente por la tradición posterior, el presupuesto de la doctrina de Protágoras era el mismo de Heráclito: el fluir incesante de las cosas. El Teetetes platónico contiene también una teoría de la sensación elaborada sobre este mismo principio: la sensación sería el encuentro de dos movimientos, el del agente, es decir, del objeto y el del paciente, o sea, del sujeto: como los dos movimientos, después del encuentro, continúan, nunca habrá dos sensaciones iguales ni para diversos hombres ni para el mismo hombre (Teet., 182 a). No sabemos si esta doctrina pueda referirse a Protágoras: sin embargo, también ella es una confirmación de la identidad que Protágoras establecía entre apariencia y sensación. Por lo tanto, es bastante claro que el mundo de la doxa (o sea, de la opinión) que cabalmente comprende las apariencias sensibles y todas las creencias que se fundan en ellas, lo acepta Protágoras tal como se presenta; pero él, como los demás sofistas, se niega a proceder más allá de este mundo de la opinión y a instituir una investigación que de algún modo lo trascienda. Su mundo es el mundo de las tareas humanas en el cual tanto Protágoras como todos los sofistas intentan moverse y permanecer. El agnosticismo religioso de Protágoras es una consecuencia inmediata de esta limitación de su interés a la esfera de la experiencia humana. "De los dioses —decía Protágoras— no llego a saber ni si son ni si no son ni cuáles son, pues hay muchas cosas que impiden saberlo: no sólo la oscuridad del problema sino la brevedad de la vida humana" (fr. 4, Diels). La "oscuridad" de que habla aquí Protágoras consiste probablemente en el hecho de que lo divino trasciende la esfera de aquellas experiencias humanas a las cuales, según Protágoras, se limita el saber.
Sin embargo, todas estas explicaciones no son suficientes para comprender el alcance del principio protagórico. El interés de Protágoras, como el de todos los sofistas, no es puramente gnoseológico-teorético. Los problemas que lleva Protágoras en su corazón son los de los tribunales, los de la vida política y los de la educación: es decir, los problemas de la vida asociada que surgen en el interior de los grupos humanos o en las relaciones entre los grupos. El hombre que ellos toman en consideración es ciertamente el individuo (y no, como quería Gomperz, el hombre en general o la naturaleza humana); pero no el individuo aislado, encerrado en sí mismo como una mónada, sino el individuo que vive junto con otros y que tiene, que estar adaptado o adaptarse para afrontar los problemas de esta convivencia. Por consiguiente, sería arbitrario restringir el principio de Protágoras a la relación entre el hombre y las cosas naturales: es mucho más correcto entenderlo en su significación más amplia, como comprendiendo todo tipo de objeto sobre el que vierta una relación interhumana, incluidos los objetos que se denominan bienes o valores. En el mismo sentido literal de la palabra χρεμαγα usada por Protágoras, los bienes y los valores se incluyen en el mismo título de los cuerpos o de las cualidades de los cuerpos. Desde este punto de vista, el hombre no es sólo la medida de las cosas que se perciben, sino asimismo la del bien, la de lo justo y la de lo bello. No hay duda que Protágoras consideraba que incluso tales valores son diversos de individuo a individuo porque aparecen como tales, y que también en este campo todas las opiniones son igualmente verdaderas. En la enérgica defensa que el propio Sócrates hace de Protágoras a mitad del Teetetes, se dice claramente "que las cosas que en cada ciudad parecen justas y bellas, lo son tales para ella mientras las considere como tales" (Teet., 167 c); y esta es una tesis que puede estar ya