Kant, la ética formal


Denominamos en nuestra lengua como ética a todo aquello propio o relativo a esta rama de la filosofía que trata de la moralidad de las acciones humanas y que de acuerdo a su circunstancia nos permitirá calificarlas como buenas o malas.
También, el concepto de ética designa a todo aquello que se ciñe a la moral y a las buenas costumbres y a la serie de normas que regulan una relación o conducta humana dentro de un contexto específico. Dentro del vasto universo de la ética nos podremos encontrar con diversas vertientes y corrientes que fueron elaboradas y propuestas a lo largo de la historia por diversos filósofos, a continuación nos referiremos a la Ética Formal propuesta por el gran filósofo alemán Immanuel Kant.
La ética formal o ética Kantiana promueve la libertad, dignidad y la buena voluntad por sobre todo
La Ética Formal, es la que se conoce como Ética Kantiana, en homenaje a su propulsor, el filósofo alemán Immanuel Kant. El conocimiento moral no es un conocimiento del ser, de lo que es, sino un conocimiento de lo que debe ser; no un conocimiento del comportamiento real y efectivo de los hombres, sino un conocimiento del comportamiento que deberían observar los hombres. En este sentido, dicho conocimiento no se puede verificar; cuando decimos que los hombres deberían comportarse de tal o cual manera estamos afirmando que ese comportamiento es necesario y universal, y esas son las características de lo a priori. Y ya hemos visto cómo Kant explicaba la imposibilidad de derivar de la experiencia algo que fuese necesario y universal: el primer objetivo del conocimiento moral, por lo tanto, consistirá en identificar cuáles son los elementos a priori de la moralidad.


En lo que respecta a la historia de la ética y a la teoría del conocimiento, en el siglo XVIII, se producirá un cisma con la aparición en escena del filósofo alemán Emmanuel Kant, por un lado, por su crítica a la razón pura y por otra parte porque su proposición de una ética formal vino a contrastar ciertamente a las éticas materiales vigentes. Todos los sistemas éticos anteriores habían partido de una determinada concepción del bien, como objeto de la moralidad, creyendo que ese bien determinaba la moralidad, lo que debía ser. Sin embargo, del mismo modo que el conocimiento teórico no está determinado por el objeto, sino que éste se encuentra determinado por las condiciones a priori de la sensibilidad y del entendimiento, el conocimiento moral tampoco estará determinado por el objeto, sino más bien el objeto de la moralidad determinado por ciertas condiciones a priori de la moralidad. (Del mismo modo que Kant había provocado una "revolución copernicana" en el ámbito del uso teórico de la razón, provocará otra revolución similar en el ámbito del uso práctico de la razón). Estas condiciones, siendo a priori, no pueden contener nada empírico: sólo han de contener la forma pura de la moralidad. En consecuencia, las leyes de la moralidad han de tener un carácter universal y necesario.
Su propuesta ética promueve la libertad y la dignidad de todos los hombres por sobre todas las cosas. Kant sostenía que lo objetivamente bueno es una buena voluntad, el resto de las cosas que solemos considerar como valiosas, como ser la inteligencia, el valor, la riqueza, entre otros, no lo son, e incluso hasta pueden volverse peligrosas para el hombre cuando lo que prima es una voluntad torcida.
Kant distingue un uso teórico y un uso práctico de la razón. En su uso teórico, que Kant estudia en la "Crítica de la razón pura", la razón constituye o configura el objeto que se da en la intuición, mediante la aplicación de las categorías; en su uso práctico, que estudiará en la "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" y en la "Crítica de la razón práctica", la razón es la fuente de sus objetos: la producción de elecciones o decisiones morales de acuerdo con la ley que procede de ella misma.

