Filosofia Medieval: Cap V, La Ultima Patristica



DECADENCIA DE LA PATRÍSTICA
A partir de la mitad del siglo V la patrística pierde toda vitalidad especulativa. En Oriente, su actividad sobrevive en las disputas teológicas, que pasan empero cada vez más al servicio de la política eclesiástica y pierden, por lo tanto, todo valor filosófico. En Occidente, la civilización romana se ha roto en pedazos bajo los golpes de los bárbaros y no se ha formado todavía la nueva cultura europea. El sueño del pensamiento filosófico es, en realidad, el sueño de la cultura europea. La cultura vive a expensas del pasado. El poder de creación ha disminuido: persiste la actividad erudita, que se reduce a la compilación de extractos y comentarios y parte de una renuncia preliminar a toda investigación original.
En Occidente queda todavía un núcleo de interés laico por las siete artes liberales, del trivio (gramática, retórica, dialéctica) y del cuadrivio (aritmética, geometría, astronomía, música). El contenido de este interés es manifestado por unas pocas obras que compendian en la forma más genérica la sabiduría de la antigüedad: la Historia Natural de Plinio el Viejo, el De officiis de Cicerón, la Farsalia de Lucano y la Consolación de la filosofía de Boecio. En virtud de estas obras se salva la tradición humanística propia de la latinidad que conducirá al florecimiento del siglo XII.