comprendida en el principio de que el hombre es medida de todo. Como veremos, los sofistas insistían gustosos en la diversidad y heterogeneidad de los valores que rigen la convivencia humana. Un escrito anónimo, Razonamientos domes (compuesto probablemente en la primera mitad del siglo IV), que se propone demostrar que las mismas cosas pueden ser buenas y malas, hermosas y feas, justas e injustas, lo presenta su autor como una Suma de la enseñanza tomista: "Razonamientos dobles (así comienza el escrito) sobre el bien y el mal defendidos en Grecia por los que se ocupan de filosofía" (Diels, 90, 1 [1]). Puede ser que el autor de este escrito siguiese más cerca la trayectoria de un sofista determinado (por ejemplo, de Gorgias, como sostienen algunos especialistas); pero es difícil suponer que no pretendiera también referirse a Protágoras, de quien sabemos que escribió un libro titulado Antilogias (Diels, 80, fr. 5). La segunda parte del escrito tiene especial interés, pues contiene la exposición de lo que hoy se llama el "relativismo cultural", es decir, el reconocimiento de la disparidad de los valores que presiden las diversas civilizaciones humanas. He aquí algunos ejemplos: "Los macedonios consideran bello que las muchachas sean amadas y se acuesten con un hombre antes de casarse, y feo después de que se hayan casado; para los griegos es feo tanto lo uno como lo otro... Los masagetas hacen pedazos los (cadáveres de los) progenitores y se los comen considerando como una tumba bellísima quedar sepultados en sus propios hijos; pero si alguno hiciera esto en Grecia sería rechazado y condenado a morir cubierto de oprobio por haber cometido un acto feo y terrible. Los persas consideran bello que los hombres se adornen al igual que las mujeres y que se unan con la hija, la madre o la hermana; en cambio, los griegos consideran feas e inmorales tales acciones, etc." (Diels, 90, 2 [12]; [14]; [15]). El autor del escrito concluye su ejemplificación diciendo que "si alguno ordenase a todos los hombres reunir en un solo lugar todas las leyes (νομον) consideradas como feas y elegir luego las que cada uno considere como bellas, no quedaría ni una de ellas, sino que todos se lo repartirían todo" (Diels, 2, 18). Consideraciones de esta índole no son fenómenos aislados en el mundo griego sino que se dan con frecuencia en el ambiente sofístico. Según testimonio de Jenofonte, (Mem., IV, 20), Hipias negaba que la prohibición del incesto fuese ley natural desde el momento que algunos pueblos la transgredían. La oposición entre naturaleza y ley, propia de Hipias y de otros sofistas (§ 27) no era sino una consecuencia de la conciencia relativista que dichos sofistas tenían de los valores vigentes en las distintas civilizaciones humanas. Por último, hay que recordar a este propósito que Herodoto, que ciertamente tuvo relación con el ambiente sofista y compartió a su manera la tendencia iluminista, después de haber narrado, refiriéndola a los indios callatas, la costumbre de algunos pueblos de dar sepultura a sus padres en su estómago y de haber comparado la repugnancia de los griegos hacia esta costumbre con la de aquellos indios hacia la costumbre de los griegos de quemar a sus muertos, concluía con una afirmación típica del relativismo de los valores: "Si se propusiese a todos los hombres, decía, elegir entre las diversas leyes y se les invitase a tomar la mejor, cada uno, después de haber reflexionado, elegiría la de su país: y es que las propias leyes le parecen a cada uno las mejores, pero con mucho." Y terminaba su relato comentando: "Así son estas leyes hereditarias y creo que Píndaro lo ha dicho bien en sus versos que 'la ley es reina de todas las cosas" (Hist. III, 38).
