CAPITULO XII LA POLEMICA ANTIARISTOTELICA



LAS VERSIONES LATINAS DE ARISTÓTELES
El siglo XIII señala el florecimiento de la escolástica. El intento de conducir la mente humana a comprender las verdades reveladas –alcanza éxitos crecientes, hasta llegar a la gran síntesis de Santo Tomás. Estos éxitos vienen condicionados por el enriquecimiento de la razón, en sus fuerzas v en su contenido problemático, merced a la obra de Aristóteles, que, a través de los musulmanes, fue redescubierta por la filosofía occidental.
Ya a mediados del siglo XII Raimundo, arzobispo de-Toledo de 1126 a 1151V, dirigió una escuela de traductores, a los cuales la escolástica del siglo siguiente debe mucho.
Juan Hispalense tradujo la Lógica de Avicena; Domingo Gundisalvo, arcediano de Segovia, en colaboración con Juan, tradujo la Física, el De coelo et mundo y los diez primeros libros de la Metafísica de Aristóteles-, y, además, la Metafísica de Avicena, la Filosofía de Algazel, el opúsculo Sobre las ciencias de Alfarabí y la Fons vitae de Ibn Gabirol.
Otro colaborador de la escuela de Toledo, Gerardo de Cremona (m. en 1187), tradujo la Física, el De Coelo, el De generatione y los primeros libros de los Meteorológicos del Estagirita; y, además, el Canon de Avicena, el Líber de causis y otras obras.
Miguel Scoto, natural de Escocia, o, según otros, de Salerno o Toledo, famoso como mago ("veramente, delle magiche frode seppe il giucco", dice Dante, /»/. XX, 116), autor de obras de astronomía y de alquimia, fue encargado por el emperador Federico II de Suabia de la traducción de las obras de Aristóteles. Tradujo la Historia animalium, el comentario de Averroes al De coelo y al De anima, y quizás al De generatione, a los Meteorológicos y. a los Parva naturalia. Hacia mediados del siglo XIII, Hermann el alemán, obispo de Astorga, tradujo el comentario medio de Averroes a la Etica a Nicómaco, y luego los de la Retórica y Poética.
Hacia el 1210 corría por París una versión de la Metafísica y en Padua se ha encontrado una traducción latina de esa obra, probablemente de fines del XII.
Hacia 1215, Alfredo Anglico tradujo del griego el De anima, el De somnio y el De respiratione. Entre 1240 y 1250, Roberto Grossetete (§ 253) traducía o nacía traducir las tres Eticas de Aristóteles. Y Bartolomé de Messina, en la corte del rey Manfredo de Sicilia, hacia 1260, tradujo la Gran Etica y otros opúsculos de Aristóteles.
Guillermo de Moerbeke, nacido hacia 1215,' proporcionó a Santo Tomás la traducción del griego de varios textos. Tradujo la Política y h Economía de Aristóteles; los Comentarios de Simplicio a las Categorías y al De coelo-, los Elementos de Teología y otras obritas de Proclo. La versión de los Elementos permitió que Santo Tomás se diera cuenta de que eran el original del Líber de causis, ya traducido por Gerardo de Cremona.
Todo este trabajo de traducción revela el profundo interés que despertaba la doctrina del Estagirita, que la escolástica del siglo XIII acabó por considerar la más perfecta expresión de la razón humana, y, por consiguiente, el mejor camino para llegar a las verdades reveladas. Pero precisamente por el hecho de ser la obra de Aristóteles expresión perfecta de la razón, en su completa autonomía e independencia de cualquier presupuesto de la fe, debía suscitar y, en efecto, suscitó, oposición y desconfianza, y pareció a primera vista inconciliable con el dogma católico.
Por ello, el siglo XIII nos muestra las primeras tentativas de acercarse al aristotelismo, así como reacciones contra él; luego vendrá el equilibrio de la síntesis tomista.

