Idealismo Trascendental o Crítico



Kant utilizó la expresión "idealismo trascendental" para designar su propia filosofía y distinguirla del idealismo de Berkeley. Lo esencial de esta doctrina es la afirmación de que el conocimiento humano sólo puede referirse a los fenómenos y no a las cosas en sí mismas. Esta tesis implica, en primer lugar, que en la  experiencia de conocimiento el psiquismo humano influye en el objeto conocido, y, en segundo lugar, la afirmación de los límites del conocimiento humano. El idealismo filosófico se contrapone al realismo filosófico, teoría según la cual la experiencia de conocimiento no influye o determina al objeto conocido sino que en ella el objeto se muestra sin distorsiones esenciales a la mente que lo conoce. Muchos autores creen que el idealismo kantiano es una forma sofisticada de subjetivismo y de relativismo.
A Kant le resultó tan fascinante la labor de Newton como la de todos los pensadores ilustrados (especialmente Hume). Para Kant la ciencia de Newton era un edificio perfecto y acabado que sólo le faltaba una fundamentación filosófica, especialmente gnoseológica, es decir, la explicación de la teoría del conocimiento que subyacía en el trabajo físico y matemático de Newton.
Sin embargo en Alemania, la labor de Newton chocaba con la tradición de Leibniz, en la cual Kant se había formado. Kant sin renegar de Leibniz le superó aceptando críticamente a Newton. Conciliar Leibniz y Newton se encuadra en un problema más amplio típico del pensamiento ilustrado: La oposición entre racionalismo y empirismo. Ésta es la razón principal por la que definimos el pensamiento de Kant como ilustrado. A Kant no le satisface completamente ni una ni otra filosofía. El racionalismo salvaba el valor universal y necesario del conocimiento, pero se alejaba de la realidad por no admitir la experiencia. Por el contrario el empirismo había convertido el conocimiento del mundo en una creencia sin posible justificación racional.