Cuando se tiene presente, en la interpretación del principio de Protágoras, la totalidad del ambiente sofístico (que, por otra parte, el mismo Protágoras contribuyó eficazmente a formar), parece obvio que el principio se refiere a todas las opiniones humanas, incluidas las concernientes a los valores (lo bello, lo justo, lo bueno) y no sólo las que se refieren a las cualidades sensibles o a las mismas cosas. Pero la heterogeneidad y la equivalencia de las opiniones no significa su inmutabilidad: según Protágoras, las opiniones humanas son modificables y en realidad se modifican y se corrigen; todo el sistema político-educativo que constituye una comunidad humana (πόλιζ) está ordenado precisamente a obtener oportunas modificaciones en las opiniones de los hombres. ¿En qué sentido se producen estas modificaciones? Ciertamente, no en el sentido de la verdad, porque desde el punto de vista de la verdad todas las opiniones son equivalentes. Se producen y se orientan en el sentido de la utilidad privada o pública. Esta es la tesis que se mantiene en la defensa que el propio Sócrates hace de Protágoras en el Teetetes (166 a, 168 c). Y en el Protágoras se dice: "Como se comportan los maestros con los escolares que todavía no saben escribir, trazando ellos mismos las letras de muestra y obligándoles a calcar y copiar la muestra, de la misma manera la comunidad (πόλιζ) haciendo valer las leyes excogitadas por los grandes legisladores antiguos, obliga a los ciudadanos a seguirlas tanto en el ordenar como en el  obedecer y castiga a quien se aparta de ellas" (Prot., 326 d). En esta misma posibilidad de rectificación de las opiniones humanas en el sentido de la utilidad privada y pública, se inserta, según la defensa del Teetetes, la obra del sabio que se hace maestro de cada uno de los particulares y de las ciudades "haciendo aparecer justas las cosas buenas en lugar de las malas". En este sentido, la obra del sabio (o sofista) es perfectamente semejante a la del médico o a la del agricultor: transforma en buena una disposición mala, hace pasar a los hombres de una opinión dañosa para cada uno y para la comunidad a una opinión útil, prescindiendo por completo de la verdad o falsedad de las opiniones que, bajo este aspecto, son para él todas iguales (Teet., 167 c-d).
Por eso Protágoras se presentaba como maestro, no de ciencia, sino de "agudeza en los negocios públicos y privados" (Prot., 318 e); por eso profesaba la enseñabilidad de la virtud, es decir, la modificabilidad de las opiniones en el sentido de lo útil; y por eso se consideraba (y era considerado) digno de ser recompensado con dinero por su obra educadora.
Nada hay, pues, en todo lo que sabemos de la doctrina de Protágoras, que deje presumir que él atribuyese carácter absoluto a las formas que la utilidad adopta en la vida pública o privada del hombre. Ciertamente que, según Protágoras, "toda la vida del hombre necesita de orden y de adaptación" (Prot., 326, b). Zeus entregó a los hombres el arte de la política, fundada en el respeto y en la justicia, para que los hombres dejaran de destruirse mutuamente y pudieran vivir en comunidad (Ib., 322 c). Pero ni el arte de la política es una ciencia ni el respeto y la justicia son objeto de ciencia, según Protágoras. "Respeto y justicia" son en el mito, lo mismo que "orden y adaptación" son fuera del mito: pueden asumir innumerables formas.
En la misma República de Platón, el concepto de justicia se introduce y defiende como condición de cualquier convivencia humana, de cualquier actividad que los hombres tengan que desarrollar en común, incluida hasta la de una banda de ladrones y bandidos (Rep., 351 c); por algo un testimonio antiguo hace depender la República de Platón de las Antilogias de Protágoras (fr. 5, Diels). Seguro que Platón no se detuvo en este concepto formal de justicia: todo el cuerpo de la República se encamina a limitarlo y definirlo haciéndolo objeto de ciencia y absolutizándolo de esta manera. Mas para Protágoras, el concepto de justicia conserva su carácter formal y, por lo tanto, su fluidez: lo que significa que para Protágoras la justicia misma, o sea, el orden y la acomodación recíproca de los hombres, obtenibles mediante la rectificación que las leyes y la educación imponen a sus distintas opiniones, puede asumir formas diversas, que la perspicacia y la ingeniosidad humana pueden descubrir o hacer valer en las diferentes comunidades humanas.

GORGIAS
Contemporáneo de Protágoras fue Gorgias de Lentini (en Sicilia), nacido hacia el 484-83, quien enseñó primeramente en Sicilia y, después del 427, en Atenas y en otras ciudades de Grecia. En los últimos tiempos de su vida se estableció en Larisa de Tesalia, donde murió a los 109 años. Fue sobre todo un retórico; pero escribió también una obra filosófica con el título Sobre el ser o sobre la naturaleza, de la cual Sexto Empírico nos ha conservado un fragmento. (Adv. math., VII, 65 y ss.). Nos quedan también fragmentos de algunos de sus discursos, un Elogio de Helena y una Defensa de Palamedes.
Las tesis fundamentales de Gorgias eran tres, concatenadas entre sí:
1. a Nada existe;
2. a. Si algo existe, no es cognoscible por el hombre;
3. a. Aunque sea cognoscible, es incomunicable a los demás.
