CAPITULO XI LA FILOSOFIA HEBREA: MAIMONIDES



LA TEOLOGÍA
Moshé Ibn Maymon, llamado Maimónides, nació en Córdoba el 30 de marzo del año 1135. A causa de la intolerancia de los almohades, su familia hubo de abandonar España, trasladándose primeramente a Fez y luego a Palestina. De aquí, nuestro autor se dirigió a Egipto, y se estableció en el antiguo Cairo. Al mismo tiempo que se dedicaba al comercio de piedras preciosas, empezó a dar lecciones públicas que le dieron fama como filósofo y teólogo, y, sobre todo, como médico. El primer ministro de Saladino, que poco antes se había apoderado de Egipto, le proporcionó los medios para abandonar el comercio y poder dedicarse al estudio, nombrándole médico de la corte. Con ello Maimónides alcanzó gran fama y riqueza, y pudo, merced a la ayuda de su protector, librarse de la acusación que se le hizo de haber vuelto al judaísmo después de haber aceptado, durante su estancia juvenil en España, el islamismo. Murió el 13 de diciembre de 1204.
Maimónides escribió numerosos tratados de medicina y teología. Entre estos últimos tiene gran importancia filosófica el llamado Ocho capítulos.
Su Vocabulario de lógica fue traducido al latín por Sebastián Munster. Pero su obra fundamental es la Guía de perplejos, en la que intentó conciliar la Biblia y la filosofía, la revelación y la razón. La obra está dedicada a quienes rechazan tanto la irreligiosidad como la fe ciega y que, al hallar en los libros sagrados cosas opuestas o aparentemente imposibles, no se atreven a admitirlas por no ir contra la razón, ni a rechazarlas por no menospreciar la fe, y quedan sumergidos en una dolorosa perplejidad. A estos perplejos se dirige Maimónides, con la intención de utilizar todas las armas dialécticas que proporcionan la filosofía musulmana y hebrea, para defender la fe tradicional.
Hemos visto que el resultado fundamental de la filosofía musulmana desde Al-Kindí a Averroes fue haber elaborado el principio de la necesidad del ser, principio cuya consecuencia inmediata es la eternidad del mundo. Es cierto que hubo contra él la reacción de los Mutakallimun, de los Asharíes y de Algazel; mas esta reacción, que partía de la ortodoxia religiosa, era extraña a la filosofía, incluso era contraria a la filosofía. Parecía como si la defensa de la novedad del mundo y de la creación sólo podía hacerse en nombre de la fe y renunciando a las ventajas que la filosofía había ofrecido para entender la verdad revelada. La originalidad de Maimónides, que desde el principio defiende la contingencia del mundo y de la creación, reside en el hecho de que no renuncia al procedimiento demostrativo ni a los resultados de la filosofía de la necesidad. Dado que la existencia de Dios y las demás verdades fundamentales sólo pueden demostrarse rigurosamente mediante los procedimientos de esta filosofía y basándose en el principio que ella sostiene, se puede utilizar este principio para establecer fas verdades fundamentales, sometiendo luego a análisis el principio mismo. "Creo, dice Maimónides (Guia, I, 71), que el verdadero método, es decir, el método demostrativo, que elimina la duda, consiste en dejar sentada la existencia de Dios, su unidad y su incorporeidad mediante los procedimientos filosóficos, procedimientos basados en la eternidad del mundo. Y ello, no porque yo crea en la eternidad del mundo o haga alguna concesión acerca de ello, sino porque sólo por este método la demostración puede ser segura y se obtiene una certeza perfecta sobre estos tres puntos: que Dios existe, que es uno, y que es incorpóreo, sin que sea necesario decidir nada acerca del mundo, acerca de si es eterno o creado. Una vez resueltas, por verdadera demostración, estas tres cuestiones graves e importantes, volveremos sobre la de la novedad del mundo, y para ello nos valdremos de todos los argumentos posibles." En otras palabras, Maimónides admite como hipótesis provisional el principio de necesidad del ser para poder demostrar ciertas verdades fundamentales; dejando para más adelante la discusión del corolario fundamental de aquel principio: la eternidad del mundo.
