LA LUCHA CONTRA SANTO TOMAS
Contra el averroísmo se habían
hallado coaligadas las fuerzas de la tradición platónico-agustiniana y del
nuevo aristotelismo de San Alberto y Santo Tomás. Pero este aristotelismo
representaba, para la orientación tradicional de la escolástica, una
desconcertante desviación de los cánones interpretativos que ella seguía desde
tantos siglos. A pesar del equilibrio evidente de la síntesis tomista, que al
reconocer la relativa autonomía de la razón, como se había encarnado y
expresado en la filosofía de Aristóteles, la empleaba como dócil instrumento
para la explicación y defensa de la verdad revelada, la separación que esta
síntesis señalaba de la que hasta entonces había constituido el camino maestro
de la interpretación dogmática, debía provocar luchas y contraposiciones. Así
fue, en efecto.
En la condenación pronunciada el
7 de marzo de 1277 por el obispo de París, Esteban Tempier (§ 284), estaban
comprendidas, entre diversas proposiciones averroistas, algunas tesis de Santo
Tomás, y precisamente las que se refieren al principio de individuación y la
negación de que las sustancias intelectivas están provistas de materia. Eran
las tesis que más se oponían a-la doctrina platónico-agustiniana, tal como
había sido expuesta, por ejemplo, en la Summa de Alejandro de Hales.
Poco tiempo después, el 18 de marzo del mismo año, el arzobispo de Canterbury,
Roberto Kilwardby, condenaba también la otra doctrina típica del tomismo, la
unidad de la forma sustancial en el hombre, esto es, la afirmación de que
"el alma vegetativa, sensitiva e intelectiva, constituyen una única forma
simple".
Era el otro punto en que
el tomismo significaba una neta separación del agustinismo tradicional. La
condenación era tanto más significativa cuanto provenía de un dominico, un
cofrade de Santo Tomás.
Roberto Kilwardby, inglés de nacimiento,
había estudiado en París y allí había conseguido el título de Magister
artium. Vuelto a Inglaterra, había entrado en la orden de los dominicos, y
había enseñado (1248-1261) como maestro de Teología en Oxford. En 1272 fue
arzobispo de Canterbury. Fue hecho cardenal en 1278 y murió en Viterbo el año
1279. Es autor de un Comentario de las obras de lógica de Aristóteles,
Porfirio, Boecio, de la
Física y Metafisica de
Aristóteles, de un Comentario a las Sentencias y de una introducción a
la filosofía, De ortu et divisione philosophiae, en el cual se utilizan
igualmente fuentes cristianas y árabes. Estos escritos han quedado inéditos y
solamente los eruditos modernos han publicado extractos y datos sobre ellos.
Kilwardby vuelve a la tradición agustiniana, y polemiza vivamente contra Santo
Tomás. Defiende, con San Buenaventura, la doctrina, que San Agustín había
tomado de los estoicos, de las razones seminales. La "materia prima
natural" debe entenderse no ya como falta de forma y actualidad, sino como
algo "dotado -de dimensiones corpóreas e impregnado de las razones
seminales u originales, de las cuales deben ser producidas las
formas de todos los cuerpos específicos". Insiste, contra Santo Tomás, en
la distinción entre las diversas partes del alma humana. El alma humana no es
simple, sino compuesta: en ella, las partes vegetativa, sensitiva e intelectiva,
son esencialmente distintas y constituyen una unidad, solamente por su orden y
unión natural.
La condenación contra Santo Tomás
fue confirmada por el seguidor y sucesor de Kilwardby en la cátedra arzobispal
de Canterbury, Juan Peckham, el 29 de octubre de 1284 y el 30 de abril de 1286,
sobre todo por lo que se refiere a la unidad de la forma-alma en el hombre.