1) Sostenía el primer punto demostrando que no existe ni el ser ni el no ser. En efecto, el no ser no es, porque si fuese sería a la vez no ser y ser, lo que es contradictorio. Y el ser, si fuese, debería ser o eterno o engendrado, o eterno y engendrado a la vez.
Pero si fuese eterno sería infinito y si infinito no estaría en ningún lugar, esto es, no existiría de hecho. Si es engendrado, debe haber nacido o del ser o del no ser; pero del no ser no nace nada; y si ha nacido del ser ya existía primero, en consecuencia, no es engendrado. El ser no puede ser, pues, ni eterno ni engendrado; ni puede ser tampoco eterno y engendrado a la vez, porque las dos cosas se excluyen. Así, pues, ni el ser ni el no ser existen.
2) Pero si el ser fuese, no podría ser pensado. En efecto, las cosas pensadas no existen; de lo contrario existirían todas las cosas inverosímiles y absurdas que al hombre se le antoja pensar. Pero si es verdad que lo que es pensado no existe, será también verdad que lo que existe no es pensado y que, por tanto, el ser, si existe, es incognoscible.
3) En fin, aunque fuese cognoscible, no sería comunicable. Nosotros, en efecto, nos expresamos por medio de la palabra, pero la palabra no es el ser; así pues, comunicando palabras, no comunicamos el ser.
Gorgias llega así a un nihilismo filosófico completo, utilizando las tesis eleáticas acerca del ser y reduciéndolas al absurdo. Se ha dudado de si este nihilismo representa  verdaderamente las convicciones filosóficas de Gorgias o fue más bien un simple ejercicio retórico, una prueba de habilidad oratoria. Pero no poseemos elementos que nos permitan negar la intención filosófica de Gorgias y, por tanto, la seriedad de sus conclusiones. Tal conclusión se opone en cierto modo a la de la doctrina de Protágoras. Para Protágoras todo es verdadero, para Gorgias todo es falso. Pero en realidad el significado de las dos tesis no es más que uno: la negación de la objetividad del pensamiento y, en consecuencia, de la validez que le proporciona su referencia al ser. Por la ausencia de tal objetividad, la palabra, sobre todo cuando va gobernada por la retórica, tiene una fuerza necesitante a la que nadie puede resistir. En la Defensa de Helena, Gorgias sostiene que "Helena —sea que hubiera hecho lo que hizo inducida por el amor, o persuadida por la fuerza de la palabra, o raptada con violencia, u obligada por destino divino— en cualquiera de los casos se libra de la acusación" (fr. 11, 20). Aquí, la fuerza de la palabra figura junto al destino divino y al lado del poder del amor y de la violencia como condición necesitante que elimina la libertad, y por tanto, la imputabilidad de una acción. "La fuerza de la persuasión —sigue diciendo Gorgias— de la que se originó la decisión de Helena, pues efectivamente tuvo origen por necesidad, no es digna de reproche sino que posee un poder que se identifica con el de esta necesidad" (fr. 12). Claro está que, según Gorgias, la palabra tiene una fuerza necesitante porque no halla límites a su poder en ningún criterio o valor objetivo, en ninguna idea en el sentido platónico del término: el hombre no puede resistirse a ella aferrándose a la verdad o al bien y se encuentra totalmente indefenso frente a la misma. El relativismo teórico y práctico de la sofística encuentra aquí un importante corolario suyo: la omnipotencia de la palabra y la fuerza necesitante de la retórica que la guía con sus recursos infalibles. Cuando Platón opone a Gorgias, en el diálogo que lleva su título, que la retórica no puede persuadir sino en lo que es verdadero y justo, arranca de un supuesto no compartido por Gorgias: o sea, que existan criterios infalibles y universales para reconocer lo verdadero y lo justo (Gorgias, 455 a). Lo que distingue a la retórica de Gorgias como arte omnipotente de la persuasión, de la retórica de Platón como educación del alma en la verdad y en lo justo es el supuesto fundamental del platonismo: la existencia de las ideas como criterios o valores absolutos.