GUILLERMO DE AUVERNIA
El primer contacto de la escolástica latina con la doctrina del Estagirita tuvo lugar por medio del aristotelismo árabe. El conocimiento directo de los textos, aristotélicos es aún demasiado escaso e inseguro para poder diferenciar el aristotelismo auténtico de las adiciones interpretativas de los musulmanes; por otra parte, son precisamente estas adiciones las que acercan el aristotelismo a la mentalidad de los escolásticos y al problema que les absorbe, porque, en buena parte, son fruto del intento de llevar al aristotelismo a responder a los problemas de la fe musulmana, que, en ciertos puntos fundamentales (existencia y espiritualidad de Dios, creación, inmortalidad del alma) coincide con la cristiana.
El primer escolástico que toma posición ante el aristotelismo es Guillermo de Auvernia. Nacido en Aurillac, probablemente antes de 1180, enseñó teología en la Universidad de París; y de 1228 hasta su muerte (1249) fue obispo de París. Su principal obra es el Magisterium divínale, en siete partes, siendo las de mayor importancia filosófica: De trinitate (escrita entre 1223 y 1228), De universo y De ánima (redactado entre 1231 y 1236). La posición de Guillermo es polémica: quiere combatir "los errores de Aristóteles y de los filósofos que siguen su doctrina"; pero, en realidad, tiene presente sobre todo a Avicena, del que depende directa y polémicamente. Depende directamente de él porque se apropia la distinción fundamental de Avicena entre ser necesario y ser posible; depende polémicamente por transformar esta distinción en oposición, con lo que puede defender la no necesidad del mundo, y por consiguiente, la creación.
En esta polémica se ve obligado naturalmente a utilizar la obra de Maimónides, en la que dominaba la misma preocupación fundamental.
Guillermo empieza por distinguir una doble predicación: una secundum essentiam y otra secundum partecipationem. Todo predicado aplicado a una cosa o es esencial a ella o resulta exterior a la esencia de la cosa que de él participa. La predicación por participación presupone la esencial. Si decimos, por ejemplo, que una cosa es buena porque participa de otra, y ésta a su vez también es buena por participación, se empieza un proceso infinito que sólo podrá evitarse admitiendo un ser que sea bueno por esencia (De Trin., I). Ahora bien: cuando atribuimos el ser a las cosas finitas, nacemos una predicación por participación, que presupone una predicación por esencia: es decir, suponemos un ser que es ser por esencia y que, por lo tanto, es imposible pensar que no exista. A estos dos tipos de predicado corresponden también dos modos fundamentales del ser: el Ser por esencia, que incluye la existencia en su quididad o sustancia; y el ser no por esencia, cuya quididad o sustancia no incluye la existencia. El Ser por esencia no tiene causa y es simple, porque carece de composición. El ser no por esencia recibe la existencia del exterior y precisamente del Ser por esencia, y, por consiguiente, está compuesto de quididad o sustancia y de la existencia que se le atribuye desde fuera. Estos conceptos, que proceden de Avicena, son aclarados por Guillermo con los mismos términos que Avicena: el ser por esencia es el ser necesario, el ser por participación es el ser posible o potencial (De Trin., 7). En este punto Guillermo deja a Avicena y se acerca a Maimónides. Avicena creía que no había oposición entre el ser necesario y el ser posible: el ser posible es en realidad necesario per altro; no puede conseguir la existencia en acto si no es convirtiéndose ipso facto en necesario. Guillermo, en cambio, opone netamente el ser necesario al ser posible. "Procederé por distinto camino y te diré por qué el ser necesario per se y el ser posible per se son contrarios. Del mismo modo son contrarios la necesidad in se y la posibilidad in se, así como la antigüedad y la novedad.