Peckham, que nació en el 1240, había estudiado en París, con San Buenaventura,
y pertenecía a la orden franciscana. Enseñó teología en París y Oxford, en 1276
llegó a ser lector del Santo Palacio de Roma, y en 1279, arzobispo de
Canterbury. Murió el 8 de diciembre de 1292. Buena parte de sus escritos ha
quedado inédita. Compuso Collectanea bibliorum, sobre la concordancia
entre los libros bíblicos, obras de física (Perspectiva Communis, Tractatus
sphaerae, Theorica planetarum); un Comentario al Libro I de las
Sentencias, un escrito Sobre la Etica y una serie de escritos
exegéticos y polémicos en defensa del ideal de pobreza de los franciscanos. Son
notables, por la polémica entre agustinismo y tomismo, las Cartas, algunas
de las cuales han sido publicadas recientemente. En una de ellas, de 1. ° de junio
de 1285, después de haber condenado las novedades introducidas en teología
durante los últimos veinte años, enumera los puntos
básicos del agustinismo, a los
que la orden franciscana, con Alejandro y San Buenaventura, se había mantenido
fiel, en las doctrinas de la ley eterna, y de la luz inmutable, de las
potencias diversas del alma y de las razones seminales que se encuentran en la
materia. En una quaestio disputata sobre la luz eterna como guía del
saber humano (ed. Quaracchi, p. 180), pone tres condiciones del conocimiento:
la luz creada, pero imperfecta, del entendimiento humano-, la luz increada y
sobre resplandeciente, y el entendimiento posible, que aprehende la especie
inteligible.
En el mismo plano polémico de
Peckham se mueve su compatriota y hermano de religión Guillermo de la Mare, que
enseñó en Oxford y murió en el 1298 y fue autor de un Correctorium fratris
Thomae, en el cual están indicadas y censuradas ciento dieciocho
proposiciones, sacadas de las obras mayores de Santo Tomás (Summa, Quaest,
disputatae, • Quaest: Cuodlibetales y Sententiae). Mientras el general de
los franciscanos prescribía en el capítulo de Estrasburgo de 1282 no difundir
las obras de Santo Tomás si no estaban provistas de los comentarios de Fray
Guillermo, la orden dominicana reaccionaba con varios Correctoria o Defensorio
Corruptorii fratris Thomae (de esta manera se deformaba satíricamente el título
del escrito de Guillermo) El más importante de tales Conectaría es el
que se atribuye falsamente a Egidio Romano (§ 294), que ha sido muchas veces
impreso. Pero se sabe de otros cuatro, inéditos.
LA ESCUELA DE SAN
BUENAVENTURA
La enseñanza de San Buenaventura
en París formó una serie numerosa de seguidores, pertenecientes todos a la
orden franciscana. Al lado de los mayores de ellos, Juan Peckham, Mateo de
Acquasparta, Guillermo de la Mare, otros menores defendieron el agustinismo
franciscano. Rogerio de Marston, que estudió en París hacia el 1270 y enseñó en
Oxford y después en Cambridge, autor de dos colecciones de Quaestiones
disputatae, y de dos Quodlibeta, presenta un intento de conciliación
entre el agustinismo y el aristotelismo. Aun defendiendo con mucha energía el
principio agustiniano de que la certeza del conocimiento humano depende
exclusivamente de la directa iluminación de Dios, sostiene que el entendimiento
agente, de que habló Aristóteles, es precisamente la luz divina que ilumina y
conduce a la verdad el entendimiento humano. Pero en tal caso el entendimiento
agente es verdaderamente una sustancia separada, porque es Dios mismo (ed. Quaracchi,
207).
Ricardo de Middletown, que
estudió en Oxford v París, enseñó en París y murió en 1307 ó 1308, autor de un Comentario
a las Sentencias, de Quodlibeta, de Quaestiones disputatae y de
escritos exegéticos, se acerca, en cambio, más al punto de vista tomista,
sosteniendo que el entendimiento humano es iluminado por Dios, no directamente
(como dice la doctrina típica agustiniana), sino mediante una "luz creada
y natural que es irradiada por Dios" (ed. Quaracchi, 235). Ricardo también
se aleja de la corriente franciscana por su negación de la prueba ontológica de
San Anselmo.
En la misma línea se mueve
Guillermo de Ware (o de Guarra), que enseñó en París a fines del siglo XIII y
fue maestro de Duns Escoto. También sostiene que la luz natural, dada por Dios
al alma, basta para conocer todo lo que sucede en el dominio del conocimiento
natural sin necesidad de una inmediata iluminación sobrenatural. A propósito de
la prueba ontológica, afirma que aunque la proposición "Dios existe"
es conocida por sí misma, el hombre no puede entenderla sino con esfuerzo (cum
magno labore}, puesto que los términos de que se compone no son conocidos
por experiencia.
Pedro Juan Olivi, nacido en
Sérignan, en el Languedoc, el año 1248 ó 1249 y muerto en Narbona el 1298, fue
jefe de los espirituales y sostenedor de la pobreza absoluta de la orden
franciscana, doctrina que debía suscitar luchas y contrastes en el seno mismo
de los franciscanos y de la Iglesia. Es notable en él sobre todo la doctrina de
la relación entre el alma y el cuerpo.