Partiendo de esta base, Maimónides va a demostrar la existencia de Dios y sus atributos fundamentales, unidad e incorporeidad: y sus demostraciones siguen muy de cerca las de Avicena. Suponiendo que algo exista (y que algo existe nos lo prueban los sentidos), necesariamente ha de existir un Ser necesario. Ya que lo que existe, aunque sólo como posible, es necesario con relación a su causa; y esta causa es precisamente el Ser necesario (Ibid., II, 1). Maimónides no cree, como Averroes, que Dios sólo conoce las cosas universales y necesarias. Dios conoce todas las cosas, incluso las particulares; pero las conoce gracias a un único e inmutable acto de saoiduría. La multiplicidad de las cosas conocidas no implica multiplicidad de la sabiduría divina, que sigue siendo única porque no depende de las cosas, que, en cambio, dependen de ella (Ibid., III, 20, 21). Una vez establecida la existencia de Dios, Maimónides Considerará el problema del mundo. El argumento más firme que Avicena presentó en favor de la eternidad del mundo era el siguiente: el mundo, antes de ser creado, era posible; toda posibilidad implica un substrato material; por consiguiente, antes de la creación subsistía la materia del mundo. Pero ninguna materia existe sin forma; luego antes de la creación subsistían la materia y la forma del mundo, es decir, el mundo mismo en toda su realidad. A este argumento y otros semejantes, Maimónides responde diciendo que es imposible razonar sobre la condición en que se hallaba, cuando empezaba a nacer, una cosa que ahora está acabada y perfecta. No podemos remontar de la existencia actual de una cosa a su existencia potencial; por ello, los argumentos que se basan en este procedimiento son viciosos y carecen de fuerza demostrativa.
Pero aunque la tesis de la eternidad del mundo no puede demostrarse, la tesis opuesta, de la creación, es al menos posible; pero Maimónides cree que más que posible es cierta, y nos dice por qué. La razón es, básicamente, el reconocimiento de la libertad del acto creador, libertad que rompe la necesidad absoluta del mundo, del que derivaría su eternidad. Negando la necesidad del ser, Maimónides quiere llegar a negar la eternidad del mundo; y llega a negar la necesidad, al reconocer en determinado momento del proceso de creación la libertad de elección en Dios, una decisión contingente, es decir, que no viene rígidamente determinada por la exigencia de garantizar el orden necesario del todo. De algún modo el mundo habría podido ser diferente de lo que es; si, por tanto, es lo que es, ello se debe a una libre elección de Dios, que excluye la necesidad absoluta y, por tanto, su eternidad. "Si debajo de la esfera celeste hay tantas cosas diferentes, a pesar de que la materia es una sola, puedes decir que esa disparidad es debida a la influencia de las esferas celestes y a las diferentes posiciones que la materia adopta frente a ellas, como nos ha enseñado Aristóteles. Pero la diversidad que hay entre las esferas mismas, ¿quién sino Dios ha podido determinarla? Si alguien dijera que es causada por los intelectos separados, nada explicaría con ello: los intelectos no son cuerpos que puedan adoptar una posición respecto de la esfera. ¿Por qué el deseo que atrae a cada esfera hacia su inteligencia separada debería llevar una esfera hacia el este y otra hacia el oeste? ¿Y por qué, además, una esfera sería más rápida que otra? “(Ibíd., II, 19).
Según Maimónides, la única respuesta a esta pregunta es la contingencia del mundo. "Dios ha determinado como ha querido la dirección y la rapidez del movimiento de cada esfera; pero ignoramos cómo, en su prudencia, lo ha llevado a cabo." De este modo, partiendo de la hipótesis de la eternidad para ascender hasta Dios con una demostración necesaria, Maimónides ha llegado a negar la propia hipótesis y a inutilizar, en el terreno filosófico, la necesidad del mundo, que era el resultado fundamental de la especulación árabe de su época.