ESCRITORES GRIEGOS
Más cercano al neoplatonismo que al cristianismo está, aún después de su conversión, Sinesio de Cirene, nacido entre el 370 y el 375 y muerto hacia el 413. Había sido discípulo de la neoplatónica Hipacia (§ 123), con la cual estuvo aún después en relaciones amistosas. El año 409 fue nombrado obispo de Tolemaida, con la reserva de no renunciar a su esposa y a sus convicciones filosóficas. Algunas de sus obras no muestran trazas de cristianismo. Tales son: los discursos sobre el poder real; el escrito sobre el don del astrolabio; las narraciones egipcias o sobre la providencia; el elogio de la calvicie, sátira de los sofistas que hablan sin ton ni son; la apología de Dión Crisóstomo; un escrito sobre los sueños. Tienen un carácter más estrictamente cristiano numerosas cartas, dos homilías, dos sermones y algunos himnos. Sinesio considera a Dios neoplatónicamente, como la unidad de las unidades, y niega la resurrección de la carne y el fin del mundo.
Bastante cercano al neoplatonismo está también Nemesio, que fue obispo de Emesa en Fenicia y compuso a fines del siglo IV o comienzos del V una obra, Sobre la naturaleza del hombre, que se difundió en la Edad Media a través de la traducción latina hecha en el siglo XI, probablemente por Alfano (1058-1085), arzobispo de Salerno. El hombre es, según Nemesio, el vínculo de unión entre el mundo sensible y el mundo suprasensible; por el espíritu pertenece al mundo suprasensible, esto es, al mundo de los seres espirituales o ángeles; por el cuerpo pertenece al mundo sensible. Por esto el primer hombre no fue creado inmortal ni mortal; podía llegar a ser lo uno o lo otro y la elección dependía de él. Se hizo mortal, al transgredir el mandato divino, pero puede de nuevo, volviendo a Dios, participar de la inmortalidad (De nat. hom., I). Nemesio acepta la definición aristotélica del alma como "entelequia de un cuerpo físico que tiene la vida en potencia" Como tal, el alma es una sustancia inmaterial e incorpórea, que subsiste por sí y no es engendrada, por lo tanto, en el cuerpo o con el cuerpo. Su unión con el cuerpo no es una mezcla de sustancias, sino una relación por la cual el alma está presente toda en todas las partes del cuerpo y lo vivifica a la manera como el sol ilumina con su presencia el aire (Ibid., 3). El alma está dotada de libre albedrío, porque su naturaleza es racional. Quien piensa puede también reflexionar y quien reflexiona puede escoger libremente (Ibid., 41). Escapa a la libertad humana lo que escapa a la reflexión, como la salud, la muerte, las enfermedades, etc. (Ibid., 40).
Cuando las escuelas retóricas griegas ya se acercaban a su ruina, tuvieron un breve florecimiento las escuelas de la ciudad siria de Gaza. Entre los maestros de estas escuelas, dos tienen un cierto realce y figuran como apologetas del cristianismo. Uno es Procopio, cuya vida se desarrolla entre el 465 y el 528, que fue autor de comentarios sobre el Viejo Testamento; otro es Eneas, que vivió durante el mismo período y debe su celebridad durante la Edad Media al diálogo Teofrasto o sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo, compuesto antes del 534. El escrito está dirigido contra la doctrina de la preexistencia del alma y de su transmigración. Las almas no existen antes de su unión con el cuerpo, sino que son creadas por Dios en el momento de esta unión. Dios ha creado todas las inteligencias incorpóreas de una vez, pero crea diariamente las almas de los hombres.
En la misma línea de pensamiento se mueve el hermano de Eneas, Zacarías, que fue obispo de Mitilene, llamado el Escolástico (esto es, el retórico), que murió antes del 533. Zacarías es autor de un diálogo titulado Ammonio, destinado a combatir la doctrina de la eternidad del mundo. Es notable el hecho de que, para negar su eternidad, Zacarías niega la necesidad del mundo; procedimiento que siguen todas las críticas del mismo género que después seguirán. El mundo ha sido creado por la voluntad de Dios, por esto no es efecto necesario de la naturaleza divina y no es coeterno con Dios. A la objeción de que si Dios no hubiese creado el mundo ab aeterno, no sería el eterno creador y hacedor del bien, Zacarías responde que Dios tiene en sí, desde la eternidad, la idea del mundo y de todas las cosas que lo componen, y también el poder y la voluntad de crearlo. Un constructor es siempre constructor, aun en el momento en que no construya nada, y un retórico es siempre retórico, aunque no siempre pronuncie discursos.
Alejandrino Juan, llamado Filopono por su incansable actividad; es también autor de una obra teológica titulada Arbitro o sobre la unidad, de otra Sobre la resurrección del cuerpo y de un comentario a la narración bíblica de la creación, titulado De la construcción del Mundo. Este último escrito y la obra Sobre la eternidad nos han sido conservados; de las otras dos obras tenemos fragmentos conservados por su adversario Leoncio de Bizancio y por Juan Damasceno. Juan Filopono entendía por naturaleza la esencia común de los individuos y por hipóstasis o persona la naturaleza misma circunscrita a la existencia individual por determinadas cualidades. Por esto entendía la unidad de sustancia en Dios como naturaleza común a las tres hipóstasis y hacía de tal manera de las tres personas divinas tres existencias particulares, esto es, tres divinidades. Al lado de este trideísmo (que por lo demás tuvo en este período, como en el precedente, numerosos defensores), Juan admitía el monofisismo por lo que se refiere a la encarnación. Dos naturalezas no pueden subsistir en una única hipóstasis; en la persona de Cristo no puede, por consiguiente, subsistir más que la naturaleza divina. El presupuesto de estas interpretaciones dogmáticas es la lógica aristotélica, a la cual Juan había dedicado un comentario: el significado de naturaleza y de hipóstasis está de hecho tomado de Aristóteles. Es curioso notar que cuando la lógica aristotélica será de nuevo empleada, por Roscelino de Compiégne, en la interpretación del dogma de la Trinidad, se llegará a la misma conclusión trideística.
Al tiempo de Justiniano pertenece Leoncio de Bizancio, que vivió entre el 475 y el 543, autor de tres libros contra los nestorianos y eutiquianos y de dos escritos contra Severo, el patriarca monofisita de Antioquía. El fundamento de las interpretaciones dogmáticas de Leoncio es la lógica aristotélica filtrada a través de los escritos de los neoplatónicos. Para salvar la interpretación ortodoxa del dogma de la Encarnación, según la cual en la única persona de Cristo subsisten las dos naturalezas, divina y humana, y para mantener asimismo el principio aristotélico de que toda naturaleza no puede subsistir más que en una hipóstasis, Leoncio introduce el concepto de enipóstasis, esto es, de una naturaleza que subsista no en una hipóstasis propia, sino en la hipóstasis de otra naturaleza. Tal es el caso de la naturaleza humana de Cristo, la cual no tiene hipóstasis propia, sino que subsiste en la hipóstasis propia de la naturaleza divina de Cristo. Pero ni en esta doctrina, que se encuentra ya en Cirilo, el máximo antagonista de los monofisitas, ni en las otras, Leoncio posee una verdadera originalidad de pensamiento.

FUENTE: Abbagnano N.


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