Al igual que la necesidad in se es causa de la eternidad o antigüedad, la posibilidad in se será la causa de la novedad o temporalidad; y dado que la necesidad in se sólo se halla en el Creador, también sólo en Él se halla la eternidad o antigüedad. Aún más.- dado que necesidad in se no soporta la novedad o temporalidad en el ser en que se halla, es necesario que la posibilidad in se no soporte la eternidad en su propio sustrato. Por ello es imposible que ninguna de las cosas creadas sea eterna" (De Univ., I, 2). Por lo tanto, el primer resultado de esta contraposición del ser necesario y del ser posible es negar la eternidad del mundo y afirmar la necesidad del acto creador. Posibilidad, en el ser participado, significa temporalidad, novedad por consiguiente, creación. Con ello, Guillermo introduce por vez primera en la escolástica la distinción real entre la esencia y la existencia de las cosas creadas, que había de convertirse en el centro de la metafísica de Santo Tomás. "Puesto que el ente posible no es el ente por esencia, él y su ser, que no le pertenece por esencia, son dos realidades distintas y una (el ser) sobreviene a la otra (la esencia), pero no está incluida en su razón o quididad" (De Trin., Ì). De donde se deduce que las cosas creadas están compuestas realmente de esencia y de existencia, y su existencia les viene de PÍOS por participación. El ser de las cosas creadas y el ser de Dios no son idénticos ni diferentes, sino análogos-, en cierto modo se asemejan y corresponden, sin tener el mismo significado (Ibid., 7). También este principio de la analogía del ser hallará su aplicación sistemática en la metafísica de Santo Tomás.
La creación supone que Dios tenga en sí mismo modelos o ejemplares de las cosas creadas: estos modelos no constituyen un mundo aparte, como quería Platón, sino que son la misma Sabiduría o Verbo, que desde la eternidad ha sido engendrado por Dios (De Univ., I, 36, 37). De este modo el platonismo quedaba enlazado a la especulación del aristotelismo musulmán y este último podía ponerse de acuerdo con la fe cristiana. El Verbo divino da directamente al nombre los conocimientos fundamentales o primeros principios que Guillermo denomina prima intellegibilia, primae impressione*, dtgnitates et communes animarum concepciones, etc. Estos primeros principios se ofrecen al alma humana como si fueran innatos o naturalmente infusos en ella (De an., V, 15); y, en efecto, no vienen del exterior, sino del interior, y no sólo son las reglas fundamentales de la verdad, sino también las del recto proceder, es decir, de la honradez (Ibid.,VII, 6). Mediante esta iluminación interior, que es otro injerto del agustinismo, Guillermo cree que la acción del entendimiento agente es inútil. Si los primeros principios le son comunicados al hombre directamente por la Sabiduría divina, los demás conocimientos inteligibles proceden directamente de la realidad inteligible, sin intervención de ninguna potencia intermedia. "Entre los sentidos y las cosas sensibles no es necesaria ninguna fuerza intermedia que actúe sobre los sentidos y haga que los conocimientos sensibles, que subsisten potencialmente en los órganos de los sentidos, pasen a acto; para ello bastan los objetos sensibles que están fuera del alma.
Entonces, ¿para qué sería necesaria una potencia intermedia en el conocimiento intelectual, como si al intelecto no le bastara, para aprehender las realidades inteligibles, la acción de estas realidades? “(Ibid., VII, 4). Por lo tanto, el entendimiento agente es una ficción inútil. En cambio, el intelecto material es la verdadera esencia del alma; pero no sólo es potencia receptiva, sino también activa y, con ella y con los objetos inteligibles, se puede explicar todo el conocimiento intelectual del hombre (Ibid., V, 6).
Entre los escritos de Guillermo figura una refundición de un tratado Acerca de la inmortalidad del alma de Domingo Gundisalvo, arzobispo de Segovia, muy conocido como traductor (§ 252). El opúsculo procede en su totalidad de fuentes musulmanas, de las que toma las pruebas de la inmortalidad: independencia de la actividad intelectual respecto al cuerpo; naturaleza del alma como forma inmaterial y aspiración del alma intelectiva a la felicidad; posición intermedia del alma entre los espíritus puros y el alma de las plantas y de los animales-, independencia del alma de todo factor destructor; carencia de un órgano corporal del alma intelectiva; relación del alma con el origen de la vida/ El opúsculo, poco original, ha tenido cierta importancia histórica en la escolástica; en él se han inspirado, entre otros, San Buenaventura y San Alberto Magno. 

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