CAPITULO XVI EL AVERROISMO LATINO



CARÁCTER DEL AVERROISMO LATINO
El primer efecto de la introducción del aristotelismo en la escolástica cristiana es una clara delimitación de los campos respectivos de la razón y de la fe. La razón es el dominio de las verdades demostradas y, por lo mismo, de las demostraciones necesarias y de los principios evidentes que son fundamento de las mismas; la fe es el dominio de las verdades reveladas, carentes de necesidad demostrativa y de evidencia inmediata. Esta distinción se mantiene sólidamente en toda la historia ulterior del aristotelismo escolástico y de toda la escolástica. Sin embargo, la obra de Santo Tomás no se había detenido en el reconocimiento de esta distinción: más aún, había tenido la pretensión de avanzar más allá de la misma, estableciendo al mismo tiempo la imposibilidad de una oposición cualquiera entre los dos términos.
"Ya que sólo lo falso es contrario a lo verdadero, decía Santo Tomás, como resulta evidente de sus mismas definiciones, es imposible que la verdad de la fe sea contraria a aquellos principios que la razón conoce naturalmente" (Contra Gent., I, 7). Toda la doctrina tomista está organizada en orden a hacer imposible esta oposición: el principio de la analogía del ser, tal como lo presenta Santo Tomás, sirve precisamente para demostrar, por un lado, que la misma consideración del ser natural tiene necesidad de una integración sobrenatural y, por otro lado, sirve para situar tal integración en aquellas zonas del ser en que la capacidad demostrativa de la razón no puede llegar ni a la afirmación ni a la negación. Considérese como ejemplo el modo de tratar Santo Tomás el problema de la creación que vendría a ser, fuera del tomismo, uno de los puntos cruciales de la disputa escolástica: la creación es una verdad de razón, es decir, demostrable; en cambio, no se puede demostrar ni que haya ocurrido en el tiempo ni que esté fuera del tiempo, por lo que es lícito creer que haya ocurrido en el tiempo (§ 278).
El tomismo ha pretendido demostrar así la coincidencia de dos principios, el uno de genuina inspiración aristotélica, el otro expresivo de la posibilidad misma de la investigación escolástica: esto es, del principio por el cual "es imposible que sea falso lo contrario de una verdad demostrable" con el principio: es imposible que una verdad de fe sea contraria a la verdad demostrable".
Sin embargo, la no coincidencia de estos dos principios había sido la base del aristotelismo averroísta. El aristotelismo, o sea, la filosofía, había sido interpretado por Averroes (ciertamente en un sentido más conforme a su intención original) como no necesitado ni susceptible de integraciones no-demostrativas: en consecuencia, según Averroes, contenía todo lo que el filósofo debe creer (que coincide con lo que puede demostrar) y constituye la verdadera religión del filósofo, mientras que la religión revelada no es sino un modo aproximativo e imperfecto de acercarse a las mismas verdades para quien no es capaz del camino de la ciencia y de la demostración. Desde este punto de vista, no podía excluirse la posibilidad de una oposición entre las afirmaciones de la ciencia y las creencias de la fe: aunque no se tratara de una oposición entre dos verdades sino entre dos modos de expresar la misma verdad, uno de los cuales, él de la fe, bastante más imperfecto que el otro porque aun siendo adecuado a su fin práctico (dirigir las multitudes por el camino de la salvación) carece de la necesidad racional propia de la ciencia.
La expresión de "doctrina de la doble verdad", creada inmediatamente y que todavía se emplea con frecuencia, no es muy exacta con respecto a Averroes, a los averroístas y a cualquier otro punto de vista que admita la posibilidad de una oposición entre la razón y la fe: particularmente, para Averroes, la verdad es una sola. Pero, para los averroístas de los siglos XIV y XV, la expresión puede considerarse dotada de cierta verdad en el sentido de que con ella se designa toda situación que reconozca una oposición entre las conclusiones de la filosofía y las creencias de la fe y no se preocupe de eliminar-o conciliar tal oposición.
En la base del mismo y como inspiración fundamental de todo el averroísmo, está el concepto de la filosofía como ciencia rigurosamente demostrativa y de la felicidad del filósofo como coincidente con la posesión de dicha ciencia; pero también forma parte del mismo el concepto de que existen, además de esta ciencia y esta felicidad, una verdad y una felicidad diversas, dadas por la fe. De esta forma, el averroísmo podía llegar y llegó al reconocimiento explícito de puntos de oposición entre los dos dominios, sin ofrecer un principio dirimente de tales contrastes. Esta fue la situación en que se colocó aquella corriente que (desde Renán en adelante) se llama averroísmo latino-, corriente cuyo alcance nos lo han permitido conocer estudios y descubrimientos recientes, ya que las condenas teológicas a que el mismo se hallaba sometido, han impedido la difusión y publicación del material historiográfico en relación con ella. Forman parte de esta corriente Siger de Brabante, Boecio de Dacia, Bernier de Nivelles y Gosuino de la Chapelle; pero apenas se sabe nada de estos dos últimos.

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