CAPITULO XIX LA FILOSOFIA DE LA NATURALEZA EN EL SIGLO XIII




CARACTERÍSTICAS DE LA INVESTIGACIÓN NATURALISTA EN EL S. XIII
El siglo XIII señala un gran florecimiento de la investigación científica.
Ya en el siglo anterior la escuela de Chartres, renovando y ampliando las especulaciones de Escoto Eriúgena y de Abelardo, había considerado a la naturaleza como parte o elemento del ciclo creador divino y con ello había llamado la atención de la filosofía sobre ella.
Por otro lado, esta clase de estudio tampoco había faltado del todo en los siglos de la Edad Media: pero más bien había sido rechazada fuera de la filosofía y, en general, del saber oficial, quedando reservada a los alquimistas, magos y otros doctores diabólicos, atentos a arrebatar con artes engañosas los secretos del mundo natural para dar al hombre, con poco trabajo, la riqueza, la salud y la felicidad. Pero, al aparecer la filosofía árabe y el aristotelismo, el carácter de la investigación experimental cambia por completo.
La matemática, la astronomía, la óptica, la física, la medicina de los árabes, que habían continuado por su cuenta, aunque con resultados modestos, el trabajo de investigación de la ciencia clásica, llegan ahora a conocimiento de los filósofos del mundo occidental.
El aristotelismo, que se presenta como una enciclopedia completa del saber y que abarca dentro de sí las disciplinas científicas particulares, vale ahora a los ojos de los mismos filósofos, como la justificación suficiente de estas ciencias y de las investigaciones experimentales sobre las cuales se fundan. Con esto dichas investigaciones dejan de ser un trabajo secreto reservado a los iniciados, tienden a convertirse en un aspecto fundamental de la investigación filosófica y ocupan un puesto reconocido en la economía general del saber.
Esta influencia más vasta y quizá más radical de la difusión del aristotelismo no se limita a los que permanecen más adheridos a la letra del sistema aristotélico sino que abarca a todo el campo de la cultura. Agustinianos y aristotélicos lo acusarán en igual medida. El aristotélico Alberto Magno insistía en la importancia de la investigación experimental y reservaba en su obra un amplio espacio al tratado de los problemas científicos; por otra parte, los agustinianos son los que se dedican con mayor entusiasmo a los nuevos campos de investigación. Entre los mismos agustinianos, los franciscanos de la escuela de Oxford son los que ofrecen, en -el siglo XIII, mayor cosecha de investigaciones experimentales y de discusiones científicas, comenzando por Roberto Grossetete (§ 255) que puede ser considerado como el iniciador del nuevo naturalismo de Oxford.
Naturalmente, los procedimientos y los resultados de estas investigaciones, mezclados como están con elementos teológicos místicos y mágicos, interesan (cuando interesan) más a la historia de cada una de las ciencias que a la de la filosofía. Pero también interesan a la historia de la filosofía en primer lugar porque, como queda dicho, denuncian un nuevo curso de la investigación filosófica y una renovación de sus horizontes; y en segundo lugar, en cuanto que se interfieren (como ocurre muchas veces) con los problemas propiamente filosóficos que Conciernen a la naturaleza de los instrumentos cognoscitivos de que el hombre dispone y a los objetivos del hombre en el mundo. Finalmente, interesan también a la filosofía porque mediante tales investigaciones y como resultado complexivo de las mismas se va delineando la crítica y el abandono gradual de la antigua concepción del mundo aristotélico-estoica que había dominado en la cultura medieval.
No en vano, en el siglo siguiente, serán precisamente los filósofos de aquella orientación empirista, que había hallado en la obra de Aristóteles el mayor estímulo para el descubrimiento de los primeros fallos en la concepción aristotélica del mundo, y entrever la posibilidad de una concepción distinta.
El máximo representante del experimentalismo científico del siglo XIII es Rogerio Bacon, el discípulo de Roberto Grossetete.
Entre los que Rogerlo Bacon exalta como predecesores suyos y maestros hay un tal maestro Pedro, que fue Pedro Peregrino, de Mahrancuria o de Maricourt, en Picardía, del cual no se sabe más que en el año 1269 estaba en Lucera de Apulia, donde acababa de componer su Epistola de magnete. El dato se saca de la misma obra, que es un pequeño tratado en trece capítulos sobre el magnetismo, al que se refirió después, en 1600, el primer investigador moderno del magnetismo, el inglés Gilbert. Bacon le exalta como maestro del arte experimental, el único entre los latinos capaz de entender los más difíciles resultados de esta ciencia (Opus tert., 13). En su Epístola, Pedro afirma la necesidad del experimento directo, de la habilidad manual, para corregir fácilmente errores que no podrían ser eliminados por la consideración filosófica y matemática.

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