Supuesto el principio de que las
formas naturalmente primeras pueden unirse con las que son últimas, solamente
mediante las formas intermedias, admite que el alma intelectiva se une al
cuerpo por medio del alma sensitiva.
Esto excluye la identidad de la
forma intelectiva con la forma sensitiva del alma e implica la doctrina de la
multiplicidad de las formas en el compuesto, que era típica del agustinismo
franciscano.
LA ESCUELA
TOMISTA
Mientras los franciscanos
defendían contra el aristotelismo tomista aquella vuelta al agustinismo que
había sido vigorosamente sostenida por San Buenaventura, la orden dominicana
defendía con sus profesores y maestros la doctrina del Aquinatense. La pléyade
de tomistas es, en la segunda mitad del siglo XIII, numerosísima; pero entre
ellos la originalidad especulativa o las separaciones ocasionales de las
doctrinas del maestro son aún menos frecuentes que entre los franciscanos. El
movimiento tomista tuvo dos centros principales, uno en París y otro en
Nápoles. El propulsor de la escuela tomista parisina fue Hervé Nédélec (Herveus
Natalis), que fue maestro en la facultad teológica de París y murióenNarbonaen
1323, un mes después del proceso de canonización de Santo Tomás. Herveus
escribió un Comentario a las Sentencias, Quaestiones disputatae, Quodlibeta
y numerosas obras polémicas. Herveus es el sostenedor, en la discusión de
los universales, de
la llamada teoría de la conformidad:
el universal, que como tal existe solamente en el entendimiento,
objetivamente no es más que la conformidad real de los diversos objetos por él
significados. Esto es, resulta de la coincidencia de las cosas particulares en
algún atributo o carácter suyo común.
El jefe de la escuela tomista de
Nápoles fue Juan de Nápoles o de Regina, que estudió y enseñó en París y luego
fue maestro de la Universidad de Nápoles. Autor de un Comentario a las
Sentencias (que no se ha encontrado), de trece Quodlibeta y de
cuarenta y dos Questione! disputatae, es el máximo defensor del tomismo
desde los primeros años del siglo XIV hasta el 1336, año al que se remontan los
últimos datos que nos quedan de él. Su importancia, que especulativamente es
nula, es notable desde el punto de vista de la difusión del tomismo en Italia y
de la defensa del mismo contra las escuelas contrarias, especialmente de la
escotista.
También fuera de los dominicos
encontró el tomismo, defensores entre los eremitas agustinianos, el jefe de los
tomistas fue Egidio Romano, que nació en Roma en 1247 o un poco antes,
discípulo de Santo Tomás en París durante la segunda estancia de este último en
aquella ciudad (1268-1272) y defensor del tomismo contra las condenaciones de
Esteban
Tempier y Roberto de Kilwardby.
En un escrito polémico titulado Líber contra gradus et pluralitates formarum
defendió vivamente la unidad formal del alma humana contra el punto de
vista del agustinismo. Después de la muerte de Esteban Tempier, Egidio fue
nombrado maestro en París; en el 1295 fue consagrado por Bonifacio VIII arzobispo
de Bourges.
Murió en Aviñón el 22 de
diciembre de 1316. Es autor de seis Quodlibeta, de Quaestiones
disputatae de ente et essentia, del De mensura et cognitione angelorum, de
los Theoremata de carpare Christi, de un Comentario a las Sentencias
y de numerosos escritos exegéticos. Egidio adopta una postura de cierta
libertad frente a la doctrina tomista, que defiende, con todo, en sus puntos
esenciales. Se separa de ella, por ejemplo, al admitir que el entendimiento
agente es forma del entendimiento posible y que la causa principal del
conocimiento intelectual en acto es la especie inteligible, a la cual
precisamente se debe el paso del entendimiento posible al acto. Pero quizá la
importancia mayor de Egidio consiste en sus tratados políticos. El De regimine
principum, que compuso para su discípulo, que fue después el rey Felipe el
Hermoso, y el De ecclesiastica sive Summi Pontificis patéstate, son
típicas expresiones del curialismo, esto es, de la afirmación de la superioridad
del poder papal sobre los príncipes temporales de la tierra.
Parece que la bula de Bonifacio Unam
sanctam, de 18 de noviembre de 1302, en la cual se afirmaba solemnemente
tal doctrina, está precisamente fundada en la obra de Egidio, que debe ser un
poco anterior.
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