CARACTERÍSTICAS DE
LA INVESTIGACIÓN NATURALISTA EN EL S. XIII
El siglo XIII
señala un gran florecimiento de la investigación científica.
Ya en el siglo
anterior la escuela de Chartres, renovando y ampliando las especulaciones de
Escoto Eriúgena y de Abelardo, había considerado a la naturaleza como parte o
elemento del ciclo creador divino y con ello había llamado la atención de la
filosofía sobre ella.
Por otro lado, esta clase de estudio
tampoco había faltado del todo en los siglos de la Edad Media: pero más bien
había sido rechazada fuera de la filosofía y, en general, del saber oficial,
quedando reservada a los alquimistas, magos y otros doctores diabólicos,
atentos a arrebatar con artes engañosas los secretos del mundo natural para dar
al hombre, con poco trabajo, la riqueza, la salud y la felicidad. Pero, al
aparecer la filosofía árabe y el aristotelismo, el carácter de la investigación
experimental cambia por completo.
La matemática, la astronomía, la
óptica, la física, la medicina de los árabes, que habían continuado por su
cuenta, aunque con resultados modestos, el trabajo de investigación de la
ciencia clásica, llegan ahora a conocimiento de los filósofos del mundo
occidental.
El aristotelismo, que se presenta
como una enciclopedia completa del saber y que abarca dentro de sí las
disciplinas científicas particulares, vale ahora a los ojos de los mismos filósofos,
como la justificación suficiente de estas ciencias y de las investigaciones
experimentales sobre las cuales se fundan. Con esto dichas investigaciones
dejan de ser un trabajo secreto reservado a los iniciados, tienden a
convertirse en un aspecto fundamental de la investigación filosófica y ocupan
un puesto reconocido en la economía general del saber.
Esta influencia más vasta y quizá
más radical de la difusión del aristotelismo no se limita a los que permanecen
más adheridos a la letra del sistema aristotélico sino que abarca a todo el
campo de la cultura. Agustinianos y aristotélicos lo acusarán en igual medida.
El aristotélico Alberto Magno insistía en la importancia de la investigación
experimental y reservaba en su obra un amplio espacio al tratado de los
problemas científicos; por otra parte, los agustinianos son los que se dedican
con mayor entusiasmo a los nuevos campos de investigación. Entre los mismos agustinianos,
los franciscanos de la escuela de Oxford son los que ofrecen, en -el siglo
XIII, mayor cosecha de investigaciones experimentales y de discusiones
científicas, comenzando por Roberto Grossetete (§ 255) que puede ser considerado
como el iniciador del nuevo naturalismo de Oxford.
Naturalmente,
los procedimientos y los resultados de estas investigaciones, mezclados como
están con elementos teológicos místicos y mágicos, interesan (cuando interesan)
más a la historia de cada una de las ciencias que a la de la filosofía. Pero
también interesan a la historia de la filosofía en primer lugar porque, como
queda dicho, denuncian un nuevo curso de la investigación filosófica y una
renovación de sus horizontes; y en segundo lugar, en cuanto que se interfieren
(como ocurre muchas veces) con los problemas propiamente filosóficos que
Conciernen a la naturaleza de los instrumentos cognoscitivos de que el hombre
dispone y a los objetivos del hombre en el mundo. Finalmente, interesan también
a la filosofía porque mediante tales investigaciones y como resultado
complexivo de las mismas se va delineando la crítica y el abandono gradual de
la antigua concepción del mundo aristotélico-estoica que había dominado en la
cultura medieval.
No en vano, en el siglo
siguiente, serán precisamente los filósofos de aquella orientación empirista,
que había hallado en la obra de Aristóteles el mayor estímulo para el
descubrimiento de los primeros fallos en la concepción aristotélica del mundo,
y entrever la posibilidad de una concepción distinta.
El máximo representante del
experimentalismo científico del siglo XIII es Rogerio Bacon, el discípulo de
Roberto Grossetete.
Entre los que Rogerlo Bacon
exalta como predecesores suyos y maestros hay un tal maestro Pedro, que fue
Pedro Peregrino, de Mahrancuria o de Maricourt, en Picardía, del cual no se
sabe más que en el año 1269 estaba en Lucera de Apulia, donde acababa de
componer su Epistola de magnete. El dato se saca de la misma obra, que es
un pequeño tratado en trece capítulos sobre el magnetismo, al que se
refirió después, en 1600, el primer investigador moderno del magnetismo, el inglés
Gilbert. Bacon le exalta como maestro del arte experimental, el único entre los
latinos capaz de entender los más difíciles resultados de esta ciencia (Opus
tert., 13). En su Epístola, Pedro afirma la necesidad del
experimento directo, de la habilidad manual, para corregir fácilmente errores
que no podrían ser eliminados por la consideración filosófica y matemática.
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