La revolución copernicana: Para Kant hay un error fundamental en el racionalismo y en el empirismo, que les impide dar una explicación satisfactoria al conocimiento y su validez científica. Ese error además lo han cometido todas las filosofías precedentes: Se ha creído siempre que en el conocimiento el sujeto debe acomodarse al objeto. Como los resultados son negativos hay que cambiar el planteamiento, haciendo que el objeto se acomode al sujeto. Este cambio es tan necesario como para la astronomía fue aceptar que no era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra sino al contrario (Copérnico).
Así pues, el sujeto (sus facultades y sus leyes) será el centro de la explicación y justificación del conocimiento, pero no se parece en nada al sujeto de Descartes, porque no posee ideas innatas. Por consiguiente necesita adquirir, por y desde la experiencia los contenidos de su conocimiento. Esto es empirista, pero Kant va más allá: La experiencia entrega materiales de conocimiento dispersos, que a lo sumo (siguiendo a Hume) se unen por leyes empíricas de asociación que carecen de universalidad y necesidad. Éstas son puestas por el sujeto al reducir a la unidad (a síntesis) la pluralidad dispersa que aporta la experiencia.
En conclusión, conocer objetivamente es para Kant sintetizar lo dado en la experiencia con lo puesto por el sujeto. Como el acto de síntesis se realiza en el juicio, hay que determinar qué es un juicio científico.
En su “Crítica de la razón pura”, Kant trata de resolver los problemas por las dos posturas estudiadas arriba, tratando de entender el papel de la razón, sus usos y límites, haciendo de este un rastreo o seguimiento. Para esto, Kant realizó lo que llamó la revolución copernicana de la filosofía. Sabemos que la revolución copernicana se llevó a cabo en el campo de la astronomía, el sistema geocéntrico, cambiando a ser heliocéntrico. En la filosofía, esta revolución significa un cambio de enfoque en el objeto, de modo que antes de la mente debe adaptarse a él y ahora, el objeto debe adaptarse a la mente. ¿Volvemos al cartesianismo? No. Y aquí está el porqué. Kant hace la distinción entre noúmeno (la cosa en sí) y el fenómeno (apariencia). Esta distinción demuestra que el hombre sólo puede conocer las cosas como aparecen a la mente, no en sí mismas (ya sea por las ideas innatas cartesianas, la idea es la copia exacta de la sensación). El fenómeno es una representación que el sujeto sufre cuando algo lo modifica No conozco lo que me afecta, apenas sé que estoy afectado por algo de lo cual puedo crear una imagen. Esto implica varios descubrimientos. En primer lugar, el espíritu percibe algo de los sentimientos porque tenemos formas propias para eso. Nuestra “intuición”, como Kant llama a la sensación, es determinada –a priori- por las formas de la sensibilidad que son el espacio y el tiempo. Observad: espacio y tiempo no son cualidades inherentes a los objetos y sí condiciones anteriores a la experiencia que facilitan que estas ocurran. La mente no es algo vacío como quería John Locke, ella organiza el material que recibe de la sensación según las formas del espacio y del tiempo. A través de la intuición, los objetos son dados y la doctrina que estudia los datos de la sensibilidad es la Estética Transcendental. En segundo lugar, la mente se organiza y clasifica las cosas de acuerdo a una serie de categorías que no son intuidas, pero sí deducidas por el intelecto. La ciencia del intelecto es la lógica en general. La lógica trascendental es la doctrina que estudia el origen de los conceptos y se ocupa específicamente de los conceptos a priori que se refieren a objetos que en este caso ya no son meros datos sino también pensados. Solamente la sensibilidad es intuitiva. El intelecto es discursivo y por eso sus conceptos son funciones que unifican, ordenan, simplifican el múltiplo dado en una intuición, una representación común: eso significa pensar, y pensar es también juzgar. Por lo tanto, el intelecto es la facultad de juzgar (y no de la razón). El éxito de la revolución copernicana forjada por Kant es que el fundamento del objeto está en el sujeto, esto es, la unidad del objeto en la experiencia es constituida, en la realidad, en la unidad sintética del sujeto pensante, denominada como Apercepción Trascendental. Lo que Yo pienso es la unidad originaria y suprema de la autoconsciencia dominada por las 12 categorías, principio de todo el conocimiento humano. La intuición y el concepto son heterogéneos entre sí (uno es dado, el otro es pensado), exigiendo un tercer término que sea homogéneo entre ellos para facilitar el conocimiento. Los juicios hechos únicamente por la intuición (sin concepto) son juicios ciegos, vagos, inútiles. Juicios hechos solamente con el concepto (sin intuición) nos llevan a errores de la imaginación (paralogismo). Luego, el juicio que puede ser hecho para que conozcamos algo tiene que estar unido a la intuición, aliado a las categorías del intelecto, hace que la cosa se vuelva objeto para mí. Este procedimiento es llamado como Esquema Transcendental producido por la Imaginación Transcendental. Por lo tanto, existe la posibilidad de la ciencia como juicios universales y necesarios realizados por los sistemas a priori de la razón humana. Sin embargo, el conocimiento se limita a lo “fenomenal”, demostrando que no podemos extender nuestros juicios de las cosas como son en sí mismas, sino sólo a la forma en que se nos presentan. La cosa en sí (noúmeno) se nos escapa, no puede ser conocida, sólo pensada. Esta es sólo la primera división de la Lógica Trascendental, conocida como la Analítica Trascendental. Ahora debe pasar a la segunda parte. Segunda Parte Esta segunda división, llamada la Dialéctica Trascendental, es una al uso ‘hiperfísico’ del intelecto, con el objetivo de revelar las apariencias, ilusiones y delirios causados por el deseo de ir más allá de los fenómenos. La razón e el intelecto cuando se pone en marcha para más allá de lo físico, de lo condicionado, buscando lo incondicionado, huyendo del horizonte de la experiencia. La Razón es la facultad de lo incondicionado, es decir, es la metafísica y es destinada a permanecer como una pura exigencia del absoluto e incapaz de alcanzarla a través del conocimiento. La Razón no conoce los objetos. Por lo tanto, el intelecto es la facultad de juzgar, la Razón es la facultad de ‘silogizar’, es decir, pensar en los conceptos y los juicios puros deduciendo de ahí conclusiones particulares a partir de principios supremos y no condicionados.




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