Filosofia Medieval: Escolastica Parte III, Capitulo III DIALÉCTICOS Y ANTIDIALECTICOS



La segunda mitad del siglo XI y el siglo XII son en Occidente un período de florecimiento intelectual. La cultura deja de ser patrimonio de las abadías y la enseñanza tiende a organizarse en la forma que ha de tomar en el siglo XIII con las universidades. Este período representa la primera verdadera edad de la escolástica, que alcanza la conciencia de su problema fundamental: el de entender y justificar las creencias de la fe.
Algunos creen hallar la solución del problema confiándose a la razón y a la ciencia que parece más propia de ella, la dialéctica; otros desconfían de la dialéctica, y apelan a las autoridades de los santos y de los profetas, limitando su tarea de investigación filosófica a defender las doctrinas reveladas. De aquí nace la polémica entre dialécticos y teólogos, que ocupa el siglo XI. En realidad, aun los más hostiles a la dialéctica, aun los defensores más acérrimos de la superioridad de la fe, no abandonan la investigación, propiamente escolástica, del mejor camino para conducir al hombre a la inteligencia de las verdades reveladas.
Entre los dialécticos descuella la figura de Berengario de Tours quien se formó en el convento de Saint-Martin, luego frecuentó la escuela de Chartres, que estaba dirigida por Fulberto, de quien fue discípulo. Desdeñando las otras artes liberales, se dedicó a la dialéctica y muy pronto se divirtió recogiendo en los escritos de los filósofos argumentos contra la fe de los simples. Se cuenta que Fulberto, en el lecho de muerte, dijo que Berengario era un diablo enviado por los abismos para corromper y seducir a los pueblos. Su éxito como maestro fue, con todo, grande. El año 1040 llegó a archidiácono de Angers. Murió en el 1088. Berengario pone la razón por encima de la autoridad y exalta la dialéctica por encima de todas las ciencias. Fundándose en San Agustín, considera a la dialéctica como el arte de las artes, la ciencia de las ciencias. Recurrir a la dialéctica, significa recurrir a la razón. Y quien no recurre a la razón, por la cual el hombre es imagen de Dios, abandona su dignidad y no renueva en sí" día a día la imagen divina (De sacra coena, edic.Vischer, p. 100).
 La más famosa de las polémicas de Berengario es la que se refiere a la Eucaristía, que sostuvo contra Lanfranco, y a la cual está dedicado su escrito De sacra coena adversus Lanfrancum. Berengario sostiene el principio aristotélico de que los accidentes o cualidades de una cosa no pueden subsistir sin la sustancia de la misma cosa. Ahora bien, en el sacramento de la Eucaristía los accidentes del pan y del vino permanecen: la sustancia no puede, por consiguiente, haber sido destruida, y el pan y el vino deben permanecer siendo tales aún después de la consagración. Esta añade a la sustancia del pan y del vino un cuerpo inteligible, que es el cuerpo de Cristo. Tal doctrina impugnaba la definición dogmática de la Eucaristía, que afirma la transformación de la sustancia del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo; y suscitó violentas polémicas. La doctrina de Berengario fue condenada por la Iglesia.
El más notable adversario de Berengario fue Lanfranco de Pavía, nacido el año 1010, alumno de la escuela de Bolonia, ya entonces floreciente.
Lanfranco, dotado de un espíritu aventurero y entusiasta, recorrió Borgoña y Francia y se quedó en Normandía. Allí se hizo monje en la abadía de Bec, que por él se hizo famosa. En 1070 fue nombrado arzobispo de Canterbury; murió en el 1089. Lanfranco es un adversario de la dialéctica, la cual es, a su modo de ver, completamente incapaz de llevar al hombre a comprender los misterios divinos. Declara enérgicamente que prefiere oír discutir sobre los misterios de la fe con autoridades sagradas que con razones dialécticas (De corp. et sang. Domini, 7). "Quien vive de la fe, no intenta escrutarla con la argumentación y concebirla con la razón; prefiere prestar fe a los misterios celestiales más bien que fatigarse vanamente, poniendo aparte a la fe, por comprender lo que no puede ser comprendido" (Ibid., 17). Pero, no obstante estas afirmaciones, Landranco mismo fue un dialéctico. Si la dialéctica, abandonada a sí misma, falla en el campo de los misterios de la fe, guiada y sostenida por la fe, puede prestar útiles servicios a la misma. Con este espíritu comentó las cartas de San Pablo, como nos atestigua Sigiberto de Gemblous (De script, eccles., c. 155; en Patr. Lat., 160, 582 c):"Lanfranco, dialéctico y arzobispo de Canterbury, expuso las cartas del apóstol San Pablo: y dondequiera que tuvo ocasión, presentó sus tesis, sus argumentos y sus conclusiones según las reglas de la dialéctica". Se puede decir que en la relación entre razón y fe, Lanfranco escogió la misma posición que después fue propia de su gran discípulo Anselmo de Aosta.
Contra los dialécticos polemizó Pedro Damián, nacido el 1007 en Rávena. En 1035 se retiró a vivir-como ermitaño en Fuente Avellana, y de allí fut llamado, en el año 1057, para ser consagrado obispo cardenal de Aosta. Murió en Faenza en el 1072. La mayor parte de la obra de Pedro Damián está dedicada a la ascética monástica y a cuestiones eclesiásticas. Su postura frente a la dialéctica y a las ciencias mundanas está expresada en la obra que compuso en el 1067, De divina omnipotentia. "Muchas veces, él dice, la virtud divina destruye los silogismos armados por los dialécticos y sus sutilezas y confunde los argumentos, que han sido considerados necesarios e inevitables por los filósofos" (De div. omnip., 10). Por eso, la dialéctica y en general toda arte o saber humano, no deben asumir arrogantemente la tarea principal, sino seguir la enseñanza de las Sagradas Escrituras "como sierva a su señora, con la debida dedicación" (velut ancilla dominae quodam
famulatus obsequio, Ib., 5).
La tesis típica de Pedro Damián es la absoluta superioridad de la omnipotencia divina con respecto a la naturaleza y a la historia. Como las leyes las da Dios a \a naturaleza, las cosas naturales obedecen a sus leyes mientras Dios lo quiere; pero cuando él no quiere, olvidan su naturaleza y le obedecen a él. La omnipotencia divina no encuentra límite ni siquiera en el pasado: pues Dios puede hacer que las cosas acaecidas no hayan acaecido: por cuanto él puede. En tiempo presente se refiere a la voluntad de Dios que es eterna y, por lο mismo, fuera del tiempo, y nosotros deberíamos más bien decir que podía no hacerlas acaecer. A muchos de los mismos escolásticos, consideraciones semejantes les parecen implicar la tesis de la superioridad de la omnipotencia divina respecto al mismo principio de contradicción: en efecto, dicha tesis se puede expresar diciendo que Dios puede hacer que no hayan ocurrido las cosas sucedidas. De todos modos, Pedro Damián se aprovechaba de la tesis de la omnipotencia divina para privar de validez autónoma a todo el mundo de la naturaleza y del nombre; y hasta en el campo político (como lo testimonian las consideraciones expuestas en su Disceptatio sinodalis), su preocupación dominante era la de quitar al Emperador toda dignidad de poder autónomo y considerarlo como un simple delegado del Papa.

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