MAIMÓNIDES: LA ANTROPOLOGÍA
Al igual que la metafísica de Maimónides está dominada por la necesidad de dejar a salvo la libertad creadora de Dios, sin negar por ello el orden del mundo ni hacer de la realidad un milagro continuo, su antropología está dominada por la necesidad de dejar a salvo la libertad del hombre, tanto en el campo del conocimiento como en el moral. Hemos visto que la filosofía musulmana atribuyó constantemente al Entendimiento agente, separado y divino, toda la iniciativa del conocer humano. Maimónides, aunque se vale de los rasgos esenciales de la doctrina de Avicena sobre el intelecto, la modifica dejando al hombre y a su esfuerzo de superación la verdadera iniciativa del conocimiento. El alma racional del hombre es el intelecto bilico, es decir, material y potencial, que reside en el cuerpo, como las almas de las esferas celestes residen en los cuerpos de las propias esferas. Este intelecto se actualiza y conduce al alma al verdadero conocimiento de las formas inteligibles por la acción del Entendimiento agente, que no es múltiple, ni reside en distintos cuerpos como las inteligencias hílicas, sino que es uno solo y está separado de todos los cuerpos (Ibid., I, 50-52). Hasta aquí nada nuevo: no hace sino reproducir la doctrina de Avicena.
Pero Maimónides añade que para que el Entendimiento pueda actualizar el intelecto hilico, es preciso que disponga de una materia preparada para recibir su expansión. Según que el alma racional esté o no convenientemente dispuesta, recibirá o no la influencia del Entendimiento agente, y se actualizará o no; para que una de estas posibilidades se lleve a cabo no es precisa la intervención del Entendimiento agente, que es siempre el mismo, sino la intervención del hombre. De este modo, Maimónides quita al Entendimiento agente la iniciativa del conocer y la devuelve al hombre.
Según la preparación que tenga su alma racional, el hombre recibirá en mayor o menor medida la acción del Entendimiento agente y alcanzará más o menos perfección; pues su perfección consiste en llegar a ser intelecto en acto y en conocer, de todo lo que existe, lo que le es'dado conocer (Ibid.,III, 27). La mayoría de los hombres sólo reciben del Entendimiento agente la luz necesaria para alcanzar la perfección individual; otros reciben una acción más abundante, que les estimula a escribir obras y a comunicar a los demás hombres su propia iluminación. Quien recibe la emanación del Entendimiento agente en el alma racional es un sabio, que se dedica a la especulación. El que, además, la recibe en la facultad imaginativa, es un profeta. La profecía es la mayor perfección que puede alcanzar el hombre, porque la influencia del Entendimiento agente sólo en las almas mejor dispuestas se extiende más allá de la razón, hasta la facultad imaginativa
(Ibid., II, 36, 37).
Maimónides defiende tanto la actividad humana en el campo del conocer, como la libertad humana en el de la acción. Es cierto que la providencia divina abarca todo el porvenir, y, por tanto, también determina las acciones humanas que han de suceder. Pero no podemos renunciar a admitir la libertad que es el principio de la acción y la condición necesaria para que el hombre sea responsable. Por consiguiente, hemos de admitir que la presciencia divina y la libertad humana son conciliables, pero de un modo que se nos escapa; y que la providencia se ejerce teniendo en cuenta la libertad, la razón y los méritos del hombre, de tal modo que no imponga al hombre el peso de un orden preestablecido que le despoje de su libertad (Ibid., III, 17, 18).
Maimónides deduce de su teoría acerca del intelecto, la inmortalidad. La  inmortalidad no es propia de todos los hombres, sino que está reservada a los elegidos, que la Biblia llama "almas de los justos" (Ibid., II, 27; I, 70).
Pero no se trata de una inmortalidad individual. Maimónides admite el principio aristotélico de que la diversidad de los individuos de una misma especie es debida a la materia. Este principio no es válido para las inteligencias separadas; son distintas únicamente por la relación causal, por la cual una es causa y otra efecto. Pero las almas humanas se diferencian entre sí sólo por los cuerpos:-cuando el cuerpo está corrompido, la diferencia entre los individuos desaparece, pues sólo queda el puro intelecto (Ibid., I, 74). De ese modo, la inmortalidad del hombre no consiste sino en ser partícipe de la eternidad del Entendimiento separado. Según Maimónides, el hombre no es inmortal por ser hombre, sino como parte del Entendimiento agente; y la intensidad de su inmortalidad es consecuencia de la de su participación en este intelecto, es decir, de su elevación espiritual.
Fuente: NA


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