La base de la obligación, del deber ser, no puede fundarse en nada empírico, pues: aunque deba referirse al hombre, como ser racional, no puede fundarse ni en la naturaleza humana ni en las circunstancias humanas, sino que ha de ser a priori. De ahí la crítica de Kant a los sistemas morales fundados en contenidos empíricos, a los que llamaremos éticas materiales.
En primer lugar, todas ellas son a posteriori: de alguna manera todas ellas identifican el bien con la felicidad, y consideran bueno el objeto hacia el que tiende la naturaleza humana considerada empíricamente, aceptando la determinación de la voluntad por objetos ofrecidos al deseo.
Además de proponer distintos bienes, entre los que no hay posibilidad de ponerse de acuerdo, lo que pone de manifiesto su falta de universalidad, al estar basadas en la experiencia carecen de la necesidad y universalidad necesaria de la que deben gozar las leyes morales.
En segundo lugar las normas que proponen tienen un carácter hipotético, condicional: si quieres alcanzar la felicidad (algo distinto para cada sistema) has de comportarte de acuerdo con esta norma. Al estar sometida la norma a una condición sólo tiene valor si se acepta dicha condición, lo que, además de significar que se actúa por un interés, implica que la validez de la norma para conseguir el fin que se propone sólo puede ser comprobada experimentalmente, por lo que tampoco puede tener carácter universal y necesario.
En tercer lugar, esos sistemas éticos son heterónomos: el hombre recibe la ley moral desde fuera de la razón, por lo que en realidad no está actuando libremente, perdiendo la capacidad de autodeterminación de su conducta, la autonomía de la voluntad. ¿Qué valor puede tener una norma moral que no es universal y necesaria, cuyo cumplimiento está sometido a la consecución de un objetivo, un interés, y que propone al hombre renunciar a la libertad, a la autonomía de su voluntad?
La moralidad no puede fundarse en nada empírico. Una norma moral ha de ser universal, ha de valer para todos los hombres en todas circunstancias, y ha de ser necesaria, ha de cumplirse por sí misma. Ha de ser, por lo tanto, de carácter formal; no puede establecer ningún bien o fin de la conducta, ni puede decirnos cómo tenemos que actuar: ha de contener sólo la forma de la moralidad. "Es imposible imaginar nada en el mundo o fuera de él que pueda ser llamado absolutamente bueno, excepto la buena voluntad". Con esta frase comienza la "Fundamentación de la metafísica las costumbres". ¿Qué entiende Kant por una buena voluntad? Una voluntad que obra por deber, es decir, no por interés, o por inclinación o por deseo. ¿Y qué es obrar por deber?: obrar por reverencia o respeto a la ley moral que la voluntad se da a sí misma. Kant distingue aquí entre obrar "por deber" y obrar "conforme al deber": puede ocurrir que actúe por algún interés particular y esa actuación coincida con la ley moral; en ese caso estoy actuando "conforme al deber".
Obro "por deber", sin embargo, cuando mi actuación no persigue ningún interés particular, ni es el resultado de una inclinación o un deseo, sino que está motivada solamente por reverencia o respeto a la ley moral, independientemente de que mi actuación pueda tener consecuencias positivas o negativas para mi persona. La ley moral se basa en la noción de deber; y en la medida en que la ley moral pretende regular nuestra conducta ha de contener alguna orden o algún mandato. Pero como la ley moral es universal y necesaria la orden o mandato que contengan ha de ser categórico, es decir, no puede estar sometido a ninguna condición (no puede ser hipotético). A la fórmula en la que se expresa ese mandato u orden de la ley moral la llamará Kant imperativo categórico.
Ahora bien, como la ley moral no puede contener nada empírico, el imperativo categórico en que se expresa tampoco podrá tener ningún contenido empírico, sino sólo la forma pura de la moralidad. En la "Fundamentación" Kant nos da tres definiciones distintas del imperativo categórico:
1.-"Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal".
2.-"Obra como si la máxima de acción hubiera de convertirse por tu voluntad en ley universal de la naturaleza".
3.-"Obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio".
Ninguna de estas formulaciones contiene nada empírico, sino sólo la forma de la moralidad. No nos dice cómo tenemos que comportarnos concretamente, ni nos da ninguna norma, ni nos propone ningún fin interesado. Al mismo tiempo, contiene una exigencia de universalidad y necesidad, pero garantizando la autodeterminación de la voluntad, su autonomía, su libertad. La voluntad, en efecto, no queda determinada por ningún elemento empírico, por lo que es libre, y el imperativo por el que se regula no contiene ninguna norma concreta de conducta, por lo que la voluntad tendrá que darse a sí misma la norma de conducta, por lo que es autónoma.

Características esenciales
De acuerdo a Kant, el hombre posee tanto razón como instinto, mientras tanto, la razón no solo tiene una función teórica sino también práctica cuyo objetivo es buscar el bien moral.
Ahora bien, según Kant la razón difícilmente puede hacer feliz a alguien, porque el sabio, a partir de su intelecto, rápidamente descubrirá la muerte, la enfermedad, la pobreza, entre otras situaciones desagradables, en tanto, los actos buenos que proceden de la razón práctica no llevan a la felicidad, aunque, sí es posible que el hombre más sencillo encuentre la felicidad sin necesidad de la razón y con su mero instinto. Por tanto, Kant argumenta que si el fin del hombre fuese justamente la felicidad la naturaleza no nos hubiese dotado de una
razón práctica que elabore juicios que no nos lleven a la felicidad, entonces, es un hecho que el hombre fue dotado de esa razón por un fin mucho más alto que la felicidad.
De lo antedicho se descubre que los actos morales no son evaluables en función de sus resultados porque no se los elige para alcanzar algo sino por sí mismos, porque el resultado de un acto considerado como bueno puede ser perjudicial, pero de todos modos, el acto continuará siendo bueno, porque para Kant lo más importante de un acto moral pasa por aquello que lo mueve.
Otro concepto relevante dentro de la propuesta kantiana es el imperativo categórico, que son aquellos actos mandados por el deber; este imperativo mandará siempre pero sin fin alguno, solo por respeto hacia el deber, por tanto, el hombre que lo siga, que sea capaz de mandarse a sí mismo, será un ser libre.
Así como se concibe que la ley moral no puede disponer de nada empírico, el imperativo categórico tampoco lo podrá contener, solamente la forma de lo moral.
A Kant le gustaba decir al respecto que había que obrar de acuerdo a la máxima de modo tal que puedas querer a la vez que se vuelva una ley universal; recomendaba también obrar como si a máxima acción fuera a convertirse por la propia voluntad en una ley universal de la naturaleza; y finalmente decía que había que obrar de tal modo que se use a la humanidad tanto en la persona de uno como en la de otro, siempre como fin y jamás como medio.

Ninguna de las propuestas expresadas por Kant disponía de nada vinculado a la experiencia, sino que solamente se atañe a la forma de lo moral. No decía jamás al otro como debía comportarse de modo concreto y expreso, ni propugnaba como única alguna norma, ni tampoco promovía un fin con interés de algún tipo.
Hacía hincapié en la universalidad de nuestros actos y siempre privilegiando lo que la propia voluntad determina, haciendo de esto modo prevalecer la libertad y la autonomía de las personas que deciden.
Para él, la voluntad no podía estar sujeta a ningún elemento de la experiencia ni mucho menos, deberá ser libre y el imperativo que es el que tiene la misión de regularla no promueve ninguna conducta, siendo así que la voluntad deberá darse per se una norma de conducta, atribuyéndole un absoluto carácter autónomo.
Lo que ha destacado a la ética kantiana del resto de las éticas es el foco puesto en las formas de las decisiones éticas.


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